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domingo, septiembre 7, 2025
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El Indio Urquiza, embajador de la palabra

La historia de Alfredo “el Indio” Urquiza es la de una superación tenaz, una vocación ardiente y un talento inconfundible. Román Alustiza, en su tradicional columna “Goyo, el Memorioso”, evocó con entrañable afecto y lujo de detalles la vida de este destacado artista villeguense, cuya trayectoria trascendió fronteras.

Nacido en 1951 en el Barrio Obrero, tercero de ocho hermanos en una familia humilde, Alfredo Urquiza creció sabiendo que el esfuerzo era el único camino. De niño, lavaba copas en el bar Colón, vendía caramelos en el Cine Español y trabajaba en la masitería de Monti. Todo ingreso sumaba para ayudar en su casa.

Estudió en la Escuela 17 y más tarde completó sus estudios en la escuela nocturna y luego en el Colegio Nacional. Su destino parecía ser el Derecho: obtuvo una beca y partió a La Plata para estudiar en la universidad. Pero allí descubriría su verdadera vocación: el arte.

El poeta que leía a Berta Singerman

Fue su primo Ángel quien relató que un día Alfredo llegó con un disco de Berta Singerman, libros y un cuaderno, y anunció: “Me voy a recibir de abogado, pero encontré mi verdadera vocación”. Ya en la primaria mostraba su pasión por la poesía y los versos. En las fiestas escolares, él era quien pedía leer frente a todos, con una naturalidad que anticipaba su futuro artístico.

En La Plata comenzó a estudiar en la Casa del Teatro y se transformó en un personaje querido y conocido. Su memoria prodigiosa lo hacía destacar en la facultad, donde impresionaba a compañeros y docentes por igual. Su carisma y hospitalidad también eran memorables: cocinaba para todos, resolvía con ingenio los imprevistos y siempre tenía una historia para contar.

Una de sus fotos más extrañas, con un birrete en su cabeza
Un artista completo y generoso

Román Alustiza recordó anécdotas sabrosas: como la vez que con un lomo enviado a su compañero de casa preparó empanadas para todos, o cuando solucionaba la llegada inesperada de comensales con “dos litros más de agua” en el guiso. El Indio vivía rodeado de amigos, entre apuntes, poesía y guitarreadas.

Sus presentaciones lo llevaron por toda América Latina y Europa: Perú, Cuba, México, Brasil, Uruguay, España, Francia y Alemania. Cada escenario fue testigo de su potencia expresiva, su manejo del lenguaje y su amor por la poesía hispanoamericana. En Mar del Plata –ciudad que adoraba– pasó muchos veranos haciendo temporada teatral.

En 2014 obtuvo el Premio Estrella de Mar al Mejor Unipersonal, compitiendo con figuras como el Gato Peters y Fabio Posca. Fue su consagración artística, el reconocimiento que había buscado durante toda su vida.

Una despedida poética

Aquel mismo año, poco antes de cumplir 62 años, falleció. Estaba enfermo, y lo sabía. Por eso, sus últimos meses estuvieron marcados por reuniones, encuentros, despedidas implícitas en medio de poemas y canciones. En una de esas veladas, recibió ni más ni menos que a la escritora Aurora Venturini, a quien presentó con humildad, sin destacar su prestigio literario. Otro reflejo de su grandeza.

Pidió que sus cenizas fueran esparcidas entre dos lugares clave en su historia: Mar del Plata y la placita cercana a la Escuela 17, en el entrañable Barrio Obrero, que por un tiempo llevó otro nombre, pero que recuperó el suyo original con justicia.

El Indio Urquiza no solo fue un artista brillante. Fue también un hombre comprometido con su tiempo, con su gente y con su palabra. Villeguense de cuna, platense por adopción, dejó una huella profunda en todos los que lo conocieron. Y como recordó Román Alustiza al cierre, su memoria seguirá viva en cada historia compartida, cada verso recitado, cada reunión donde la poesía diga presente.

Su paso por las escuelas de General Villegas, mientras trabajaba en contraturno