Convirtió una casa vieja en una ferretería, atravesó pandemia, maternidad y crisis, y abrió otro comercio mientras sostenía un rubro históricamente masculino. “Arranqué con nada, pero con ganas de todo”, resumió.
Claudia Araya recordó que su historia en el mundo emprendedor no nació de un golpe de suerte sino de una conversación cotidiana con su pareja, Ricardo, contratista rural. “La idea de la ferretería salió un día cualquiera, charlando. Yo trabajaba en un estudio contable y nunca pensé que iba a terminar en un mostrador”, contó. Ese comentario disparó un camino que la llevaría a dejar un empleo fijo y cambiar de vida.
En abril de 2019 abrió Aruc en lo que era una casa familiar remodelada por su papá, albañil. Desde entonces, el local de calle Mitre creció hasta convertirse en referencia del barrio. “El que me conocía sabía que yo no tenía miedo”, afirmó.
De empleada a dueña de Aruc: un salto lleno de vértigo
La transición laboral fue abrupta. Pasó de la oficina a un negocio recién armado, sin certezas sobre ingresos ni clientela. “Tuve tres meses de tortura. Yo estaba acostumbrada a trabajar siempre, a tener mi plata, a no depender de nadie”, recordó. En ese tiempo compró estanterías con sus aguinaldos y las armó con ayuda de su hermano y de sus amigos hipoacúsicos. “Al principio acomodé todo separado para que parezca que tenía más mercadería. Arranqué con muy poquito.”
La ubicación, sobre Mitre casi llegando al Parque Municipal, le generó dudas, pero la realidad le dio la razón. “Pensé que al estar más lejos del centro iba a costar, pero al final la gente venía igual. Tenían dónde estacionar, entraban cómodos. El boca a boca nos ayudó mucho.”
Con el correr de los meses entendió que su nuevo oficio exigía paciencia y oído atento. “La gente viene y te pide ‘el cosito ese que va en el coso’. Casi nadie sabe el nombre exacto. Y está perfecto. Hay que interpretar, preguntar y ayudar.”

Pandemia, hijos chicos y un mostrador que no cerró
El 2020 la encontró con una ferretería joven y una hija pequeña. El anuncio del aislamiento la golpeó: “Pensé que se me venía todo abajo. Dije: ‘¿Y ahora qué hago?’”. Pero las ferreterías quedaron exceptuadas y Aruc siguió abierta. “Me dio alivio y miedo a la vez. Tenía una nena chiquita en casa. Igualmente trabajé, no había otra.”
Con su hija fue más sencillo. “La llevaba al negocio, se quedaba dibujando, tranquila.” Con su hijo varón, en cambio, la historia fue distinta: “Él es terrible, no dejaba una tuerca en su lugar. Con él no podía. Solo algún domingo, si no tenía con quién dejarlo.”
En paralelo empezó a generar empleo. “No me gusta trabajar sola. Me gusta tener gente, charlar, atender. Los sábados me encanta estar yo en el mostrador.”
El toque femenino y las miradas ajenas
Claudia incorporó productos y ordenó el local para que también las mujeres se sintieran cómodas. “Muchas venían porque las mandaba el marido y después volvían solas. Eso a mí me encanta.” En el trato con los clientes pocas veces sintió discriminación. “La gente fue siempre muy respetuosa.” Con algunos proveedores, en cambio, sí notó diferencias: “Alguno me quiso sobrar o vender lo que no se mueve, pero la mayoría terminó siendo aliada.” De todos ellos destacó especialmente a un representante comercial: “Ariel Gutiérrez, de Suprabon, me acompañó desde el primer día. Con él terminé teniendo más amistad que negocio.”
De Aruc a PQN: un sábado para dar vuelta otro local
Cuando Aruc ya estaba asentada, le ofrecieron hacerse cargo de un negocio de artículos de limpieza en calle Moreno: PQN. “No lo dudé. Soy inquieta.” Tomó la llave, entró un sábado y transformó el lugar. “Ese día estuve sola. Di vuelta todo el local, pedí mercadería, ordené góndolas. Cuando Ricardo vio lo que había hecho, no lo podía creer.” Desde entonces divide su tiempo entre ambos comercios.
A veces, cuando mira hacia atrás, no puede evitar medir su propio recorrido. “Yo digo siempre: arranqué con nada, pero posta, con nada. Cuando veo lo que es hoy Aruc, lo que me rompí, me doy cuenta de que avanzamos muchísimo.”

Consejos para otras mujeres que quieren emprender
En el Día Internacional de la Mujer Emprendedora, Claudia repitió un mensaje que muchas ya le escucharon: “Si tenés ganas, hacelo. Animarse es lo más difícil. Los primeros meses son bravos porque venís del sueldo fijo, pero después te das cuenta de que es hermoso no depender de nadie.”
Recordó también su propia historia laboral: “Trabajé desde chica. Hice mandados, estuve en una heladería. Después estudié de grande. Nada me vino servido.” Por eso su consejo se sostiene en la experiencia: “Cuando una mujer quiere emprender, lo que necesita es decisión. Todo lo demás se acomoda.”
Aunque la situación económica frenó algunos proyectos que tenía en mente, aseguró que no los descartó: “Las ideas están. Es cuestión de esperar el momento y seguir para adelante, como siempre.”
Desde calle Mitre, entre estanterías y clientes que siguen pidiendo “el cosito del coso”, Claudia Araya construyó una historia propia. La de una mujer que se animó a dar el salto, que sostuvo un negocio en plena crisis y que convirtió Aruc en un punto de referencia del barrio y en un ejemplo cercano de que emprender, incluso en tiempos difíciles, sigue siendo posible.

