Tras dos años en Nueva Zelanda, la joven villeguense volvió a su ciudad, reabrió su panadería con un éxito inesperado y ya prepara otro viaje junto a su pareja. Entre aprendizajes, nostalgia y proyectos que no dejan de crecer, cuenta cómo vive este presente intenso y qué espera de la próxima etapa en Australia.
Cuando Carolina Giménez volvió a General Villegas después de más de dos años viviendo en Nueva Zelanda, lo hizo con una mezcla de incertidumbre, emoción y curiosidad. El plan inicial era simple: reencontrarse con la familia, acomodarse unos meses, retomar contacto con la ciudad y volver a abrir, de manera tranquila, la panadería que había quedado en suspenso. Pero nada fue tan sereno como lo imaginó. Villegas la estaba esperando con los brazos abiertos… y con un apetito inesperado.
La primera semana fue una verdadera prueba de resistencia. Las medialunas que siempre fueron marca registrada se agotaban antes del mediodía, la gente hacía fila para saludarlos y la demanda los obligó a duplicar máquinas, reorganizar horarios y sumar ayuda. Caro terminó sin voz, agotada y feliz. “No esperábamos esta locura. Pensamos que íbamos a producir poquito y trabajar tranquilos, pero la gente nos dio vuelta los planes”, contó entre risas.
Volvieron junto a Nico, su pareja y compañero de aventuras, con quien compartió estudios, emprendimientos y la vida completa en Nueva Zelanda. Ambos regresaron cargando experiencias profesionales valiosas, un crecimiento personal profundo y un recuerdo que les marcó el camino: habían logrado formar una vida en otro país, con amigos de todas partes del mundo y una rutina que los hizo más fuertes. Ese aprendizaje hoy se nota en cada producto que sale de su horno.

Un regreso entre abrazos, recetas nuevas y una panadería desbordada
El reencuentro con su familia fue conmovedor. Caro volvió con una sobrina a la que no conocía, con amigos que la esperaban desde hacía meses y con la sensación de que Villegas seguía siendo su lugar en el mundo. “Esta vez fue distinto. Cuando vine de visita el año pasado, sentía que Argentina ya no era mi casa. Pero ahora me pasó al revés: dejé otra casa allá, una vida armada”, recordó.
A la semana de abrir la panadería, la realidad los golpeó con fuerza: estaban trabajando a un nivel mucho más grande del que habían calculado. La medialuna de manteca se convirtió, una vez más, en el producto estrella. “La gente manda mensajes a la tarde para ver si queda alguna. Yo les digo que consulten antes, porque es lo primero que se va”, explicó. Y aunque lograron estabilizar la producción, siguen apostando por la frescura: todo se hornea cada mañana, sin stock guardado y sin procesos industrializados.
El otro gran éxito fue el pan de ajo, receta que Caro conoció en Nueva Zelanda y que convirtió en un clásico local. “Lo probamos de mil maneras hasta encontrarle la vuelta. Hoy está en todas las picadas y cumpleaños, y eso nos emociona”, dijo. La focaccia y los panes de estilo italiano también encontraron un lugar entre los gustos villeguenses.
La panadería que reabrieron es distinta a la que cerraron al irse. Ahora es un espacio donde conviven recetas tradicionales, productos de innovación, sabores traídos del exterior y una filosofía clara: calidad, frescura y personalidad. Quien entra, se sorprende. “La idea es que no sea la panadería típica. Queríamos un diferencial, y creo que lo logramos”, afirmó.

Nueva Zelanda, el aprendizaje y la versión de Caro que llegó fortalecida
Vivir dos años en Nueva Zelanda significó transformarse. Caro llegó sin hablar inglés y terminó liderando la pastelería de un viñedo, gestionando eventos y construyendo un lugar donde se sintió parte de un equipo que la valoró. Aprendió a trabajar sola, a resolver problemas en otro idioma, a tomar decisiones y a hacerse cargo de un sector completo.
“El idioma te rompe todas las vergüenzas. Me pasé semanas sin poder decir una frase. Y un día arrancás. Eso te hace fuerte. Después de eso, enfrentarte a cualquier cosa acá es mucho más fácil”, analizó. La vida multicultural también la marcó: amistades francesas, japonesas, canadienses y latinas, un humor distinto, una cotidianeidad más ordenada, un ritmo laboral más pausado. “Fue otra versión mía. Y la extraño un montón.”
Esa nostalgia convive hoy con la intensidad del proyecto local. Entre el trabajo, la familia, los sobrinos, los amigos y la comunidad que abraza, los días pasan rápido y cargados de emociones.

La decisión que volvió a moverlo todo: Australia
Aunque el presente es óptimo y la panadería vive uno de sus mejores momentos, Caro y Nico decidieron que esta etapa tiene fecha de cierre. El 11 de febrero partirán hacia Australia. La decisión estuvo atravesada por la edad límite para ciertas visas, por oportunidades laborales y por la voluntad de seguir desarrollándose en inglés.
Ya tienen pasajes, una primera parada en Melbourne y un plan abierto: trabajar, aprender en nuevas panaderías y restaurantes, absorber técnicas que después puedan traer a Villegas. “Es como aprender con plata ajena, pero con la tranquilidad de que volvemos a casa con más experiencia”, explicaron.
Durante noviembre y diciembre seguirán trabajando, aunque es posible que en las últimas semanas reduzcan días de apertura. También quieren dejar cursos presenciales para quienes deseen aprender técnicas de panadería y pastelería. Saben que la gente va a extrañar el producto, y ellos también extrañarán la cercanía con sus clientes.
“Villegas siempre nos abre las puertas. Vamos a volver. No sabemos cuándo, pero vamos a volver”, aseguró Caro.

“Esfuerzo, orgullo y familia”: una panadería que ya es parte del barrio
Cuando tuvo que definir su proyecto en pocas palabras, Caro no dudó: esfuerzo, orgullo y familia. Esos conceptos atraviesan el trabajo diario, los vínculos con los clientes y la intención de estar presentes en las mesas de todas las edades.
Los adultos mayores buscan el pan de masa madre o el sin sal; los chicos se llenan de leche con las medialunas; los jóvenes siguen las variedades nuevas y las cookies; las familias adoptan el pan de ajo para las reuniones. Y Caro y Nico sienten ese acompañamiento como un abrazo.

“Estamos en la mesa de mucha gente. Eso también es familia”, dijo.
Entre la emoción de partir otra vez y la certeza de tener un lugar al que siempre se vuelve, Carolina Giménez vive este presente como una etapa de plenitud. Se va con una panadería fortalecida, con nuevos proyectos formándose y con la convicción de que viajar, aprender y regresar es parte de su identidad. Y de la historia que sigue escribiendo junto a su pueblo.

