Hay decisiones que cambian una vida para siempre. Y a veces, ni siquiera es necesario tener todo resuelto. A veces, basta con una certeza mínima: el deseo de empezar. Juan Cruz Álvarez, villeguense de 30 años, se aferró a esa certeza y se animó. Dejó su trabajo en el hospital municipal, se formó en refrigeración, ahorró lo justo y compró un pasaje. Nunca antes había viajado en avión. Nunca había salido del país. Hoy vive en Tulum, México, donde construye una nueva vida junto a su pareja, Sofía. Trabaja en dos hoteles, repara aires acondicionados y heladeras, y sueña con seguir viajando.
Una vocación que nació en la guardia
El camino de Juan Cruz empezó en el ámbito de la salud. Estudió para ser paramédico y trabajó en distintas áreas del Hospital Municipal de General Villegas. Comenzó como personal de seguridad, pero su deseo de ayudar lo llevó a estudiar. “Le tenía terror a la sangre, pero ver cómo llegaba alguien accidentado y poder asistirlo me fue transformando. Ayudar era una satisfacción enorme”, recuerda.
Junto a un amigo, Daniel Fragolini, viajó durante un año a Laboulaye dos veces por semana para cursar en la Fundación 7. Allí hizo dos años en uno y se recibió como paramédico. Su primer destino fue el geriátrico del hospital, una experiencia que lo marcó profundamente. “Era un lugar hermoso. Los compañeros, la jefa, el ambiente… todo impecable. Se respiraba humanidad. Me dolió mucho cuando, con la pandemia, me trasladaron y ya no volví más”, cuenta.
Ese paso por el geriátrico lo hizo reflexionar sobre el paso del tiempo, la igualdad frente a la vejez y la necesidad de vivir el presente. “Ahí ves al que más tuvo y al que menos tuvo en el mismo lugar. Todos llegamos a ese momento. Y si dejamos todo para después, puede que ya sea tarde”, reflexiona.
La pandemia y el agotamiento emocional
Durante los años más duros de la pandemia, Juan Cruz trabajó en sectores críticos del hospital. Fue un período de gran desgaste físico y emocional. “En la pandemia éramos todos uno solo: médicos, enfermeros, personal de limpieza, de mantenimiento. No había jerarquías. Éramos un equipo unido por la emergencia”, recuerda. Sin embargo, también reconoce que esa etapa fue el comienzo del final de su vida en el hospital. “Me apasionaba lo que hacía, pero llegó un punto en el que ya no podía más. Me era muy estresante. Éramos dos enfermeros para una ciudad de 30.000 personas y los pueblos cercanos. Eso agota”.
Refrigeración: un oficio, una oportunidad
En paralelo, Juan Cruz empezó a interesarse por los oficios técnicos. Inspirado por un compañero del hospital y por un paciente que conoció durante la pandemia, decidió estudiar refrigeración en la Escuela Profesional N° 401. No fue fácil ingresar. Lo intentó durante tres años. En el tercero consiguió una vacante en el curso de técnico en refrigeración familiar. “Ahí me enamoré del oficio. Lo haría gratis, me apasiona”, asegura.
El profesor Germán Santo fue clave en su proceso. Le enseñó no solo los aspectos técnicos, sino también la posibilidad de vivir de manera más independiente. “Con un oficio se puede tener otro tipo de vida, salir de la rutina, dejar de vivir con lo justo”, reflexiona Juan Cruz.
El salto al vacío
El deseo de probar suerte fuera del país fue creciendo. Lo económico siempre fue una traba. Pero la oportunidad apareció tras una charla con Fabián Muñiz, quien le habló de su hijo Agustín viviendo en Tulum. El dato que más lo atrajo: allá hacía calor todo el año. “Yo nunca había salido de Villegas. Lo más lejos que había ido era Junín. Pero cuando me dijo que era verano todo el año, se me prendió la lamparita”, recuerda.
Se fue con lo justo. Viajó solo, sin conocer a nadie, con miedo pero con decisión. “Tenía para dos meses de alquiler. Si salía mal, era como tomarme unas vacaciones”, bromea. Pero todo empezó a encajar desde el primer día. Encontró alojamiento, trabajo, y una red de argentinos –varios de Villegas– dispuestos a tenderle una mano.
Una lluvia de coincidencias
Apenas llegó a Tulum, las señales se sucedieron una tras otra. El departamento que alquiló tenía las mismas sábanas que usaba en Villegas. La dueña tenía un gato amarillo llamado Mimoso, igual al de su madre. El dueño de la propiedad, además, era técnico en refrigeración. “Fue como una señal. Sentí que tenía que quedarme ahí”, dice. Y así fue.
El primer trabajo fue en una panadería llamada Mafalda. “Más argentino que eso, imposible”, se ríe. Después llegó la oportunidad de trabajar en dos hoteles, donde hoy realiza el mantenimiento de más de 60 equipos de aire acondicionado.
Una pareja, un proyecto común
Sofía, su pareja, viajó al mes de su llegada. Consiguió trabajo al día siguiente como administradora contable en un restaurante. Juntos construyen su nueva vida paso a paso. “Llegamos sin conocer nada. Hoy compartimos trabajo, momentos, sueños. Vinimos para vivir esta experiencia juntos”, dice.
Ambos mantienen un perfil bajo. Salen poco, aprovechan los francos para descansar o ir a la playa. Pero también están en contacto con la creciente comunidad de argentinos y villeguenses en la zona.
El vínculo con Villegas y un mensaje para el futuro
A pesar de la distancia, la familia está presente todos los días. Las videollamadas con su mamá, los mensajes con sus hermanos, amigos y primos lo mantienen conectado con su ciudad. “Mi familia es todo. Gracias a ellos soy quien soy. Me apoyaron siempre. Hasta mi mamá me dijo: ‘Ni lo pienses, andate’”.
El vínculo emocional sigue intacto. Y su mensaje es claro: “A los chicos del Hogar del Niño, y a todos los que estén pensando en cambiar su vida: no tengan miedo. El miedo no lleva a nada. Todos tenemos un potencial adentro. Si lo que estás haciendo no te hace feliz, animate. Hay otra vida posible”.
Una vida que recién comienza
Juan Cruz no sabe cuánto tiempo se quedará en Tulum. Tampoco sabe dónde estará dentro de cinco o diez años. Tiene sueños, pero no fechas. Quiere seguir viajando, conocer otros países, seguir aprendiendo. Lo que sí sabe es que ahora vive más tranquilo. “Allá vivíamos con el signo peso en la cabeza. Acá se vive más relajado. Con un solo sueldo podés pagar el alquiler y vivir bien. No hay que tirar manteca al techo, pero se vive mejor”.
La historia de Juan Cruz Álvarez es, al mismo tiempo, simple y enorme. Un joven villeguense que se animó a soltar, a empezar de nuevo, a confiar en lo que sabía hacer y en lo que podía aprender. Un trabajador incansable que apostó a una vida más libre. Una historia de coraje, de afectos, de reconstrucción. Una historia que empezó en Villegas, y que hoy escribe nuevas páginas en Tulum.