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viernes, junio 13, 2025
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La lección de los chicos que “no odiaron lo suficiente” | Por Luciano Román, para La Nación

En una cancha de fútbol infantil se expuso un dilema crucial de la Argentina: ¿nos convertimos en una sociedad atravesada por la confrontación o apostamos a la tolerancia hacia el otro?, nos interpela Luciano Román en una nota publicada en el diario La Nación, que nos permitimos compartir, textual, a continuación.

Una foto espontánea en una cancha de fútbol infantil expone, sin proponérselo, un dilema crucial de la Argentina: ¿nos convertimos en una sociedad atravesada por el odio y la confrontación? ¿O apostamos a la tolerancia y el respeto por el otro? ¿Cultivamos la fragmentación y los antagonismos? ¿O sembramos los valores de la integración y de la sana convivencia?

Todo ocurrió en un modesto torneo solidario, donde las inferiores de Newell’s se enfrentaban a Defensores de Funes. La casualidad hizo que en las tribunas se encontrara Ignacio Malcorra, un jugador profesional que se ha convertido en la gran figura de Rosario Central. Estaba allí para acompañar a su hijo, que vestía la camiseta de Funes. Cuando lo reconocieron, seis chicos de Newell’s quisieron sacarse una foto con él. Vieron a una figura talentosa, profesional, destacada. No les importó que fuera “de la contra” y que representara una camiseta diferente de la suya. Actuaron sin sectarismo, con una amplitud espontánea y gratificante. Esa foto, sin embargo, los condenó al señalamiento, la incomodidad y la exclusión. Las autoridades de Newell’s decidieron suspenderlos y, según contó el padre de uno de ellos, hasta quitarles una beca que tenían en el club. Ahora los dirigentes niegan que haya sido una sanción; dicen que fue “para protegerlos” porque habían recibido amenazas. En cualquier caso, el mensaje es desolador: se penalizan el respeto y el reconocimiento hacia el rival.

El episodio nos ofrece el retrato de una sociedad que cultiva los antagonismos y combate valores esenciales para la vida en común. El deporte, que debería promover el juego limpio, la competencia sana y la rivalidad civilizada, muestra gérmenes de un revanchismo primitivo, donde un gesto saludable es visto como “una traición”.

Aunque pueda parecer una historia de pago chico y quede rápidamente sepultada en la crónica de una Argentina que se levanta todos los días con noticias de alto impacto, deberíamos prestarle una especial atención al caso de los chicos de Newell’s porque revela, de alguna forma, el espíritu que anida en la base de la sociedad.

Cualquiera que se haya asomado a las ligas infantiles de fútbol habrá visto una tensión entre dos Argentinas: una que representa el compañerismo, la disciplina y el esfuerzo que se asocian a la práctica deportiva. Otra que insulta desaforadamente al árbitro, promueve la exaltación y alienta el “vale todo”, como si se alimentara, en esas humildes canchitas suburbanas, un semillero de polarización e intolerancia que se extiende al resto de la sociedad.

Otra foto del deporte mostró, hace pocos meses, una escala virtuosa de valores: fue la que retrató al técnico de la selección, Lionel Scaloni, tendiéndole un abrazo a Raphinha, una figura del equipo brasileño al que acababa de ganarle en las eliminatorias del Mundial. Fue un gesto cargado de simbolismo, porque Raphinha había tenido una frase desafortunada con la Argentina antes de salir a la cancha. Scaloni mostró grandeza, sensatez y generosidad. Pero, sobre todo, capacidad de comprender al otro y de minimizar incluso los errores en beneficio de algo superior: la armonía. Esa Argentina de la moderación, que no se regodea en el antagonismo y es capaz de abrazar al adversario, ¿es una Argentina en retirada?

El abrazo entre Scaloni y Raphinha

El abrazo de Scaloni con Raphinha luego del partido Argentina-Brasil@franciscorampone
El propio Scaloni aportó, en el caso de los chicos de Newell’s, su habitual cuota de sensatez: “A esa edad, yo hubiera hecho lo mismo. Lo que hay que valorar es que esos pibes se quisieron sacar una foto con un jugador de primera división”. Su palabra tiene peso, no solo porque es el técnico de una selección campeona del mundo, sino también porque sus orígenes futbolísticos estuvieron precisamente en Newell’s. Pero la pregunta surge otra vez, inevitable: ¿esas voces de razonabilidad y moderación empiezan a sonar aisladas, solitarias? La dirigencia de Newell’s tal vez crea, secretamente, que Scaloni debería ser sancionado por la “traición” de abrazar a un adversario.

La AFA, teñida de opacidad y concentrada en “los negocios”, ha mirado para otro lado frente al revuelo provocado por la foto rosarina. Podría haber hecho, a partir de ese episodio, una valiosa contribución: promover que jugadores infantiles de diferentes equipos se fotografíen con referentes de clubes adversarios y exhibir esas imágenes en las canchas profesionales. Imaginemos la postal: chicos de las inferiores de Boca fotografiados con Franco Mastantuono, el crack de River; jugadores de las inferiores de River retratados con Edinson Cavani, estrella de Boca; chicos de Estudiantes de La Plata en una postal con Sandro Morales, figura de Gimnasia, y pibes de Gimnasia fotografiados con Santiago Ascacíbar, uno de los jugadores más destacados de Estudiantes. Esas imágenes de convivencia resultan, sin embargo, poco menos que impensables, como si hubiéramos perdido la capacidad de abrazar las diferencias, de respetar y valorar al otro, de ver más allá de nuestra propia camiseta.

Lo que vemos en el fútbol se refleja en el espejo de la política: el diálogo y el respeto al adversario son vistos como signos de debilidad, mientras la agresión y el insulto se presentan como rasgos de firmeza y autenticidad. Los valores tienden a desnaturalizarse: la preocupación por “las formas” es un prurito de tibios y de “ñoños”, mientras la crítica y el disenso son “operaciones” de “ensobrados” y “mandriles”.

Todo remite a una cultura del antagonismo, el resentimiento y el desprecio que es fogoneada por el poder desde hace décadas: antes desde un populismo de izquierda que convocaba a “escupir” a aquellos que lo criticaban, ahora desde un signo contrario que promueve el linchamiento en las redes. En muchos planos, la dirigencia exacerba esa lógica de amigo-enemigo, promueve los fanatismos y procura sacar réditos de la polarización. Al adversario se le niega hasta el saludo. En una conexión simbólica, la foto del desaire presidencial al jefe de gobierno porteño, al que dejó con la mano en el aire en el tedeum de la fecha patria, viene a justificar la sanción a aquellos chicos de Newell’s que no supieron ejercer el desprecio.

El presidente Javier Milei en la Catedral Metropolitana durante el Tedeum del 25 de Mayo. Negó el saludo a Jorge Macri

La convivencia se deteriora en una sociedad cada vez más tabicada, en la que se debilitan los espacios de encuentro y de integración. Se crea una atmósfera dominada por la lógica de las redes sociales, donde se naturalizan el bullying digital y los “fusilamientos” de “los haters”. La sensatez, la cortesía y la moderación no se ven como un valor, aunque Scaloni nos muestre que con esos rasgos se puede ser campeón del mundo.

Detrás del episodio de Newell’s subyace una idea simplona y maniquea que contamina la vida pública hasta extremos patológicos: los únicos buenos son “los propios”; para “los otros”, el desprecio, la indiferencia e incluso “el odio”. Si no es “de los nuestros”, no cabe el reconocimiento, mucho menos la admiración. Es una lógica que nos retrotrae a una sociedad de “bandos” y de “tribus”, en la que la actitud conciliadora resulta sospechosa y hasta susceptible de ser penalizada. ¿Asistimos a un triunfo cultural de los códigos barrabravas?

Hay una carga de enojo y un espíritu de confrontación e intolerancia que está enquistado, evidentemente, en sectores de la sociedad. ¿Cómo se paran los líderes frente a eso? Tal vez haya que volver a mirar Invictus, aquella célebre película que retrata la llegada de Mandela al poder en una Sudáfrica que empezaba a dejar atrás el apartheid. Venía de pasar 27 años en una prisión injusta en Robben Island, una isla carcelaria frente a Ciudad del Cabo. Tenía motivos personales para cultivar el revanchismo, pero promovió la conciliación, el encuentro, el abrazo y la integración. Lo hizo, incluso, en contra de lo que le demandaban sus propias bases. Hay una escena conmovedora en la que les dice a “los propios” lo que no quieren escuchar. Se ve ahí la estatura de un verdadero líder.

Escena del filme Invictus

Mandela, precisamente, encontró en el deporte, en ese caso el rugby, el vehículo más poderoso para transmitir a la sociedad un mensaje de integración y de unidad. Basada en el libro de John Carlin y dirigida por Clint Eastwood, la película hoy debería proyectarse en las escuelas argentinas.

Si aquella historia lograra inspirarnos, alguien debería llamar a los seis chicos de Newell’s que se sacaron una foto con el jugador de Central, no para reprocharles nada, sino para felicitarlos y agradecerles su ejemplo. Nos dieron, con la ingenuidad, la frescura y la inocencia de sus 9 años, una verdadera lección de convivencia. Son chicos que “no odiaron lo suficiente”. En esa foto, hay un soplo de esperanza.