Hijo de un carpintero catalán, estudiante en Rosario, investigador en Buenos Aires, cofundador de una de las farmacias más emblemáticas del partido y protagonista de anécdotas que hoy forman parte de la memoria colectiva. La historia de Alberto Bas es, también, la historia de un Villegas que creció con él.
Alberto Bas fue, para varias generaciones de villeguenses, el hombre de hablar pausado que atendía detrás del mostrador de la Farmacia Bas. Pero su figura encerró mucho más que una profesión. Fue lector incansable, profesor de Química, apasionado del ajedrez y del golf, y uno de esos vecinos cuya sola presencia ordenaba el barrio. Nació en General Villegas, hijo del catalán José Bas y de Modesta Diez, y desde chico respiró el clima de trabajo de la carpintería familiar “La Industrial”, fundada en 1915 y sostenida luego por sus hermano Ramón y su sobrino Oscar. Creció entre maderas, herramientas y una cultura de esfuerzo que lo acompañó toda su vida.
Hizo la primaria en la Escuela 1 y, cuando llegó el momento del secundario, debió dejar el pueblo: cursó como pupilo en el Colegio Don Bosco de La Plata, un ámbito exigente que marcó su carácter. Allí, aún con diferencias de edad, pasaron figuras como José Froilán González y Bernardo Neustadt. Alberto jugó al fútbol como wing derecho, de esos punteros que iban bien pegados a la raya, un estilo casi extinto. Fue también un gran lector, hábito que cultivó durante toda su vida.
Estudios, Rosario, investigación y un amor que lo trajo de regreso
Tras terminar el secundario, se mudó a Rosario para estudiar en la Universidad del Litoral. Primero se recibió de farmacéutico y luego de bioquímico, apoyado por primos que lo ayudaron en sus años de estudiante. Más tarde se trasladó a la Capital Federal, donde trabajó en un laboratorio alemán y participó en tareas de investigación junto a Luis Federico Leloir, premio Nobel de Química, un dato que revela la solidez de su formación.
Un buen día conoció a la maestra Lea Insausti, que estudiaba magisterio en Buenos Aires. Cuando se recibió volvió al pueblo, nombrada en la Escuela 3, y Alberto la acompañó. Tiempo después se casaron. En 1949, Alberto formó con Oreste Crusat una sociedad que se volvería emblemática: la Farmacia Bas, un sitio que marcaría para siempre la vida cotidiana de la ciudad.

La farmacia, el ajedrez y un tablero de madera irrepetible
Alberto se transformó rápidamente en una referencia, no solo por su profesión sino por su estilo. Era familiero, honesto, amable, solidario, sin estridencias y con una forma pausada de hablar que transmitía confianza. Su padre, desde la carpintería, le había construido un tablero de ajedrez con piezas artesanales de madera que era un verdadero tesoro. Quienes lo veían lo reconocían como algo único, incomparable con cualquier juego de plástico.
En la Farmacia Bas, antes de los turnos nocturnos, se armaban partidas de ajedrez entre compañeros y amigos. En una ocasión llegó a Villegas el campeón mundial juvenil de 1953 en Copenhague, Oscar Panno, para jugar simultáneas. Alberto se sentó frente a él junto a otros vecinos, entre ellos Julio Dublanc, Oreste Crusat y Contratti. Años más tarde contaba, con una mezcla de orgullo y humildad, que había hecho tablas en aquella partida: cuando el gran maestro le extendió la mano, comprendió que estaba aceptando el empate, un gesto que para él significó mucho.
El incendio que cambió todo y la reconstrucción que mostró la fuerza del pueblo
Con Lea formó una familia de cuatro hijos: Ana, Beto, Estela y Silvina. En 1971 ocurrió un hecho que marcó para siempre la historia local: el incendio de la Farmacia Bas. El fuego generó una conmoción enorme. Muchos recuerdan que el Colegio Nacional fue evacuado y que la ciudad entera quedó impactada por la magnitud del siniestro.
Aquel desastre dio origen al Cuerpo de Bomberos Voluntarios de General Villegas. Alberto perdió todo, en un momento económico difícil. Sin embargo, la comunidad reaccionó con una solidaridad extraordinaria: hubo quienes le ofrecieron locales para que siguiera atendiendo mientras reconstruía el suyo, y muchos vecinos se acercaron espontáneamente a su casa –y a la de Oreste– para ponerse al día con deudas atrasadas, sin que nadie se las reclamara. En apenas unos meses, la farmacia volvió a abrir en su lugar de siempre. Fue un acto colectivo que reveló el enorme afecto que el pueblo tenía por él.

Docencia, química y una vocación que ejerció sin cobrar
Además de su trabajo en la farmacia, Alberto dedicó muchos años a la docencia. Enseñó Química en el Colegio Nacional ad honorem, por gusto y por compromiso. Adoraba la institución, disfrutaba de las clases y de la camaradería con los profesores. Aseguraba que sostendría ese rol hasta que apareciera un docente recibido que necesitara el cargo, y así lo hizo. Su paso por las aulas dejó una huella profunda en varias generaciones.
El golf, la amistad y las anécdotas que siguen vivas
En la madurez descubrió una pasión inesperada: el golf. Empezó cerca de los 50 años en una quinta camino a Elordi, propiedad de Mario Constantino Gómez, donde “Toto” Fuentes había armado un pequeño campo de juego artesanal. Ese primer contacto lo atrapó y, con el tiempo, comenzó a jugar en La Lucila, donde ganó torneos y se convirtió en un jugador respetado.
Llegó a seguir practicando casi hasta los 90. En las rondas con amigos abundaban las bromas, como aquella en la que jugaba junto a Nelson Millán y Alberto Rasse. Nelson, para evitar confusiones intencionales o no, llevaba tuercas en los bolsillos y pasaba una por cada golpe. Cuando Rasse declaró haber hecho cuatro golpes, Nelson contó cinco tuercas. La carcajada fue general. Así era Alberto: parte de una camaradería sincera y de una ética deportiva que lo acompañó siempre.
Aunque vendió la farmacia en 1998 a la familia Gamaleri, para la comunidad siguió siendo “lo de Bas”. Ocurrió lo mismo que con otras esquinas o lugares históricos: la de Nelson Millán, el Bar Colón. En la memoria colectiva, esos nombres permanecen más allá de los cambios comerciales.
Alberto Bas murió a los 93 años. Hasta casi el final siguió leyendo, jugando al ajedrez y disfrutando del golf. Sus hijos y nietos lo vieron transitar una vida guiada por la honestidad y la calma. Y quienes lo conocieron, cada vez que lo recuerdan, mencionan la misma palabra: caballero.
En General Villegas su nombre sigue vivo. Cada vez que alguien dice “voy a lo de Bas”, continúa la historia de un hombre que convirtió una profesión en un servicio y una lugar en un punto de encuentro. Un vecino que dejó una huella profunda donde más importa: en la vida cotidiana del pueblo.

