Corría un lunes a fines de julio, principios de agosto de 1982. Mi viejo se levanta a laburar, pone la pava para tomar 2 mates en silencio porque duermen mi madre y mi hermano más grande de 6 meses, Nicolás.
Sale a la calle, día de viento, pero el clima en la gente era el de estar saliendo de una guerra. Llega al laburo, saluda a sus compañeros, al patrón que deja las órdenes para irse a recorrer la otra obra, pero antes presenta un nuevo ayudante. Nadie lo conoce y el no conoce a nadie.
Con la cierta timidez que genera entrar a un nuevo ambiente laboral, el pibe saluda y arranca la jornada. Mezcla va, ladrillo viene, de fondo se escucha la clásica radio de obra, siempre mal sintonizada; y alguna que otra cargada sobre el picado del fin de semana. Pasan algunas horas hasta que, de arriba de un andamio, se escucha el grito del oficial más viejo: «pongan el agua». Se arma la ronda de nuestra verde costumbre y un poco de descanso, ese diía tocó hormigonear.
Dueño de la curiosidad uno pregunta al pibe, ¿de dónde venís vos loco? A lo que el pibe contesta, con una tonada diferente a la de nuestra región: ¿De dónde soy, o de dónde vengo? Y otro al escucharlo salta diciendo: ¡De Mendoza! A lo que el pibe asienta con su cabeza. «Soy de Mendoza pero vengo del sur. Interrumpiendo su relato con nuestra ansiedad porteña uno dice: «de donde sacan petróleo, ahí se paga bien». A lo que él contesta: Sí, pero no vengo de trabajar, vengo de la guerra de Malvinas, de pelear.
A la reunión se la adueñó un silencio tal, que ni esa vieja radio parecía escucharse. Al pasar unos segundos solo él cortó ese silencio, contando en qué regimiento estuvo, qué función cumplía, cómo eran las noches de fuego cruzado, el día que terminó la guerra y cómo, después de un mes y medio, estaba tratando de volver a su casa. La reunión ese día se alargó un poco más.
Retomada la rutina laboral y al pedido de una tenaza, el pibe acude a la orden de su oficial sin poder encontrar el cajón de herramientas, propio del desconocimiento en el nuevo lugar. De reojo y a la distancia, mi viejo denota una preocupación algo más de la normal en su búsqueda. Entendió, un poco quizás por su pasado en la colimba, que eran signos de aturdimiento, pero lamentablemente para ese pibe no solo mi viejo lo percibió.
Paleando uno de los últimos pastones de la tarde, enfocado en su tarea, el pibe escuchó una repetición de explosiones y corre lanzándose de cabeza al resguardo de una pseudo trinchera, que no era más que una montaña de arena. Pasado unos segundos abre los ojos, ve nítida la claridad del cielo, no siente olor a pólvora, saca sus manos de los oídos y solo escucha risas. Mira y ve a otro de los peones con un cortafierros en la mano, con el cual le había RASPADO LAS CHAPAS que cercaban el frente de la obra. Con una risa a medias, de vergüenza, se levanta y, mientras se sacude, escucha un: «Te cagaste todo».
Esa imagen cavó tan profundo en mi viejo, tanto en lo momentáneo como al volver del pique en su bici a la casa y como hoy, 42 años después, que me la recuerda. Yo, después de lo escuchado y en mi escasa capacidad analítica, reflexiono qué poca consciencia tuvieron de no saber que tenían a un héroe recién salido de la guerra al lado de ellos, tratando de hacer un mango para volver a su casa, abrazar a su familia y sentir algo de paz.
Y me lleva al pensamiento general de lo poco conscientes que somos muchos como comunidad en lo local; y como argentinos en general, al no acercarnos a homenajear a los caidos en su único dia del año. Pero mas allá de eso, que poco lo somos con nuestros héroes en vida también.
Fueron, en parte, todos héroes de nuestra democracia hoy vigente, dieron la vida por su Patria por encima de un pedazo de tierra; y creo que es el mínimo respeto que le debemos tener a ese pasante peón de albañil, a esa madre que la encontró la noche en un andén esperando a su hijo volver que nunca llegó, a quienes hoy siguen luchando con las secuelas psíquicas y físicas que deja una guerra, a quienes encima las siguientes décadas tuvieron que padecer el destrato de políticas de turno.
Como sociedad, es acercarnos en su día a homenajearlos, transmitir con responsabilidad a nuestras siguientes generaciones quiénes fueron esas personas en nuestra historia y lograr que, con el tiempo, esos héroes sientan que no va haber nunca nadie más que les RASPE LAS CHAPAS!
LAS MALVINAS SON ARGENTINAS.
Facundo Azurmendi, lector de Actualidad