Partió a dedo con una carpa, cruzó la cordillera y se quedó a vivir en Chile. Hoy, Luis “Chipi” Córdoba es camionero, participa en campañas solidarias y se prepara para casarse el 20 de noviembre. Su historia es una mezcla de coraje, ruta y afectos que no conocen fronteras.
Luis “Chipi” Córdoba tenía 26 años cuando decidió salir de General Villegas con apenas 250 pesos en el bolsillo y una carpa bajo el brazo. Era 2013 y la idea de “ver qué pasaba” lo empujó a la ruta. Doce años después, su vida quedó del otro lado de la cordillera: en Chile formó familia, consiguió trabajo y se ganó el respeto de quienes lo conocen por su empuje y su compromiso solidario.
Un viaje sin destino fijo
No hubo un plan armado. Solo una certeza: la necesidad de moverse. “Tenía ganas de conocer, de salir, de vivir algo distinto”, recordó. La chispa inicial fue una conversación por Facebook con una chica chilena, que terminó de convencerlo de emprender el viaje. Hizo dedo hasta Mendoza, durmió donde pudo y, entre casualidades que todavía le parecen increíbles, lo levantaron camioneros y hasta un primo de su madre al que no conocía.
Tardó dos días en llegar por primera vez a Chile. En Uspallata el paso estaba cerrado y tuvo que esperar. “Ahí aprendí que la cordillera tiene sus tiempos”, contó. Cuando finalmente cruzó, llegó a San Fernando, donde conoció a la joven con la que había hablado por internet. Tiempo después, ambos regresaron juntos a Villegas, también a dedo. Pero el Chipi ya sabía que su destino estaba marcado.
Raíces nuevas y aprendizaje constante
Decidido a probar suerte, volvió a Chile y empezó de cero. Consiguió trabajo como inspector de micros, luego en una estación de servicio, y finalmente arriba de un camión. “Me dieron la oportunidad y no me bajé más”, dijo entre risas. Aprendió el oficio, las normas de tránsito chilenas y las diferencias técnicas de los equipos: “Los camiones de allá tienen más ejes, son más largos y se manejan distinto”.
Hoy recorre rutas del centro y del sur de Chile, transportando frutas, materiales y alimentos. Los viajes pueden superar los mil kilómetros. La soledad del camino se compensa con la radio, los mates y las llamadas con su familia villeguense. “Cuando extraño, me pongo a escuchar chamamé”, confesó.
Solidaridad sobre ruedas
La ruta también le abrió la puerta a la solidaridad. Desde hace casi una década participa en campañas de la Teletón junto a grupos de camioneros que organizan rifas, colectas y eventos para ayudar a niños en tratamiento. “Es algo que me llena el alma. A veces uno no tiene mucho, pero siempre puede dar algo”, señaló.
El grupo lo adoptó como uno más y le devolvió el gesto en un momento clave: cuando su padre falleció, sus compañeros reunieron el dinero necesario para que pudiera viajar a despedirlo. “No me alcanzan las palabras para agradecerles”, dijo emocionado.
Una vida compartida
En Chile conoció a Pamela, su pareja, “tan loca como yo”, según la describe. Juntos tienen una hija, que nació allí y que ya se acostumbró al mate, al asado y a las visitas a Villegas. “Cada vez que cruzamos, lo primero es ir al cementerio y después al asado con los amigos”, contó.
La adaptación no fue fácil, pero el Chipi valora el orden, la estabilidad y las oportunidades de su nuevo país. “Acá todo cuesta, pero si te esforzás, avanzás. En Argentina es más difícil planear”, opinó.
Una fecha especial en el horizonte
En medio de la charla, soltó la noticia que lo tiene ilusionado: el 20 de noviembre se casa con Pamela. “Hay que afirmar la pareja”, dijo con humor. Ya piensa en la fiesta, en los amigos que viajarán y en los que acompañarán desde Villegas a la distancia.
“La vida es una aventura”
Para quienes sueñan con cambiar de rumbo, su consejo es claro: animarse. “Si uno se queda esperando que las cosas pasen, no pasa nada. Hay que salir, vivir, probar. La vida es una aventura”, resumió.
Doce años después de aquel viaje con una carpa y 250 pesos, el “Chipi” Córdoba sigue rodando por las rutas, pero con un rumbo claro: trabajar, ayudar y disfrutar de la familia que construyó en el camino. Cada kilómetro, dice, le recuerda que el destino se escribe andando.



