Dejar el pueblo, los amigos y la familia nunca es una decisión sencilla. Sin embargo, para Ramiro Schmidt, nacido y criado en Cañada Seca, la necesidad de un cambio lo llevó a emprender un viaje que transformó por completo su vida. En junio de 2024, con 43 años y una larga experiencia como camionero en la Argentina, cruzó el Atlántico rumbo a España con la ilusión de empezar de nuevo. Hoy recorre las rutas europeas con un camión de carga, transportando madera, cartón, cereales y distintos materiales entre España y Francia, mientras construye una nueva vida lejos de los pagos que lo vieron crecer.
El relato de Schmidt se inscribe en la experiencia de tantos argentinos que deciden probar suerte fuera del país. Su historia está atravesada por la nostalgia de las raíces, la dureza de la vida en la ruta y la emoción de un futuro distinto. Desde Soria, donde eligió asentarse gracias a la ayuda de un coterráneo, comparte cómo fue ese cambio profundo que lo llevó a dejar atrás certezas para aventurarse a lo desconocido.
El origen de una pasión sobre ruedas
Ramiro recuerda con claridad sus primeros pasos en el oficio. A los 12 o 13 años ya manejaba un camión junto a su tío “Toto”, un referente en la profesión, que le transmitió la pasión por el volante. “Fue con él la primera vez que me subí a un camión y me encantó. Si no te gusta, no podés hacer este trabajo porque se pierde mucho tiempo de familia. A mí me atrapó desde el primer día”, contó.
En la Argentina recorrió rutas de la región, vivió de cerca la gran inundación de 1999 en Cañada Seca, y trabajó con transportistas conocidos de Rufino, Piedritas y General Villegas. Los recuerdos de aquellos viajes iniciales todavía lo acompañan: los caminos de tierra, las charlas con colegas en estaciones de servicio y la adrenalina de los primeros traslados solo. “La vida del camionero es muy particular –explicó–. Uno siempre se pierde cumpleaños, reuniones, asados. Pero cuando tenés pasión, se sobrelleva”.
El sueño de Europa y la decisión de partir
La idea de emigrar fue madurando de a poco. Schmidt empezó a leer en redes sociales que en Europa faltaban choferes y que había oportunidades laborales en empresas de transporte. Se contactó con conocidos que ya estaban allá y, con el tiempo, logró entablar relación con Nacho Almada, un piedritense radicado en Soria que fue clave en la concreción del viaje.
“No fue fácil ni rápido –recordó–. Lo pensé mucho y busqué la manera de hacerlo seguro. No iba a irme sin contactos ni a la deriva, porque los papeles allá no son sencillos. Cuando tuve todo encaminado, lo hablé con la familia y los amigos. Algunos no lo creían, pensaban que era una locura, hasta que vieron que estaba decidido. Fue un cambio que yo necesitaba en mi vida”.
Los primeros días en un mundo desconocido
Su arribo a España fue toda una experiencia. Sin haber viajado nunca en avión, aterrizó en Madrid y se encontró con la magnitud del aeropuerto de Barajas. “Me sentí como una vaca, siguiendo a la gente sin entender nada. Era todo nuevo, hasta confuso”, relató entre risas.
Ya en Soria, comenzó a trabajar en una empresa de transporte. Los primeros quince días fueron duros: rutas desconocidas, señales en francés que no entendía, pueblitos de calles angostas en los que se metía por error, y la sensación de estar completamente perdido. “En esas dos semanas me pregunté varias veces qué hacía ahí. No pensaba en volverme, pero sí me decía: ¿a qué vine?”.
Con paciencia y con la ayuda de sus compañeros, fue ganando confianza. Aprendió a organizar los viajes con el GPS, a respetar las nueve horas de conducción que exige la ley europea y a adaptarse a las rutas de montaña. “No es fácil, pero se aprende. Después todo se volvió más natural”.
La valija con ilusiones
El 22 de junio de 2024, cuando partió de Cañada Seca, Schmidt cargó su valija con pocas cosas materiales. “Me traje poca ropa, pero muchas ilusiones. Eso es lo que más conservo. Venía con la expectativa de algo nuevo y con ganas de ver qué salía de todo esto”, explicó.
El mate fue y sigue siendo un compañero inseparable en cada viaje. Antes de arrancar, prepara el termo y lo ubica junto al asiento, como un ritual que lo conecta con sus raíces. También lleva música argentina en el celular, que lo acompaña en las largas jornadas al volante. “La radio no la escucho tanto, pero sí música de allá. Eso me hace sentir más cerca de casa”.
Lo que se gana y lo que se pierde en la distancia
El aspecto más difícil sigue siendo la distancia de la familia. Ramiro mantiene contacto diario con su madre, su hermana y sus amigos gracias a videollamadas y mensajes, pero reconoce que nada reemplaza el abrazo o el asado compartido. “Uno trata de hacerse el duro, pero siempre se extraña. Se extrañan las juntadas, la comida, las costumbres. Eso no cambia”.
Al mismo tiempo, encontró contención en un grupo de argentinos en Soria con quienes comparte mates, partidos de pádel y charlas de sobremesa. “Somos como una familia. Nos entendemos porque estamos en la misma situación. Eso ayuda mucho”.
Un oficio que se vuelve forma de vida
La vida del camionero en Europa tiene sus diferencias respecto a la Argentina. La principal es la organización: horarios estrictos, descansos obligatorios y rutas en excelente estado. “Acá manejás tranquilo. No hay pozos, todo está señalizado. A veces repavimentan carreteras que están impecables y te sorprende. Eso también da más seguridad”, comparó.
En su camión transporta desde recortes de madera hasta cartón, cereales y alimentos para animales. Tiene una cocina de camping y una heladera, lo que le permite preparar sus propias comidas. “Me hago pastas, guisos, carnes. Trato de mantener algo de lo que comía en Argentina. Cocinar en el camión también se volvió parte de la rutina”.
Nuevas raíces en tierra española
Con el tiempo, Schmidt no solo consolidó su trabajo sino que también encontró un nuevo amor. Conoció a Rosángela, una joven venezolana radicada en España, y desde hace meses comparten proyectos de vida. “Nunca me imaginé que iba a pasar algo así, pero se dio. Hoy estoy de novio, con compañía y con nuevas ilusiones”, contó.
Ese vínculo también lo llevó a cuidarse más, tanto en la alimentación como en la actividad física. “Juego al pádel los fines de semana y trato de mantenerme mejor. Siento que estoy más ordenado que antes. Este cambio me hizo bien”, confesó.
El futuro y un consejo para quienes sueñan con emigrar
Aunque no descarta volver de visita a la Argentina, su idea es permanecer en Europa. “Allá tenemos lo mejor, siempre lo digo. Pero acá encontré estabilidad y un camino nuevo. No me arrepiento de la decisión”.
A los que piensan en seguir sus pasos les deja un mensaje claro: “Si tienen la idea y la posibilidad, que lo hagan. Siempre hay tiempo para volver. Lo importante es no venir sin contactos y sin trabajo asegurado. Eso es clave. Acá hay oportunidades, sobre todo en el transporte. No hay que tener miedo”.
Un cañadense en las rutas del mundo
Hoy, a más de un año de haber partido, Ramiro Schmidt mira hacia atrás y siente que todo lo planeado salió como esperaba. “No sé si orgulloso es la palabra, pero sí contento de que todo lo que imaginé se dio. Me animé a un cambio grande y salió bien”.
Mientras conduce por autopistas españolas o atraviesa los Pirineos rumbo a Francia, lleva consigo algo que no cambia: el orgullo de ser cañadense. “Cuando me preguntan digo primero que soy argentino, pero después siempre aclaro: de un pueblito que se llama Cañada Seca. Ese lugar siempre viaja conmigo”.