¿Cómo se defiende la educación pública hoy?
Un país con una cultura que reconoce a su educación pública como un valor en sí mismo, un sistema educativo ineficaz para la movilidad social ascendente, la salud física y mental del cuerpo docente, la reivindicación de una escuela que no enlaza el espacio común donde se encuentran el hijo de un juez, con el de un obrero, la violencia hacia el cuerpo docente, el apego a las normativas burocráticas para la propagación de un pensamiento único, e insustancial; fueron los motivos que me inquietaron a preguntarme “¿cómo se defiende la educación pública hoy?”
Los argentinos expresamos constantemente ante los ojos del mundo, nuestro orgullo de tener una educación que es pública, eludiendo (generalmente) hablar de la tragedia educativa que describió Etcheverry, muy presente en nuestros días. Pensamos que desde lo discursivo, y con la bandera de que sea pública, alcanza para estar haciéndole un bien a la educación. En principio, esta premisa suena muy humana, pero la realidad que emerge en las aulas, se advierten otro tipo de tratos, no tan humanos. Es decir, si bien me considero como ciudadano y docente, un fiel defensor de una educación para todos/as, dentro de ella, encuentro periódicamente una estructura administrativa insolvente y viciada, que opera en desmedro de la educación pública. Y no refiero en esto al trabajo inacabable de directivos, o docentes, que también padecen las injusticias de la burocracia administrativa, como de las problemáticas sociales que brotan en las escuelas.
Detrás de la educación a la que asisten periódicamente los hijos de los Argentinos en los tres niveles obligatorios según la Ley 26.206 sancionada en el año 2006 (Ley Filmus), se presenta un gran sistema administrativo (que fue necesario para su ejecución), pero que retroalimento imparablemente los vicios burocráticos del sistema, que llevó a que se pierda el verdadero cauce de las intenciones genuinas de dicha Ley.
Desde la piel de los docentes debo decir, que es muy cómodo para los cargos de jerarquía, inundarnos con programas, diseños, y discursos que derrochan una demagogia inusitada a todo el personal; pero que a su vez contiene un desajuste significativo con lo que atravesamos quienes estamos a cargo de las aulas (con salarios abyectos).
En silencio todos los que ejercemos, tenemos algún familiar, o conocido que trabaja en el sistema docente, sabemos de lo insalubre que se torna ejercer la profesión. Una problemática que padecemos los docentes de Villegas y de éste país, y que lejos de servir para reflexionar en profundidad, incomoda generalmente a las autoridades de turno. Digamos, que se seleccionan intencionalmente desafíos a abordar (y hasta algunas banderas se encumbran con mucho orgullo), para no reflexionar de los problemáticas reales como la alfabetización, la violencia, las designaciones por afinidad ideológica o vínculos parentales, los numerosos problemas de salud asociados a síntomas de ansiedad que sufren maestras primarias y de nivel inicial, el alineamiento corporativo de los que ejercen autoridad/autoritarismo, o la falta de empatía generalizada como consecuencia de una burocracia apática y devastadora.
Es paradójico que en las bajadas de línea que se realizan sobre el cuerpo docente, se manifieste la importancia de celebrar con nuestros alumnos la convivencia en democracia, y al unísono nos quedamos en silencio frente a las problemáticas que nos atañan con temor; porque como me dijo una vez susurrando en voz baja una autoridad del sistema “acá hay que ser ciego, sordo, y mudo”.
Se vuelve utópico en éste contexto educativo, plantear un pensamiento divergente al de la burocracia; porque pensar diferente empieza a ser una amenaza para el que ocupa un lugar favorable en la correlación de fuerzas dentro del sistema.
Presenciamos un momento histórico de transmutación del Status Quo, donde existe una policía del pensamiento progresista; que paradójicamente habla de democracia, derechos, revisionismo, de ecologismo, liberación, procesos de aprendizaje, y demás slogans.
Es por eso que digo que no basta en una educación de emergencia, con decir que defendemos la educación pública, sino que es necesario mantener un espíritu crítico, disruptivo al individualismo, reflexivo, y humano, que se necesita para alimentar el pensamiento de los futuros ciudadanos adultos del país.
Uno de los síntomas más visibles de éste deterioro en la educación, es la desesperación de los docentes de seguir realizando cursos (pagos muchos de ellos) o carreras, para buscar ascender hacia otro cargo como puede ser la biblioteca de una institución, la secretaría, o la preceptoría, debido al estrés que conlleva estar dentro de un aula, lo que a las claras demuestra la pérdida del apetito y la vocación por enseñar; algo que termina repercutiendo en la preparación de los aprendientes.
La educación pública con lógica de kiosco, pensada para secretarios de secretarios, para asesores de asesores, para pedagogos iluminados que escriben materiales curriculares, y bajan en Helicópteros a las ciudades para difundir sus nombres y apellidos, solamente retroalimenta el negocio en el que se ha transformado la educación, y al mismo tiempo destruyen los vínculos de solidaridad entre los eslabones del sistema. Es un negocio para los más cercanos. Como también es un negocio la invención de tecnicaturas o carreras de grado de formación poco eficiente, que solo sirve para retroalimentar una red de salarios de docentes afines a la burocracia, hartos de estar en los niveles de formación obligatoria.
Esta concepción de la educación como negocio, en realidad expresa el pensamiento que se desea para el país. Un país sin técnicos industriales, dependiente de la burocracia corporativa estatal; inclinados constantemente hacia el subjetivismo, no como hecho de construcción colectiva, sino para la suma de una mayor confusión.
Puedo afirmar por todo lo advertido, que se necesita de un personal autómata, que no registre con precisión los problemas reales, y que lleve consigo el germen de la burocracia; para que el nuevo paradigma del sistema educativo cumpla su rol de exhortar los sueños de los alumnos.
Por eso defender la educación pública hoy, es más que un discurso humanista, requiere principalmente del hacer desde la valentía, de mejores salarios, de autoridades democráticas, de una mayor interacción con la realidad, y de no indignarse ante la aparición del pensamiento autónomo.
En el paradigma actual, estar en silencio, es sinónimo (como en otras páginas oscuras del país) de mantenerse saludable. En este paradigma como decía el filósofo británico Gilbert Chesterton “es preciso desenvainar una espada para explicar que el pasto es verde”. En este paradigma, la burocracia administrativa, tiene la misma cara individualista que el imperialismo liberal; donde se enseña a los ciudadanos a cuidar su metro cuadrado para poder sobrevivir.
Tal vez desde la educación también se explique por qué el pueblo argentino eligió a un presidente que ganó las elecciones prometiendo ajuste. Posiblemente (y parafraseando) al periodista Jorge Fontevecchia luego del ballotage presidencial del 19 de Noviembre de 2023; porque una parte de la sociedad estaba dispuesta a castigarse a sí misma para sentir el goce de castigar por un rato, a la burocracia estatal que la había angustiado.
Evitando ser cómplice con cada una de mis palabras de lo que devenga del futuro de nuestra patria, dejo mi firma en ésta columna de opinión sobre la educación Argentina y de General Villegas, siguiendo fielmente la premisa textual que aprendí del periodista con mayor dignidad y compromiso de nuestro país antes de ser desaparecido:
“…Con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles…”
* Fermín Méndez es Profesor de Música