«GPS, villeguenses por el mundo» llega una vez más a la vida de los nuestros, inmersos en otro lugar del planeta. Por última vez en el año, el programa de los villeguenses toma vuelo en busca de almas coterráneas.
El último destino del 2023 es Nueva Zelanda, a casi 10.000 kilómetros de nuestras tierras. Allí se escucha latir un corazón villeguense y es el de Federico Latorre, quien se supo reinventar a los momentos adversos y disfruta cada desafío extranjero. 48 programas, 48 historias de sueños, aventuras y superaciones.
Primeros pasos
Previo a arrancar su vida de viajero, Federico se recibió en el Instituto María Inmaculada (IMI). Luego viajó rumbo a Buenos Aires con el fin de estudiar una carrera.
No obstante, tuvo desde un principio la clara idea de intentar viajar siempre. «Con un amigo tenía el plan de recorrer toda Latinoamérica, pero por cuestiones de la vida no se dio», sostuvo Federico, de 32 años.
El «bichito aventurero» que picó
En primera instancia, incursionó por dos semanas en el exterior, que no fueron suficientes para quedarse conforme. Su vida estaba destinada a ser una aventura.
Una vez que llegó de esas fugases vacaciones, le comunicó inmediatamente a su familia la decisión de irse del país. «Ellos me apoyaron desde un primer momento. Al vivir en Capital Federal, ya me había acostumbrado a estar lejos de los seres queridos», afirmó.
Su postura fue firme y algo tajante, como para que no queden dudas. Junto a su pareja vivieron la primera experiencia en el extranjero.
Europa, el destino
El primer camino los condujo a Francia, más específicamente a un pueblo cerca de la montaña. Según explicó Federico, es un pueblo que vive del turismo en invierno.
Pero el deseo de hacer la temporada de verano lo hizo rever la situación y luego mudarse a Biarritz, una elegante ciudad junto al mar, en la costa vasca del suroeste de Francia. «Fuimos viendo y recolectando información de cada uno de los lugares. Por lo general, Francia depende mucho de los trabajos realizados en la playa y la montaña», detalló.
Las razones de su elección estuvieron relacionadas con la visión que tenían del país, su idioma difícil y tomar esta primera experiencia como una prueba de fuego. «Si podía con este primer desafío, el resto se me iba a facilitar», indicó.
Proceso de adaptación
En su primer año, el idioma se hizo «prácticamente imposible» de manejar. Esto se debe a que en cierta parte, los franceses son cerrados y marcan distancia cuando no se habla fluido. Pero cuando retornó al país ya no tuvo demasiados inconvenientes y asimiló el lenguaje con facilidad.
La primera impresión de su experiencia fue positiva, porque pudo mantenerse bien económicamente y cumplir el objetivo de explorar distintos lugares de Francia, Europa y Asia.
La particularidad de Francia es la diferencia que existe entre el «francés del interior» y el parisino, ya que estos últimos son más distantes al extranjero y hacen sentir su localía.
Vida laboral
La parte laboral fue la más difícil en sus comienzos, por la barrera que significó el idioma. Pero pudo resolver la situación y empezó limpiando habitaciones.
A medida que fue ganando rodaje en el habla mejoró la calidad de trabajo y se habilitaron más opciones. Así es como pasó a ser ayudante de cocina.
Épocas difíciles de pandemia en las zonas de convulsión
Federico sintió bastante el fuerte choque cultural de Francia, por lo que aprovechó un vuelo cercano y se trasladó a Tailandia, un país del Sudeste Asiático. Es famoso por sus playas tropicales, los opulentos palacios reales, las ruinas antiguas y los templos adornados con figuras de Buda. Aprovechó también para recorrer otros sitios turísticos asiáticos como Laos, Camboya y Vietnam.
En principio el viaje estuvo planeado por tres meses, pero al tiempo de su llegada se dio la pandemia que azotó al mundo, y en sobremanera a Asia. Debido a ello, debió quedarse por tres meses más en el continente.
La desconexión fue total durante el Covid-19; sin datos ni relación con los locales. La gravedad de la enfermedad se incrementó cada vez más y tuvieron que buscar refugio en otro país. Indonesia fue el destino elegido.
Es un país del Sudeste Asiático compuesto de miles de islas volcánicas, hogar de cientos de grupos étnicos que hablan varios idiomas distintos. Es conocido por sus playas, volcanes, dragones de Komodo y selvas que albergan elefantes, orangutanes y tigres.
Como sucedió con Tailandia, la República de Indonesia cerró absolutamente todo con la peligrosidad aumentada por el Covid-19. En Asia fue complicada la estadía y se sintió muy fuerte estar lejos de la familia.
Regreso al viejo continente
Junto a su pareja, Federico trató de desconectar y acomodarse en Europa. La situación en el continente estaba más calmada con respecto a la pandemia y eso fue un factor clave para su vuelta.
El territorio optado fue Dinamarca. «Nos mudamos por medio de la working holiday y aprovechando la gran situación económica que atravesaba el país», explicó. Estuvo un año en suelo danés, donde ahorró dinero y se volvió a adecuar.
Mucho mejor económica y personalmente, el villeguense se dezplazó a Albania por su clima, turismo y economía. A partir de allí, recorrió varios países europeos como Montenegro, Bosnia y Turquía, con el fin de asentarse, pero ninguno lo convencía.
Es por eso que le dio forma a su ciudadanía y tomó vuelo hacia Italia, donde vivió siete meses. El poder de tener la ciudadanía facilitó muchas otras cuestiones organizativas.
Esencia ambulante
En el medio, tuvo un retorno fugaz por Argentina. Pero a los pocos meses volvió a Francia, donde se estableció mucho más laboralmente, con un trabajo formal en la cocina y un restaurante prestigioso.
Al igual que la gran mayoría de protagonistas a lo largo del programa, Federico remarcó que extraña mucho esa espontaneidad con la que vive el argentino. «Extraño pasar por la casa de un amigo, tocarle timbre y que me abra. Nosotros no necesitamos tantos preparativos para encontrarnos con alguien. Eso es nuestro, somos así».
Pero después de Europa, Federico tomó la rotunda decisión de viajar, junto a varios amigos (entre ellos el villeguense Diego Luna), a la exótica Egipto. Con amigos todo es más fácil, y más lindo, dicen. Así fue para este grupo que rememoró viejas anécdotas vividas en General Villegas, pero ahora en la otra parte del mundo, en distinto continente y diferente cultura. En África estuvieron tres semanas.
Pero luego se separó de sus amigos, volvió a Europa, pasó por Gambia (país africano) y se estableció en Barcelona, España. Todo esto en un lapso corto, que demuestra el «espíritu nómade» del villeguense. «Ahí cargué pilas para seguir viaje», dijo Federico, quien hizo una «pequeña parada» nuevamente en Asia, esta vez en Filipinas.
Radicación definitiva y actual
El villeguense recapacitó sobre todo lo vivido en poco tiempo y, por medio de un amigo, intentó «echar raíces» en alguna parte del planeta, luego de varias pasantías remotas.
El único continente que le faltaba conocer era Oceanía, por lo que mantuvo viva su tradición viajera y se mudó a Nueva Zelanda, un país en el suroeste del océano Pacífico, que comprende dos islas principales, ambas marcadas por los volcanes y la glaciación.
El lugar donde radica es Napier, una ciudad portuaria localizada en la región de Hawke’s Bay, en la Isla Norte de Nueva Zelanda. Se ubica a 16 kilómetros al norte de Hastings, ciudad con la que es conocida como «Las ciudades de la Bahía», por ser los dos mayores conglomerados urbanos de la Bahía de Hawke.
Federico no tuvo mayores problemas en la adaptación al país, ya que es «tranquilo y pequeño», donde la gente se ha comportado muy bien con él, con actitudes gentiles y amables.
Planes para el futuro
El villeguense confesó que no le gusta proyectar al largo plazo, ya que trata de vivir el día a día y acomodarse al presente. «Creo que está bueno disfrutar cada momento y no preocuparse tanto por el futuro», reconoció.
De todas formas, aclaró que le gustan mucho las temporadas de verano y se considera un fiel seguidor de la estación. Pero aún no tiene nada claro y cualquier estadía puede ser temporal.
Lo que sabe de sí mismo es que quiere obtener un lugar fijo de vida, pero no sabe cuál es ese país, esa ciudad, que lo acoja por un tiempo indeterminado. Y en el mientras tanto, él sigue recorriendo distintas culturas y sociedades, exóticas algunas y familiares otras.
Conclusiones finales
Después de tantos viajes y kilómetros recorridos, el villeguense se quedó con Laos como el lugar que más lo sorprendió por su cultura y paisaje.
En cuanto al concepto general que tienen de los argentinos, contó que en la mayoría de los países asocian a nuestras tierras con el fútbol. En los sitios más «cultos», relacionaron a Argentina con el esfuerzo y sacrificio que se hace diariamente para salir adelante, con la definición de «un país trabajador». Y aclaró que nunca tuvo ningún inconveniente «por ser argentino».
Se superó, voló alto y cumplió su sueño, así se define la vida viajera de Federico. A sus 32 años, cumplió su sueño máximo y la inquietud de explorar destinos fue saldada. Recorrió todos los continentes, un total de dieciséis países y múltiples culturas.
Pero su historia en el exterior sigue y aún tiene muchos capítulos por escribir. Porque así es Federico, porque esa es su impronta. Mientras tanto, por estos lados, esperan por su vuelta. Pero él, a tantos kilómetros de su amado General Villegas, continúa triunfando.