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martes, octubre 7, 2025
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La leyenda del Chato Aguilar, alma y mito del carnaval villeguense

Cada ciudad tiene sus personajes entrañables, esos que dejan huella y que, aún después de su partida, siguen presentes en las charlas, en los recuerdos y en la memoria colectiva. En General Villegas, cuando alguien menciona la palabra carnaval, un nombre aparece de inmediato: Rafael “Chato” Aguilar, el murguero más recordado de todos los tiempos, el hombre que convirtió la fiesta popular en una forma de vida y que se transformó en leyenda.

El Chato nació en 1932, hijo de Vicente Aguilar y Corina Molina. Su padre había llegado desde San Luis y trabajaba en la vieja usina de la calle San Martín. En esa familia numerosa –siete hijos en total– creció Rafael, rodeado de hermanos y hermanas que, como en muchas casas de entonces, recibieron apodos que los acompañarían de por vida. Nadie supo nunca de dónde había salido el “Chato”, pero lo cierto es que terminó siendo único. En Villegas hubo muchos “gordos”, «cachos» o “locos”, pero solo un Chato.

Infancia, juventud y los primeros pasos

Desde chico se acostumbró a trabajar. Se lo conoció como pintor de brocha gorda junto a su hermano Chichá, y pronto mostró esa simpatía natural que lo haría líder de grupos diversos. Tenía un carisma que atraía a la gente y una capacidad especial para manejar equipos heterogéneos, incluso con personas que venían de ámbitos muy distintos o marginales. Su voz, cuentan, se hacía respetar sin necesidad de imponerse.

Antes de que la murga se adueñara de su vida, el Chato también tuvo su etapa futbolística. Jugó en el recordado equipo de La Covadonga, una formación barrial que competía en los torneos locales. En la cancha chica se destacaba con gambetas y sombreritos, aunque en campo grande se perdía un poco. Él, sin embargo, estaba convencido de que era un crack. Integró equipos con compañeros de apodos tan pintorescos como Batifondo o Maquinita; o el Gordo Demichelis, el Batata, mítico utilero de Sportivo. Aquellos campeonatos de barrio, jugados en canchas improvisadas o en el Eclipse bajo la luz de los reflectores, eran parte de un Villegas más amateur, donde el deporte y la diversión iban de la mano.

El Chato junto a su hermano Chichá
El salto al carnaval

Aunque el fútbol y el canto formaban parte de su vida, el carnaval fue su verdadera pasión. Desde joven comenzó a organizar y a participar en las murgas. Con un estilo propio, alegre, contagioso y desbordante de entusiasmo, logró que personas de distintas edades y condiciones sociales encontraran un espacio en los corsos. El Chato no faltaba nunca: aunque no hubiera trajes nuevos, aunque no hubiera apoyo económico o aunque el clima conspirara, él estaba ahí, convencido de que el carnaval debía seguir adelante.

Su rol iba más allá del desfile. Fue un referente social. Con la murga, contenía a chicos y adultos que durante el año no encontraban lugares de participación. De repente, en febrero, se transformaban en protagonistas de la fiesta popular. Bajo su liderazgo aparecieron personajes inolvidables: Mario Giorgi, Campito, Petisín, y tantos otros. También Pablito Hortas, Ado Irasola o Ventaja Francucci, que venían de otro contexto y se sumaban sin distinciones.

Un símbolo de identidad

El carnaval de Villegas tiene historia: comenzó en 1905, cuando las calles eran de tierra y los desfiles pasaban frente a las casas del centro. Con los años, se asfaltó y se consolidó como una de las tradiciones más fuertes de la ciudad. Dentro de esa historia, el Chato Aguilar fue figura central durante décadas. Quienes lo recuerdan dicen que no existió un carnaval sin él.

Cantaba tangos en festivales de aficionados, aunque siempre desafinado, y se animaba a subirse a escenarios improvisados sin importarle los silbidos o las bromas. El público lo alentaba igual, porque sabían que detrás de esa voz estaba el corazón del carnaval.

Junto a Cacuija y Campito, personajes de su murga
Reconocimientos y homenajes

La figura del Chato trascendió los límites de la ciudad. El prestigioso murguero Coco Romero, referente nacional, lo conoció en Villegas y lo ubicó entre los grandes personajes de la murga argentina. Incluso le dedicó una canción junto a músicos locales y con el acompañamiento de Lito Vitale en piano, un homenaje que emocionó a todos los que alguna vez lo vieron desfilar.

No fue el único. El querido y recordado Charly Aguilar creó la obra teatral La última murga, dirigida por Jorge Aimetta e interpretada por artistas locales, como un reconocimiento a su legado. También hubo letras compuestas en asados memorables, donde referentes del carnaval y la cultura popular como Rully Pinedo, Jesús Pascual y Lalo Pérez aportaron lo suyo para mantener vivo el recuerdo.

El adiós y la permanencia

Rafael Aguilar falleció en 2018, a los 86 años, en el hogar de ancianos. Pero su espíritu siguió presente. Para muchos, recibió en vida el mejor premio: ser convertido en mito, en objeto de culto del carnaval villeguense, reivindicado por agrupaciones que lo reconocieron como lo que fue: el gran símbolo de la fiesta popular.

Decían que el Chato hablaba del carnaval todo el año, en julio, en mayo, en cualquier momento. Que estaba “casado con el carnaval”, porque jamás formó pareja ni familia, pero dedicó su vida a esa pasión.

Hoy su nombre continúa vivo. Cada febrero, cuando vuelven los corsos, su recuerdo aparece en las charlas, en las anécdotas y en la música. Porque más que un murguero, Rafael “Chato” Aguilar fue –y sigue siendo– el carnaval mismo en General Villegas.