En cada pueblo hay nombres que, con solo ser pronunciados, despiertan una sonrisa, una anécdota o una carcajada. Personas que no hicieron falta cargos ni grandes honores para quedar en la memoria colectiva. En General Villegas, uno de esos nombres es el de José Roberto “Bocha” Gutiérrez. Carpintero, arquero, músico, cuentero, comediante espontáneo y alma de muchos encuentros, el Bocha fue mucho más que un personaje pintoresco: fue un símbolo de autenticidad, de simpatía y de esas vidas que se viven sin máscaras.
Desde su aparición en “Goyo, el Memorioso”, el espacio radial conducido por Román Alustiza, se multiplicaron los recuerdos y los aportes de oyentes que, al evocarlo, revivieron escenas entrañables de otra época. La historia de Bocha Gutiérrez es, en realidad, una serie de historias. Y todas valen la pena ser contadas.
Un hombre de oficio y humor: la carpintería y los ataúdes
Nacido en 1942, Bocha tuvo tres grandes pasiones en la vida: la carpintería, el deporte y la música. La primera de ellas lo encontró trabajando en el corralón municipal, en una época en la que ese lugar no era solo un centro logístico, sino un verdadero taller de oficios. Allí funcionaban las secciones de herrería y carpintería, y Bocha integraba el grupo de trabajadores junto a Ramón Rodríguez y “Pichón” Montoya.
El corralón, además de producir aberturas para viviendas, tenía una tarea poco común: fabricar ataúdes. Y fue allí donde Bocha desplegó una de sus anécdotas más recordadas. Con una naturalidad que descolocaba a todos, solía acostarse a dormir dentro de los ataúdes recién construidos. “Los estoy probando, amigo”, respondía cada vez que lo encontraban echado, descansando en uno de ellos.
Pero más allá del humor, Bocha era carpintero de alma. Muchos vecinos lo recuerdan trabajando por su cuenta, sin mirar el reloj, disfrutando de cada charla más que del trabajo en sí. Como cuando pasó tres horas en una casa cepillando puertas, aunque la mayor parte del tiempo la ocupó contando historias. Al momento de cobrar, rechazó el dinero. Solo pidió una botella de vino, con esa humildad que lo caracterizaba.
El arquero que vivió en el banco… y en el corazón del equipo
La segunda faceta del Bocha fue el deporte. Hincha y jugador de Eclipse, fue arquero suplente de la segunda división del club en los años 60. Le tocó una época dorada, cuando el equipo era conocido como “la maquinita” por la calidad de sus jugadores. Compartió plantel con grandes figuras como Pedrini, Tito Pabio, Betanzo, Galeano, Gatica, Maldonado y Cato.
No llegó a jugar en primera, pero eso no parecía importarle. Estar ahí, formar parte del grupo, compartir el vestuario, ya era un privilegio para él. Y en realidad, su rol dentro del equipo iba más allá de lo futbolístico. Era el que animaba, el que levantaba el ánimo, el que aportaba chistes y distensión en cada entrenamiento y cada tercer tiempo. Un auténtico compañero.

El artista de las sobremesas: acordeón, humor y noches largas
Si algo definía al Bocha era su amor por la música. Tocaba el acordeón y era inseparable de Oscar Pón, bandoneonista y amigo. Donde estaba el Bocha, había música. Y si había música, había alegría. Se lo podía encontrar animando reuniones en casas particulares, en talleres mecánicos, en cenas de clubes, en el campo o en el legendario bar El Pata, donde fue habitué en sus últimos años.
Tenía salidas rápidas, ocurrencias que dejaban sin palabras. En una ocasión, en el bar, el mozo –un caribeño que trabajaba allí– le preguntó cómo quería que le sirviera el vino. “Tipo helado”, le contestó, sin pensarlo. Siempre con ese humor sutil y descontracturado que sacaba risas hasta en los días más grises.
Bocha fue también protagonista de muchas historias contadas por otros. Como aquella vez que una mujer, en un colectivo lleno, se quejaba en voz alta de la falta de caballerosidad. “Se han terminado los caballeros”, dijo. Y él, sin perder la compostura, le respondió: “No, señora, lo que se terminaron son los asientos”.
La vida sin prisa, la muerte sin miedo
Bocha vivió a su ritmo. No se preocupaba demasiado por los cuidados ni por las convenciones. En una de sus últimas visitas al médico, tras recibir una advertencia seria sobre su salud, soltó con total lógica: “Doctor, usted también se va a morir”. La frase, dicha sin malicia, resume su filosofía. Vivió más de 70 años y murió en Junín, acompañado por su pareja Alicia, quien lo sepultó en el Cementerio Parque de Tres Algarrobos.
Alicia, oriunda de Cuenca, sigue visitando Villegas, buscando el diario y recordando a su compañero de vida. Algunas fuentes afirman que Bocha tuvo una hija, aunque no hay certezas. Lo que sí está claro es que su familia –los Gutiérrez– está muy arraigada en la comunidad villeguense.
Tesoros que perduran y un legado que no se apaga
El acordeón de Bocha y sus partituras están hoy en manos de Horacio Jaime, quien los guarda como un verdadero tesoro. En su casa, todavía se escuchan ecos de aquellas melodías que animaban asados y fiestas. Román Alustiza recordó haberlo tenido varias veces en su propia casa, donde compartía tareas con otros personajes del pueblo como el Gringo López y el Bocha Ponce. “Venía a cepillar unas aberturas y se quedaba quince días, porque estaba calentito al lado de la salamandra”, contó entre risas.
Hasta su domicilio tenía una historia. Cuando alguien le preguntaba dónde vivía, respondía: “En la casa del diablo”. Y es que su casa, en la calle Irastorza, tenía el número 666. Siempre encontraba un motivo para hacer reír.
Un símbolo villeguense que sigue generando sonrisas
Bocha fue muchas cosas, pero por sobre todas ellas, fue querido. Y eso no se compra ni se aprende. Se lo recuerda con ternura, con risas, con admiración. Fue, como diría la canción, alguien que vivió “a su manera”. No dejó fortuna ni medallas. Dejó algo más valioso: el recuerdo de una vida vivida con autenticidad, sin dobleces, llena de historias que siguen circulando.
“Es el personaje que más reacciones provocó en la audiencia de Goyo el Memorioso”, reconoció Román Alustiza. Y no es casualidad. Porque quienes lo conocieron, aunque fuera una sola vez, nunca se olvidaron del Bocha.