Hace unos meses, un breve viaje lo conectó para siempre con Nicaragua. Hoy, Francisco Cano –villeguense de pura cepa– vive allí junto a su pareja, mientras sueña con volver a su tierra natal. En esta charla con GPS Villeguenses por el Mundo, comparte su historia de amor, fútbol, aprendizajes y nostalgia.
Hay viajes que parecen pasajeros, pero se transforman en parte del destino. Eso fue lo que le ocurrió a Francisco Cano, quien hoy tiene 58 años y una historia para contar que combina afectos, coraje, sueños y decisiones inesperadas. Hace casi una década, un paso fugaz por Nicaragua sembró en él una semilla que, con el tiempo, floreció en forma de vínculos, recuerdos y una segunda oportunidad.
Aquel primer viaje lo llevó primero a Costa Rica por una invitación, y luego lo empujó a cruzar la frontera para pasar apenas seis días en tierras nicaragüenses. “Fue muy poco tiempo, pero me marcó profundamente. La gente, el paisaje, la calidez… me hicieron sentir como en casa”, recuerda. Esa breve estadía quedó grabada en su memoria, y con el correr de los años, fue ganando fuerza como un deseo latente.
Ese deseo se activó repentinamente hace dos meses, cuando una conversación en redes sociales le presentó a Gina, una mujer nicaragüense que había vivido 32 años en Estados Unidos. “Empezamos a hablar como amigos, sin saber que ella era de Nicaragua. Cuando me lo dijo, sentí que era una señal de Dios. Y ahí nomás tomé la decisión de viajar”, cuenta Francisco, emocionado.
Una historia de amor, fe y coraje
El viaje no fue sencillo. Primero perdió el vuelo por no tener actualizada la vacuna contra la fiebre amarilla. Le indicaron que debía vacunarse nuevamente y esperar diez días para embarcar. “Perdí el pasaje, pero no perdí la fe”, dice. Contra todo pronóstico, se presentó dos días después en el aeropuerto con el comprobante de vacunación, y milagrosamente encontró un lugar en un vuelo para esa misma noche. “Fue una señal. Sentí que Dios me abría el camino”, relata.
Desde entonces, vive en Jinotepe, un pequeño pueblo del departamento de Carazo, ubicado a unos 46 kilómetros de Managua. Allí convive con Gina y sus hijos, en una zona residencial rodeada de vegetación, seguridad y costumbres distintas a las argentinas. “Acá no existe el pasto seco. Todo es verde, el clima es caluroso, y la gente es de una humildad y respeto que sorprenden”.
Gina es abogada y asesora jurídica a distancia para clientes en Estados Unidos. Francisco, por su parte, la ayuda con tareas cotidianas y acompaña a sus hijos a sus actividades. Uno de ellos, con diagnóstico de autismo, requiere atención especial y terapias, y Francisco se involucra en todo con paciencia y compromiso.
Volver a encontrarse con el fútbol
El fútbol –pasión de multitudes y en particular, pasión de Francisco– también encontró su lugar en esta nueva etapa. Al poco tiempo de instalarse en Nicaragua, sus antiguos amigos lo invitaron a jugar en un equipo senior. “Me dicen Santos, por mi segundo nombre. Empecé como suplente, pero al segundo partido ya era titular. Me encanta jugar, y por suerte todavía me queda algo de magia”, dice con una sonrisa.
El torneo reúne a equipos de diferentes localidades y se juega con intensidad. En un amistoso contra el campeón de la categoría 35 años, Francisco –que les saca más de 20 años a varios– marcó un gol y dejó una grata impresión. “Uno me dijo que podría ser su papá. No lo podían creer”, cuenta entre risas. El fútbol, dice, le dio una nueva identidad en Nicaragua: la del argentino habilidoso y respetado en la cancha.
La calidez de la gente y un nuevo aprendizaje
Más allá del fútbol y de su historia de amor, lo que más lo conmueve es el trato humano. “Acá hay un respeto enorme por los mayores. Los abuelos viven con sus hijos y nietos, los cuidan como si fueran bebés. Eso me emociona. En Argentina también hay familias así, pero allá es más común verlos en geriátricos. Acá la familia está muy presente”.
También le llamó la atención la cultura del tránsito: “No hay tantos semáforos, pero la gente se detiene para dejarte pasar. Es parte de la idiosincrasia. No se trata del primero yo, segundo yo y tercero yo, como muchas veces vemos en ciudades grandes”.
La vida en Nicaragua es más austera, pero también más simple. Hay frutas tropicales por doquier –mangos, aguacates, bananas– que crecen en los árboles de las veredas. Comer es barato, y con pocos dólares se pueden conseguir botines de fútbol o hacer una buena compra en el mercado. “Eso sí, la yerba es carísima. Pagué 21 dólares por un kilo. Pero no podía estar sin el mate”, reconoce.
El vínculo con Gina y un reencuentro con la vida
Gina, su pareja, es una mujer de carácter firme y profunda sensibilidad. Desde su regreso a Nicaragua, tras décadas en Estados Unidos, también está redescubriendo su país. “Estamos conociendo Nicaragua juntos. Vamos a los volcanes, a las playas, a los mercados. Ella me enseña cosas y yo también le comparto las mías”, cuenta Francisco.
Ella destaca de él su carácter apasionado, su amor por el fútbol y su falta de paciencia para algunas situaciones propias del país. “Todo acá requiere ingenio. No es como en Argentina, donde todo está al alcance. Pero él se está adaptando y le pone todo”, dice.
Ambos sueñan con recorrer Argentina. Gina sueña con la nieve, con viajar en tren por el país y con probar la carne argentina, famosa incluso en los mercados asiáticos. “Cuando podamos, vamos a ir. Yo quiero mostrarle Villegas, mi ciudad, mis calles, mi gente”, dice Francisco con orgullo.
Nostalgia, crítica y esperanza
Aunque disfruta su estadía, Francisco no oculta los desafíos que encuentra. Critica la falta de infraestructura vial, la escasa señalización, y una burocracia policial que considera excesiva. Fue multado por maniobras menores y por no pagar un impuesto a tiempo. “Encima están armados. Acá es otra cosa. Es una dictadura. Pero la gente es tan maravillosa que uno se adapta”.
Más allá de eso, la nostalgia por Villegas siempre está presente. Extraña ver jugar a su hijo Maxi en Eclipse, compartir un mate con amigos, caminar por su barrio. “Extraño mi ciudad. Valoro cada vez más todo lo que tenemos allá: la limpieza, las rutas, la organización, el respeto. Esta experiencia me enseñó a valorar”.
Proyectos, regreso y reflexión
Su visa en Nicaragua tiene una duración de tres meses. Aunque puede extenderla, su deseo es volver pronto. “Necesito reunir 800 dólares para el pasaje. Quiero volver, trabajar y quizás regresar después. O traer a Gina y a sus hijos a la Argentina. No sabemos qué va a pasar, pero el futuro se construye paso a paso”, afirma.
Mientras tanto, disfruta cada jornada, se levanta temprano con el canto de los pájaros, toma café, trabaja, juega al fútbol y agradece. “Aprendí que hay que arriesgarse. El que no arriesga no gana. Yo me animé, y viví algo hermoso. A veces la vida te sorprende si te animás a dar el paso”.
Mensaje final: “Si tenés un sueño, no lo dudes”
Antes de cerrar la charla, Francisco deja un mensaje que resume su filosofía: “Hay una sola vida y tenemos que disfrutarla al máximo. Nadie tiene comprada la hora que viene. Si tenés un sueño y lo podés hacer, hacelo. Venimos sin nada y nos vamos sin nada. Lo que queda es lo vivido”.
Y, como no podía ser de otra manera, saluda a todos sus afectos: sus hijos, sus nietos, sus amigos de Villegas, sus compañeros de fútbol en Nicaragua y a quienes lo acompañan en esta aventura inesperada que es vivir lejos, pero con el corazón atado a las raíces.