Gina Montes decidió salir de la zona de confort y escribir su propia historia. De General Villegas al mar abierto, eligió un camino distinto, con disciplina, coraje y un objetivo claro: cuidar vidas en el agua. Su recorrido la llevó de las piletas del Parque Municipal a un parque acuático en Córdoba, de la arena brasileña a la calma del sur de Portugal. Hoy vive su segunda temporada en Europa, después de haber sumado experiencia en playas desafiantes de Brasil.
A los 26 años –y a punto de cumplir 27–, Gina se define como guardavidas, profesora de Educación Física y nómade por elección. Pero detrás de esa definición hay una historia llena de primeras veces: su primer viaje sola, su primer trabajo fuera del país, su primer avión, sus primeras experiencias enfrentando corrientes y olas que ponen a prueba todo. “Si uno quiere algo, hay que moverse”, repite como un mantra que la acompañó desde el inicio.
Un amor por el agua que nació en Villegas
Su vínculo con la natación comenzó de manera simple, en la colonia del Parque Municipal. “Cuando empecé el profesorado, casi no sabía nadar técnicamente. Aprendí en la carrera, porque era obligatorio”, cuenta. Ese fue el punto de partida. Se recibió de profesora en 2021 y poco después trabajó en la prestigiosa academia de Javier Mascherano en Lincoln. “Aprendí muchísimo, sobre todo en el área de reacondicionamiento físico y recuperación de jugadores. Pero sentía que necesitaba algo más, que quería conocer otros lugares”, recuerda.
Fue entonces cuando tomó una decisión clave: vendió todo y se mudó a Córdoba para trabajar como guardavidas en un parque acuático. “Para mí fue como emigrar por primera vez, porque me fui sola, a un hostel, sin conocer a nadie”, dice. Ese paso fue el puntapié para lo que vendría: Brasil.
Brasil: playas desafiantes y aprendizajes intensos
En septiembre de 2023 llegó a Bombinhas, Santa Catarina, tras rendir un examen que la habilitó como guardavidas en el único estado brasileño que acepta extranjeros. “Fue duro. Todo militarizado, con exigencias físicas y mentales. Además, llegué sin saber portugués y con poco dinero. Aprendí el idioma trabajando y hablando con la gente”, relata.
Su primera temporada fue intensa. “Trabajé en una de las playas más complicadas. Tuve rescates fuertes, con corrientes que se llevaban a varias personas a la vez. Llegué a estar sola en un salvamento y me ayudó un surfista. Es todo un desafío, porque nunca sabés qué te espera en el mar”, confiesa. A pesar del riesgo, la experiencia le dejó una certeza: estaba preparada para más.
Además del trabajo, Brasil le dio amistades y anécdotas que no olvida. “Los brasileros son muy cálidos, siempre predispuestos a ayudar. Me impresionó su costumbre de mezclar frutas con la comida: un arroz con melón, por ejemplo. Y adopté algo que hoy sigo comiendo: feijón con arroz”, comenta entre risas.
De las olas de Brasil a la tranquilidad del Algarve
Mientras trabajaba en Bombinhas, empezó a soñar con Europa. “Quería probar Portugal. Ahorré trabajando doble turno: seis horas en la playa y otras tantas en un restaurante. Fue agotador, pero necesario para pagar pasajes, curso, alojamiento y seguros”, explica. El esfuerzo tuvo recompensa: “Subirme a mi primer avión fue increíble. Nunca había volado, ni siquiera en Argentina”.
En el sur portugués encontró un escenario diferente. “El mar es mucho más tranquilo que en Brasil, con olas de un metro como máximo. Los riesgos son otros: desmayos en la arena, turistas que no hablan el idioma, diferencias culturales”, detalla. A esto se suma una jornada laboral extensa: de 9.30 a 19.30, casi todos los días. “Podemos tomarnos francos, pero yo prefiero trabajar para después tener dos meses libres. El año pasado solo falté porque me agarró gripe A y esgoto el mismo día”, comenta entre risas.
Adaptarse no fue fácil. “Los portugueses son muy distintos a los latinos. Son más serios, se quejan mucho. Al principio me chocó. Y el idioma tampoco es sencillo: hablan cerrado, nada que ver con el portugués de Brasil”, cuenta. Sin embargo, en la playa conoció gente de todo el mundo: franceses, alemanes, españoles, ingleses. “Todos los días practico inglés. Es increíble cómo se aprende charlando con la gente”, destaca.
Una vida nómade con nuevos desafíos en el horizonte
Extrañar es parte del camino. “Se extraña la familia, los asados, el mate, pero esto es una búsqueda personal. No se trata solo de conocer lugares, sino de conocerse a uno mismo”, reflexiona. Esa búsqueda la llevó a nuevos planes: “Hace unos días me confirmaron para un voluntariado en Costa Rica. Es trabajo por vocación, sin salario, solo a cambio de vivienda y comida. Me gusta la idea de bajar lo material y enfocarme en la experiencia”.
¿Piensa en volver a radicarse en Argentina? “No lo sé. Hoy quiero seguir viajando, aprendiendo y encontrando un lugar cerca del mar, de la naturaleza. Ese es mi refugio”, dice. Mientras tanto, sigue acumulando historias, como aquella noche en Albufeira, el “Las Vegas” portugués, donde descubrió otra cara de Europa, o los momentos en los que los delfines cruzan frente a su puesto en el Algarve.
Gina sabe que su vida no es para cualquiera. “Es difícil, hay crisis, hay soledad. Pero si querés algo, hay que animarse”, asegura. Y deja un mensaje para otros jóvenes: “Que no se queden en la cómoda, que pregunten, que se animen. Y que haya más mujeres guardavidas, porque somos pocas y muy capaces”.
Más que un trabajo, un estilo de vida
Para Gina, ser guardavidas es mucho más que una profesión. “Es superación todo el tiempo. Cada rescate es un desafío físico y mental. Y también es prevención: lo ideal es que no tengamos que entrar al agua, porque eso significa que la persona no estuvo en riesgo”, afirma. La prevención es clave: hablar con la gente, advertir sobre corrientes, explicar los códigos de las banderas. “Hay quienes entienden y otros que no. Pero hay que insistir, porque lo que está en juego es la vida”, subraya.
Ser mujer en este ámbito implica un esfuerzo extra. “Somos pocas, un 20%. Y todavía hay prejuicios. A veces creen que no podemos, pero demostramos lo contrario. En rescates fuertes, todas respondemos igual que los hombres. Lo importante es la preparación y la cabeza fría”, dice. Además, ser extranjera suma otra barrera. “Hay que hacerse respetar, porque trabajamos para cuidar, no para imponer. Y si alguien no lo entiende, hay que marcar los límites”, asegura.
Hoy, Gina proyecta su futuro lejos de la comodidad, cerca del mar y en movimiento. “Quiero seguir viajando, formándome y desafiándome. En unos meses me espera Costa Rica, y después veremos. No me pongo límites”, concluye, con la convicción de quien transformó los sueños en acción.