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domingo, septiembre 7, 2025
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Oscar “Tato” Redondo: un villeguense por elección con el corazón dividido entre dos patrias

Dicen que uno no elige dónde nace, pero sí dónde echar raíces. En el caso de Oscar Redondo –o simplemente “Tato” para los que lo conocen bien– esas raíces se hundieron profundamente en la tierra de General Villegas, aunque sus documentos digan que nació en Lanús Este, provincia de Buenos Aires, y aunque hoy, a los 81 años, su hogar esté en Italia, frente al Lago di Garda.

Su historia es un espejo donde se reflejan muchos argentinos: pasión, migración, esfuerzo, nostalgia. Pero también es una historia única, porque fue construida con afectos, con decisiones difíciles y con una memoria emocional que mantiene intacta la esencia del país y del pueblo que eligió como suyo. Tato es, sin duda, uno de esos villeguenses por elección que honran la consigna del ciclo GPS Villeguenses por el Mundo.

El flechazo con Villegas: fútbol, afectos y raíces emocionales

El primer contacto de Tato con General Villegas se dio a fines de la década del ’60, cuando con apenas 20 años viajó con la reserva de Lanús para disputar un partido amistoso contra Eclipse. La lluvia impidió jugar y, durante los días de espera en el hotel frente a la estación, el joven porteño comenzó a caminar las calles del pueblo, a hablar con la gente y a descubrir un universo completamente distinto al que conocía. Fue entonces cuando, como él mismo dice, “le picó el bichito”.

“Vi gente muy amable, muy cariñosa, afectuosa. Era algo distinto a Buenos Aires”, recordó durante la entrevista. A partir de allí, ese sentimiento fue creciendo. Poco tiempo después dejó de jugar en Lanús y aceptó la propuesta de sumarse a Atlético Villegas, donde se convirtió en referente y capitán. Fue parte de un equipo que combinaba jóvenes talentos locales con algunos jugadores llegados desde la Capital. Él, con una década de diferencia con respecto a la mayoría, era el mayor. Y el líder.

En ese rol no solo aportó dentro de la cancha, sino también fuera de ella. Su vínculo con la comunidad fue tan fuerte que, con el paso del tiempo, forjó lazos de amistad que superaron todas las barreras de la distancia y del tiempo. “Nosotros veníamos de Buenos Aires, una ciudad fría. En Villegas sobraba el afecto. Y sobró por muchos años”, afirma.

Los nombres y los recuerdos que siguen vivos

A Tato se le iluminan los ojos cada vez que menciona a las familias que lo cobijaron: los Aiuto, los Specogna, los Elicegui. Recuerda a Delia esperándolo con bebidas calientes y arrollado de dulce de leche cubierto con chocolate; a Don Pablo Aiuto, a quien define como una persona estupenda; y a Carlitos, su hijo, compañero de equipo y amigo. También menciona al “Negro” Elicegui, al “Libro” Castaño, al “Panza” Del Valle y al “Oveja” Álvarez, que llegaba justo para los partidos tras largos viajes en camión.

Una anécdota lo pinta de cuerpo entero: en Italia, sigue tomando el café todas las mañanas en una taza de Atlético Villegas que conserva desde hace más de 40 años. “Esa taza es Villegas. Todo lo que tengo acá me recuerda a ese lugar. Le da perfume a mi casa, y ese perfume no se va más”, asegura.

Entre los tantos recuerdos, hay uno que todavía le duele. Fue una final del torneo local que Atlético perdió frente a un equipo poderoso, probablemente Juventud o Ingeniero. El conjunto villeguense estaba integrado casi en su totalidad por jugadores del pueblo, jóvenes que necesitaban un empujón anímico más. “Me quedó el remordimiento de no haberles hablado como debía. De no haberles hecho entender que hay oportunidades que se presentan una sola vez en la vida”, dice con la voz entrecortada.

El proyecto que no fue: la oportunidad de quedarse para siempre

Tato estuvo a punto de radicarse definitivamente en General Villegas. Don Pablo, su amigo y mentor, le propuso comprar juntos un campo y enseñarle el oficio. “Yo ya estaba cocinado. Estaba casado, enamorado del pueblo y con una actividad que me gustaba”, recuerda. Pero su madre, a la que visitaba cada mañana antes de ir a trabajar en el Colegio de Escribanos, le dijo: “Si vos te vas a Villegas, al día siguiente yo me muero”. Y él no se animó a cargar con ese peso.

La oportunidad pasó. Su mamá falleció años más tarde. Y entonces, lo que no pudo hacer antes, lo hizo de otro modo: emigró. Pero no a Villegas, sino a Italia.

La crisis del ’89, la hiperinflación y el salto al vacío

En 1989, con una hiperinflación descomunal que llegó al 18.000% anual, su fábrica –que producía millones de cucuruchos para Nestlé– quebró. “Cuanto más trabajaba, más perdía. Era una locura”, recuerda. Entró en una depresión profunda, se medicaba con ansiolíticos y lloraba solo cada noche. Hasta que un día decidió irse. “Le pedí a un conocido que me consiguiera trabajo, aunque fuera para limpiar baños. Yo ya no daba más”, cuenta.

Llegó a Italia con lo puesto. Durante un año vivió sin su esposa ni su hija, que no podían viajar porque no alcanzaba el dinero. Lavó platos, limpió, hizo de todo. Recién después de meses y meses de lucha logró reunir el dinero para los pasajes. Fueron años duros. Pero salió adelante. Con esfuerzo y dignidad.

De la fábrica al asado: el argentino que nunca dejó de serlo

Hoy, ya jubilado, Tato vive tranquilo. Tiene su casa, su auto, su familia. Y sigue trabajando, por gusto y por amor a sus raíces: hace asados argentinos a domicilio. Lleva su parrilla a casas italianas, corta bifes enormes, sirve mollejas (o “animeles”, como le dicen allí), prepara chimichurri y salsa criolla, y su esposa hace budín de pan. “Yo hablo en argentino, y la gente se divierte. Digo molleja, chorizo, chinchulines. A veces no entienden, pero les encanta”, se ríe.

Villegas, siempre Villegas

Cuando le preguntan qué lugar ocupa General Villegas en su vida, no duda: “El primero”. Dice que extraña el asado, el dulce de leche, la carne. Pero más que nada, extraña los afectos. “Volver, para los inmigrantes, es una palabra que siempre está presente. Vivimos con un pie en cada país. Y no estamos ni en uno ni en otro”, explica.

A pesar de todo lo que ha logrado en Italia, no oculta un deseo que le quedó pendiente: “Si yo me hubiese ido a vivir a Villegas, no me habría ido nunca del país”.

Con la sabiduría que le dan los años, Tato deja un mensaje a quienes lo escuchan: que no se vayan. Y si se van, que vuelvan. Que la Argentina tiene todo para salir adelante si recupera la cultura del trabajo y los valores que hicieron grande al país. “Italia tiene dos mares que casi no tienen peces, montañas y nada de petróleo. Pero hicieron una potencia. La riqueza ya no está bajo tierra, está en nosotros”, asegura.

Y remata: “Villegas es única. No por sus calles ni por sus edificios, sino por su gente. No se vayan. Y si se van, que sea para volver con experiencia, no para irse para siempre”.

Una caricia al corazón

Sobre el final de la charla, Tato agradece el programa, las palabras, los recuerdos. “Esto que hicieron ustedes es una caricia al corazón. Nosotros, los que estamos afuera, necesitamos estas cosas”, dice emocionado.

Y entre brindis, anécdotas y guiños de afecto, queda claro que Tato Redondo no solo es un inmigrante argentino en Italia. Es un villeguense que eligió su pertenencia. Y que, aunque no esté en la ciudad que ama, la lleva consigo a cada paso, en cada recuerdo y en cada gesto.