En el vasto territorio de la llanura pampeana, donde los motores rugen y los aviones surcan los cielos con precisión milimétrica, se forjó una historia de amistad, pasión y adrenalina. La historia de dos hombres que dejaron una huella imborrable en la comunidad de General Villegas y más allá: José Larramendi y Alberto Ballari.
Todo comenzó cuando el Flaco Larramendi, en su juventud, dejó su hogar en General Cabrera para trabajar en un hotel de su tío en Huinca Renancó. Fue allí donde conoció a Alberto, quien decidió formarse como piloto bajo su tutela. Un avión que necesitaba reparación los llevó a Talú, una firma villeguense del sector, y fue Lito Iriarte quien le abrió las puertas al Flaco para trabajar en ese taller. Con el tiempo, invitó a Alberto a Villegas, y juntos dieron vida a la empresa Larramendi y Ballari Fumigaciones, un emprendimiento que no solo los convirtió en socios, sino en inseparables compañeros de aventuras.
Por años recorrieron los campos en sus aviones, ofreciendo su trabajo con profesionalismo y un sentido del humor que los hacía entrañables. Mientras Larramendi mantenía una actitud más seria, Ballari era el alma inquieta, siempre buscando nuevos desafíos. Su historia también se escribió en las rutas, participando en los legendarios Grandes Premios de Turismo Nacional de 1973 y 1974, donde la velocidad y la destreza al volante eran el pan de cada día. Dato: la preparación del motor la hacía Alberto Vallasciani, aquel recordado piloto y preparador Bahiense.
Uno de los momentos más recordados fue cuando Alberto tuvo que encontrar un nuevo copiloto, luego de que Ladi, preocupada por los peligros del automovilismo, le pidiera al Flaco que dejara de correr. Fue entonces cuando apareció Jorge Arribas, un acompañante que, con total sinceridad, advirtió que no tenía idea de mecánica. La anécdota de aquella carrera en caminos de ripio y tierra, donde una pinchadura los obligó a detenerse y Arribas, sin saber qué era una llave cruz, dejó a Ballari entre la risa y la desesperación, es una de tantas que aún se cuentan con nostalgia.
Más allá del vértigo del automovilismo y la aviación, Alberto Ballari también dejó su marca en la política, siendo intendente de General Villegas durante tres períodos. Fue durante su gestión que el presidente Raúl Alfonsín visitó la ciudad, un hito que aún se recuerda en la comunidad.
El tiempo pasó, pero los recuerdos permanecen. Como aquella travesía a La Carlota, en la que un joven aventurero -autor de esta crónica- viajó en el baúl de una Fiat Multicarga, acompañado por amigos y colchones, dispuesto a no perderse la emoción de una carrera. O las múltiples publicidades que decoraban los autos de competición de la época, nombres que evocan una era de pasión y camaradería: Moreno Sport, Panamericana, Almacén El Sol, Gomería González, Vinos Manzano, de Tito Cerutti, Sigra Villegas y Letreros Mastrángelo, entre otras. Además, el General Villegas bien grande en el capot, en 1973; y en el parabrisas, en 1974.
Hoy, solo algunas de esas firmas siguen en pie, pero el recuerdo del Flaco y Alberto sigue intacto. Porque no solo fueron pilotos, fumigadores y corredores, sino que fueron amigos, compañeros y referentes para muchos. Como para aquel joven que los siguió hasta La Carlota y que, tras perder a su padre a los 16 años, encontró en ellos una contención invaluable, un gesto que demuestra que, más allá de la velocidad y el riesgo, el verdadero legado se construye con humanidad.
Esta crónica es también un saludo para quienes mantienen vivo su recuerdo: Gaby y Luis, hijos de Alberto; Tata, Alicia y Adriana, hijos del Flaco. Porque la historia de Larramendi y Ballari no es solo una anécdota del pasado, sino un testimonio de vida, pasión y amistad que sigue resonando en los cielos y caminos de nuestra región.
Román Alustiza