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martes, diciembre 3, 2024
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Casa Emín: cien años de tesón e historia en General Villegas | Por Florencia Bron*

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Casa Emín tiene cien años de historia. Omar, quien continúa con el negocio familiar, tiene apenas cinco años menos: 95, y en poco más de un mes, el 19 de agosto, 96.

Trabajo, esfuerzo, sacrificio, perseverancia, compañerismo son algunas de las palabras que definen a quienes formaron parte del comercio a lo largo de los años, a partir de la llegada de los inmigrantes Alfredo y María, los padres de Omar, a este rincón de la provincia de Buenos Aires.

Turquía, escala en Italia y finalmente Argentina. Así desembarcaron en nuestro país. Dicho así resulta muy simple, pero no lo fue en los tiempos en los que Alfredo tenía apenas 17 años cuando dejó su país.

La conversación con Omar no fue lineal. Podría decirse que tampoco tuvo un hilo conductor en la historia, que está repleta de información y de recuerdos. Algunos permanecen intactos, otros no tanto. Pero en este recorrido, con ese señor de gran porte que uno siempre veía caminando por las calles de la ciudad, el objetivo principal es recordar que las cosas pueden hacerse de otra manera, con ese tesón que pudo construir un país.

Omar ya no puede leer el diario como lo hacía y hay que elevar un poquito el tono de voz para poder dialogar con él. Pero sigue con sus ganas intactas de ir al negocio que fundó su familia un siglo atrás. Hace chistes, se ríe y mira de reojo a su compañera desde hace 66 años, Kelly Bogliolo, que oficia de apuntadora en ocasiones.

Omar Emín (P), con apenas cinco años menos que el negocio familiar, recibió a ACTUALIDAD en su casa.

«Mi padre, Alfredo, tenía un comercio grande de venta de frutas, verduras y otras mercaderías en General Pico, La Pampa. El viajaba a San Juan para buscar variedad. Un día volcó mientras viajaba con un amigo. Su amigo no se hizo nada, pero él terminó muy golpeado y tuvo problemas en la columna. Lo llevaron a América. Por aquel entonces sólo lo dejaron en una cama con la única indicación médica de no tocarlo», rememora Omar al comenzar a explicar cómo y por qué llegó su familia a General Villegas.

«En esa época un tío mío ya estaba por abrir un comercio acá, en la esquina de Rivadavia y Arenales, donde hoy se encuentra un local de venta de celulares y accesorios. Mi padre lo llamó por teléfono y le dijo que trajera a mi madre, María, para que la dejara en la casa que había ahí, que era una habitación, una cocina chiquita y un baño. Que ya se iban a arreglar y que él iba a dejar el comercio de Pico. Dos meses después, él se vino a Villegas», continuó el relato.

Era el año 1924. «Mi padre no sabía nada de tienda, pero así empezó. En casa se cortaban los pantalones, por ejemplo. Había dos costureras que se encargaban de coser. En ese tiempo se vendían muchísimas bombachas, prenda que después fue reemplazada por el jean», hace memoria Omar.

«Blanco y Colorado», así se llamó en los comienzos de esta historia, en alusión a los colores de la bandera de Turquía, de donde Alfredo y María llegaron a la Argentina.

Unos seis años después, «nos cruzamos a la esquina de enfrente, porque la casa y el salón eran más grandes. Y se empezó a tener empleados», dice Omar. Pasaron unos años y hubo un nuevo traslado, a la esquina de Belgrano y Rivadavia (hoy hay una heladería). «El espacio era más grande y los empleados eran cinco», continúa el relato, mostrando el crecimiento rápido que la iniciativa familiar tenía.

Allí trabajaron hasta que «mi padre vio que se vendía el terreno donde finalmente se asentó Casa Emín (actualmente El Reino). En ese tiempo había buenos créditos y el Banco Hipotecario les dio una parte del dinero, a pagar a treinta años», agrega Omar.

Se mudaron a calle Moreno en 1946, año de la inauguración. Cristóbal Formica hizo el salón y las vidrieras. La casa, pegada al negocio, tenía una parte vieja que arreglaron por completo y otra parte la hicieron nueva. El comercio hoy sigue funcionando, ya en un espacio más reducido, en la parte donde se encontraban las habitaciones de la casa familiar, después de hechas las remodelaciones necesarias.

«Mi padre no sabía nada de tiendas, pobre», dice Omar. Y recuerda que «un día un viajante, español, le propuso traer telas; y fue así que empezó a venderlas. Lo de los pantalones ya estaba un poco en marcha. Y fue recibiendo recomendaciones de especialistas en telas, que por entonces se vendían muchísimo».

Pero en un momento la venta comenzó a bajar. Lejos de quedarse analizando la situación y los números, la venta de alfombras asomó en Casa Emín. «Alfombrábamos un montón de pisos, incluso en Buenos Aires. Hasta que vino la inundación en 1987 y toda la gente nos pedía que les sacáramos la alfombra. Ahí se perdió algo muy grande. Además la mitad de la deuda que tenían los clientes, no la pagaron. Se vendía menos, pero hablábamos con la gente y fuimos saliendo», comenta Omar, recordando así una de las tantas salidas a distintas crisis a lo largo de un siglo de vida comercial.

Su madre era genovesa. «Era especialista en negocios, estaba en la caja. Llevaba a casa las cuentas y los libros para controlar. Y había una sección que ella siempre atendió, algo olvidado ahora: las fajas con ballenas y cordones, chicas y grandes. Y las medias finas de mujer. Era terrible lo que se vendían, ahora casi ni se usan», hace una rápida comparación con el presente.

Ropa interior, sábanas, frazadas y tapados de piel «de mucha calidad y precio» -destaca Omar- fueron parte, también, de Casa Emín.

Cuando le preguntamos por su infancia, cuenta que estaba todo el día en la tienda. «Jugaba al fútbol donde ahora está el Hotel Rucalén, hasta las cuatro de la tarde. Y después iba al negocio. Tendría 9 años. Yo llevaba los paquetes».

Con el correr de los años, de a poco, empezó a atender clientes. «Pero también a criticar», comenta entre risas. Y da un ejemplo de ello: «Había un empleado que se ocupaba de comprar, venía el viajante de las medias y compraba siempre las mismas, cuando había más lindas. Hasta que un día le dije lo que pensaba. Mi padre me dijo que tenía razón».

Hacer las vidrieras se sumó después a las funciones de Omar en la tienda, donde también trabajó su hermana, Carmen. «Ella era muy buena vendedora», menciona.

Los hermanos Emín, Carmen y Omar, en el año 1933.

El local de calle Moreno tenía 500 metros cuadrados. Ahí «había nueve empleados. Hoy la gente viaja mucho, va a otro lado y compra novedades, pero en aquel entonces apenas salía de vacaciones», vuelve a hacer una comparación rápida.

En ese tiempo había otros comercios de ese tipo en General Villegas. Renatti, El Barato Argentino, Caccavari, Costanzo… «Eran todas tiendas grandes y todas trabajaban», dice.

Y va haciendo memoria, con la ayuda de Kelly, que apunta; y cuenta que «en esa época moría alguien en la familia y venían en los sulkys, ataban los caballos y se empeñaban para vestirse de negro, hasta los pañuelos con las rayitas de color negro; y las mujeres se ponían algo negro en la cabeza. Había una tela cara, de algodón, de ese color. Se moría uno y se vestían todos iguales», comenta con un tono en el que, pareciera, le cuesta creer las cosas que ocurrían en otras épocas de nuestro General Villegas.

Omar nunca pensó en dejar el negocio familiar. «Me atrae ahora mismo», asegura a sus 95 años, aunque reconoce que no sale mucho «porque hace frío. A veces me vienen a buscar y después me traen. Es una costumbre. Y es lindo. A lo mejor a otro le puede resultar aburrido. A mí me gusta», insiste.

Y volvemos a hablar del Villegas de otros tiempos. Uno muy bueno, según cuenta, cuando la tienda se encontraba en Belgrano y Rivadavia. «Enfrente estaba el Hotel La Estrella. Era muy grande, ocupaba un cuarto de manzana. Y tenía una parte con caballerizas. La gente venía el sábado a la mañana, hacía las compras, se quedaba en el hotel, iba al cine y el lunes se iba. Pero el hotel siempre estaba a pleno. Después las cosas fueron cambiando. Antes la ciudad era más chica, nos conocíamos todos», dice Omar mientras su mirada se pierde, recreando esos buenos tiempos, como él los definió.

Entre nombres y apellidos, en algunos casos completos, en otros inconclusos, rememora a algunos de los empleados que trabajaron en Casa Emín. «Hierro, Labarthe, Dora Ferrero, Carlos Cabrera», vinieron a su mente.

La publicidad de Casa Emín caracterizaba de un modo particular y especial al comercio familiar. «En un tiempo tenía una Rural, me compré un equipo y salía haciendo publicidad. También iba a los pueblos. ‘Somos porfiados’ es la más recordada», dice Omar; y a modo de anécdota recuerda que «un día entraba a la cancha y decían: ahí llega el porfiado». Incluso su nieta Daniela, cuando era chiquita, participó en una de las publicidades: ‘mi abuelo dice que somos porfiados’, decía la pequeña, que hoy ya tiene 21 años.

Villa Sauze, Banderaló, Larroudé, Bunge, Piedritas y Santa Eleodora son algunas de las localidades que recorrió llevando su propia voz en la publicidad del negocio. Y si bien también imprimían folletos, Omar asegura que «la voz era otra cosa».

«Era algo lindo. No era un esfuerzo para mí. Eso sí, levantarme temprano nunca me gustó. Abría mi padre o mi tío. Trabajar hasta cualquier hora, pero madrugar no. Es feo», dice mientras se ríe de su comentario.

Y en esta historia no puede no aparecer en la escena Kelly Bogliolo, su esposa, su compañera de vida, con la que tuvo un noviazgo de seis años y llevan 66 años de matrimonio y compañerismo. Se casaron en 1958 y tienen dos hijos: Omar, que nació en octubre del ’59; y Marta, que llegó cinco años después que su hermano mayor.

Omar (p), Kelly, Marta y Omar (h). Una foto familiar, aunque ya no en blanco y negro, para las Bodas de Plata del matrimonio.

«Mi papá era viajante de comercio, se recorría todos los pueblos. Trabajaba para una empresa muy grande. Y mi mamá y mi tía le cocían a Carmen (hermana de Omar). Ellas tenían un montón de clientes en una boutique que habían puesto. Así nos conocimos. Él había vuelto del servicio militar en Mercedes, Buenos Aires. Y yo estaba en segundo año. Me lleva ocho años», comenta Kelly, a quien hacemos parte de la conversación, aunque nos acompañó desde el inicio, ayudó a Omar a recordar lo que se le escapaba de la memoria, compartimos un café; y miramos y charlamos sobre algunas fotos familiares, en blanco y negro.

Kelly nunca trabajó en la tienda. Pero acompañó a Omar cuando hizo falta. «Cuando su familia se iba de vacaciones a Balcarce o Mar del Plata, porque tenían primos ahí, él se quedaba solo. Entonces yo me trasladaba a la casa de su familia, estábamos instalados ahí hasta que regresaban», comenta.

Pero cuando eso no ocurría, todas las tardes iba a buscar a Omar a la tienda, a pocos metros de la casa que ambos todavía ocupan en pleno centro de la ciudad. «Y cuando nuestros hijos eran chicos, lo hacía con ellos. Ahora vamos juntos al banco a cobrar la jubilación», dice entre risas.

Es que resultaba muy fácil ir de aquí para allá. Hablar del pasado y del presente. Que los datos y los recuerdos se mezclen unos con otros. ¿Cómo se hace para mantener el orden de la historia en cien años de vida comercial? Una vida comercial que, en este caso, fue de la mano de la familiar. En los comienzos con Alfredo, María y Carmen. Y más adelante, con Kelly, Omar y Marta, cuando el protagonista de esta charla formó la suya propia.

Familia Emín-Navilli (el apellido de su madre): Alfredo, María, Carmen y Omar.

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