“Cuando cerrás los ojos y pensás en Villegas, ¿qué se te viene a la cabeza?”, le preguntó Esteban Mutuberría, conductor de GPS: Villeguenses por el Mundo (FM Actualidad, martes a las 21 horas con repeticiones los sábados a las 12) desde el otro lado del teléfono.
Flavio Quiroga (43) ríe antes de responder: “Se me viene el mundo encima. Es mejor no cerrarlos. Se me vienen los asados, los partidos de rugby, el barrio Hospital… tantas cosas lindas”. Nacido y criado en General Villegas, provincia de Buenos Aires, su infancia transcurrió entre el barrio Villa Gómez —”ahí viví toda mi infancia, subido a los árboles con mis primos”— y las aulas del Colegio Nacional, donde se graduó con un bachillerato en Ciencias Exactas.
En noviembre de 2001, semanas antes del estallido del corralito, Flavio tomó un avión rumbo a España. No fue la crisis lo que lo empujó, sino un sueño sembrado por su prima Norma Iris Muñoz, emigrada años antes: “Desde chico ella me hablaba de Cataluña. Me decía: «¿Te gustaría estudiar allá?». Esa idea nunca se me fue”. Con 20 años y un plan de estudiar radiología —”estuve de gratis en el Hospital Municipal de Villegas, aprendiendo con los técnicos”—, aterrizó en Madrid. Pero la realidad fue otra: “Necesitaba trabajo, casa… y me tocó hacer de todo”.
Mataró, Cataluña: entre el catalán y los mercadillos hippies
Flavio recaló en Mataró, una ciudad costera a 40 minutos de Barcelona que define como “un lugar tranquilo, con playas hermosas y montañas cerca”. Lo primero que lo descolocó fue el idioma: “No sabía que aquí se hablaba catalán. Llegué y los carteles de la autopista no los entendía. Me apunté a cursos de inmediato”. Hoy, tras 23 años, lo domina con naturalidad: “Lo entiendo perfecto, pero me siento más cómodo hablando en castellano. Eso sí, siempre aclaro que no me molesta que me hablen en catalán”.
Sus primeros trabajos fueron tan variados como su espíritu inquieto. Empezó montando estructuras para un mercadillo hippie en Las Ramblas de Barcelona: “Era un lío: armábamos puestos de madrugada y los desmontábamos de noche”. Luego pasó a la industria textil en Mataró, donde coincidió con la oleada migratoria china: “Trabajé cortando telas en mesas gigantes. Era un mundo de patrones y rollos interminables”. Pero su salto definitivo fue la hostelería. Junto a su hermano Gastón, se formó en banquetes y restaurantes de alto nivel, incluso en uno que aspiraba a la estrella Michelin: “Fui el primer camarero de Carles Tejedor, un chef brillante. La presión era brutal, pero aprendí de los mejores”.
«El maíz nos une»: una familia entre Lituania, Cataluña y Villegas
En Mataró, Flavio construyó una familia tan multicultural como sus experiencias. Con su primera pareja, una catalana, tuvo a Marina (14). Con su actual compañera, lituana, llegó Nahuel (3). “En casa hablamos castellano, catalán y lituano. Nahuel ya entiende inglés… ¡es una máquina!”, dice orgulloso. Las tradiciones argentinas persisten: “El asado y el choclo robado —confiesa en voz baja—. Mis hijos tienen el gen villeguense: les encanta el maíz. Mis amigos catalanes se ríen: «¿Por qué le ponen maíz a todo?»“.
Las navidades, sin embargo, son un puente entre mundos: “Allá se festeja en la calle; aquí hace frío y es más íntimo. Pero nos juntamos, mezclamos comidas y nos damos mil abrazos”. De Europa adoptó la puntualidad: “Ahora me incomoda la impuntualidad. ¡Me han civilizado a base de multas!”, bromea.
Rugby y percusión: las pasiones que no entienden de fronteras
Flavio lleva el rugby en la sangre. Empezó a los 11 años en Villegas, siguiendo los pasos de su hermano mayor, y hoy es socio fundador del Rugby Club Mataró. Hace poco, en un partido homenaje, se rompió el brazo izquierdo: “Fue un placaje mal dado. Pero el rugby me enseñó a no dejar al equipo tirado, llueva o truene”. Los valores del deporte los aplica en su trabajo actual en logística: “Coordino entregas para grandes superficies como Carrefour. Es un baile de horarios y rutas, pero con equipo todo sale”.
La música es su otra gran pasión. En Villegas tocó el bajo en bandas como Savanna la Mar y fue parte de Los Colifatos: “Abríamos conciertos y hasta toqué la trompeta en la banda municipal”. En España, se volcó a la percusión: “Hubo un boom de batucadas. Toqué en manifestaciones, programas de TV… incluso enseñé a niños y padres en colegios”. Hoy sueña con retomar: “Quiero aprender batería. ¡Es mi espinita!”.
«Tengo dos hogares»: entre el síndrome del viajero y la añoranza
Aunque lleva más de dos décadas en España, Flavio se define como un híbrido: “Cuando me preguntan de dónde soy, digo: «De Villegas, un pueblo de la Pampa donde las tormentas se ven venir desde lejos»“. Su corazón está dividido: “Mataró es mi base; mis hijos nacieron aquí. Pero Villegas es mi raíz. Solo me siento extranjero al renovar el DNI”. La última vez que pisó Argentina fue en 2017, y la nostalgia lo empuja: “Mi suegro me reta: «¿Cuándo vamos?». Le dije: «En 2026». Ahora tengo que cumplir”.
Para quienes piensan emigrar, su consejo es claro: “No dejes de ser vos mismo. Adaptate, pero no te traiciones. Y animate: lo que hay afuera puede ser mejor o peor de lo que imaginás, pero siempre será una aventura”.
Un futuro entre playas y maizales
Flavio no sabe dónde estará en unos años. Su pareja sugiere mudarse a otra parte de España, pero él mantiene la mente abierta: “Podría probar en otro país, o quizás volver a Villegas. Si regreso, lo primero sería visitar el club de rugby… y perderme en el campo, tocando tierra”. Mientras, cría a sus hijos con un legado: “Que sean curiosos, respetuosos y se animen a comerse el mundo. Como el maíz, que crece donde sea”.
Así, entre risas, acentos mezclados y un brazo enyesado que delata su pasión rugbística, Flavio Quiroga sigue tejiendo su historia: un villeguense que convirtió la incertidumbre en un hogar sin fronteras.