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martes, 23 abril, 2024

CINE EN CASA: Scorsese, la sangre del peleador callejero / Por Federico Fornasari (*)

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SCORSESE, LA SANGRE DEL PELEADOR CALLEJERO

Martin Scorsese es un artista que si hubiera nacido hace más de quinientos años se habría tomado unos vinos con Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel. No es difícil imaginarlos celebrando afinidades bajo los efectos del Renacimiento en las concepciones del ser humano y el mundo, luego de siglos de cierta mentalidad no tan proclive a los cambios o debates culturales.

Martin se recuperó de esa y muchas resacas, esperó a que el cine se inventara y hoy, con casi 80 años de edad, sigue más vigente que nunca, posicionado como uno de los más grandes directores de todos los tiempos.

Mientras esperamos con ansiedad el estreno de Killers of The Flower Moon -que será protagonizada por Robert De Niro y Leonardo Di Caprio-, resulta interesante recordar una mirada sobre algunos de sus filmes y detener puntualmente el visionado en Calles Salvajes (Mean Streets, 1973), nada menos que su primer encuentro explosivo con el cine y el ámbito de la Mafia, temática genialmente expresada en su extraordinaria carrera.

Mafia, Violencia, Sangre, Religión, son cuatro palabras que podrían sumarse a cuatro características distinguidas de Martin. Es un virtuoso (puede filmar cualquier película); todo lo que hace es personal, y es contemporáneo (las películas son tanto una mirada sobre el mundo actual como una mirada actual sobre el mundo, incluso del pasado). Por último, sus obras plantean una particular relación del autor con lo que filma, marca registrada del revolucionario cine de los años 70.

De hecho, ese entorno, le permitió en Calles Salvajes hacer un estudio sobre su vida y la de algunos amigos. Imaginaba que si mucho tiempo después alguien encontraba la película en un estante, la gente podría verla y así enterarse como eran los italoamericanos en una época y contexto específico, no de los jefes o los “Padrinos”, sino la vida cotidiana de los de abajo, de los muchachos que querían escalar en el delito, cómo hablaban, se vestían, se peleaban, el aspecto que tenían y lo que hacían. Mostrar su estilo de vida.

Dijimos violencia. Si, a Scorsese le gusta mucho utilizarla. Eso está claro como el agua. O como la sangre, que no es clara pero es imprescindible para la vida y también para su cine. La sangre abunda en las pelis del realizador neoyorquino y también la violencia que la provoca.  Si la sangre es un elemento esencial en él, también lo es la religión y varias son las lecturas sobre el significado bíblico de la sangre que pueden hacerse.

Conocidas sus intenciones desde muy joven de ordenarse sacerdote (abandonó esa idea dada su tremenda pasión por el cine), numerosos rituales, dudas, entornos, culpas y situaciones referidas a temas religiosos aparecen en sus películas, no como dogmas impuestos, sino como elementos de ficción. Su interés por Judas –Scorsese tiene una especial atracción por él aunque no lo nombre expresamente-  representa un tema clave en su cinematografía: la traición.

La mayoría de sus personajes son traicioneros; en Pandillas de New York (2002) ese tema se diversifica todo el tiempo. Las barriadas se pelean en las calles y se traicionan al mismo ritmo que el crecimiento de la urbe. En El Irlandés (2019), además de las traiciones y los sentimientos religiosos, Martin reafirma otra de sus máximas: los personajes suelen tener un destino circular.

El supuesto asesino del líder camionero Jimmy Hoffa arranca en el geriátrico y es allí donde vuelve para mantener el secreto y, con ello,  tal vez, delinear su imposible redención. Hasta elige la forma de ser enterrado, lejos de cualquier acto crematorio demasiado definitivo.

El mafioso de Buenos Muchachos (1990) vuelve a ser un ignoto de clase media; en Casino (1995), De Niro cumple el sueño de monopolizar las apuestas en Las Vegas pero vuelve a levantar quiniela; el taxista de Taxi Driver (1976) vuelve a su taxi; el oficinista gris en Después de Hora (1985), vuelve a donde había empezado; el Jesús de La Última Tentación de Cristo (1988) vuelve a su correspondiente lugar de Mesías; el productor de El Aviador (2004) vuelve a recordar un episodio con su madre exhibido al inicio de la película.

En Toro Salvaje (1980), el boxeador Jake La Motta sale de lo más bajo, llega a los más alto, cae y vuelva a subir. Hasta en sus películas menos conocidas o exitosas el “círculo” de Scorsese, a veces vicioso, se impone como una verdadera exploración de su vida interior que expone a través de sus actores.

Algunos personajes no pueden volver a sus comienzos porque en su derrotero los encuentra la muerte natural o causada por otro. Como el mismo director, que también estuvo a punto de morir antes de cumplir 40 años.

Calles Salvajes es una radiografía del barrio donde Scorsese creció, esa isla fervientemente católica que era Little Italy, en Nueva York . “En realidad, viví en un pueblo siciliano la mayor parte de mi vida”, dijo Martin, refiriéndose al barrio. “El mundo se dividía en dos: nosotros, los inmigrantes de “Pequeña Italia”, y los demás. La tensión era palpable, siempre al borde de la violencia” afirma cuando describe sus inicios.

Influenciado por el neorrealismo italiano y el movimiento documental norteamericano de los años 30 y 40, la fórmula de salvación que en lo personal pareció encontrar Scorsese fue la cinefilia más completa y el dominio obsesivo de la narración cinematográfica. Calles Salvajes es eso, pero además un ensayo en pleno desarrollo: las películas filmadas cámara al hombro, un movimiento encabezado por los extraños de pelo largo Donn Pennebaker y Ricky Leacock.

Tales influencias impactan en Calles Salvajes, con su atmósfera descarnada y claustrofóbica. La historia es el deambular cotidiano de cuatro jóvenes amigos y su interacción con individuos peligrosos o poco confiables.

Dos de ellos resultan muy ricos en matices, Charlie (Harvey Keitel) el verdadero protagonista, vive torturado por sus sentimientos religiosos, amorosos y de solidaridad hacia la gente del barrio, y Johnny  Boy  (Robert De Niro), el amigo alocado y desprolijo , transita su vida al borde del estallido nervioso, siempre a punto de cometer locuras.

Calles Salvajes es un estudio de estos pequeños mafiosos que admiran a los más grandes, con su racismo a flor de piel, sin discernimiento, de movimientos ampulosos y vocabulario excesivo que se meten en problemas, se divierten y se sumergen en toda la movida nocturna de Nueva York que los abruma.

Desde la secuencia inicial hasta las temblorosas escenas de Charlie en la cama, filmadas cámara en mano, y las alucinantes peleas en los bares, Scorsese registró la vida tal como él la conocía (tanto que se reservó un papel sin acreditar que es el resumen perfecto de lo que podía haber elegido en su hábitat natural). Todo es auténtico y cercano al delirio.

La película va del infierno al paraíso y otra vez al infierno, con el impulso salvaje de un peleador callejero, Scorsese exhibe omnipresente, también, la adoración a María (otro símbolo inescindible en su obra) allá arriba en la Iglesia, virgen, inalcanzable y pura. Y debajo, las distintas formas de angustia, neurosis y autodestrucción generadas por la imposible misión de alcanzar ese ideal de tranquilidad moral.

No es otra cosa el cine de Scorsese que su propia vida. La iconografía católica y violenta que han desbordado sus películas son a la vez el signo complejo de un sentir religioso, o simplemente la búsqueda de alguna forma de espiritualidad que le permitiera remitir las penas debidas por pecados ya perdonados y alcanzar la gracia definitiva.

También eso se observa en Toro Salvaje, cuando Jake La Motta vislumbra a un ángel – o a María- en la figura de la joven futura esposa que lo puede salvar. Según Martin, fue su película bisagra, ahí surgió un nuevo Scorsese, que se salvó de milagro por sus excesos químicos y alcohólicos de los que había abusado hasta 1979, poco antes de comenzar a filmar la película.

“Cuando salí del hospital, fuimos a encerrarnos a una isla del Caribe y advertí que La Motta había vivido lo mismo que yo, éramos sobrevivientes”, dijo Scorsese. “Volví a leer la Biblia inglesa mientras pensaba el guion y encontré el pasaje de San Juan: la curación de un ciego de nacimiento. Por dos veces, los fariseos interrogan a los padres del curado milagrosamente. Los padres comienzan a tener miedo porque el asunto es político. Los fariseos convocan al niño y le dicen “el que se ha acercado a ti está rodeado de prostitutas, rufianes y ladrones ¿comprendes que ese hombre es un pecador y no debes frecuentarlo?, y el niño contesta “todo lo que sé es que antes estaba ciego y ahora veo”.

No es casualidad; rondando esos momentos críticos de “ceguera” exterior y ebullición interior, surgieron tres de sus filmes más desesperantes: Calles Salvajes, Taxi Driver y Toro Salvaje. Al comienzo del primero hay una cita emblemática ejecutada por cierta voz en off : “la penitencia no se hace en la Iglesia, se hace en las calles, se hace en las casas”. Y Scorsese lo hizo, eligió el cine y salió a embarrarse en la cancha.

Martin es la herencia de un luchador caliente que se arrastra entre mafiosos, abusadores, tacheros, mentirosos, políticos baratos, boxeadores, gente humilde y muchas mujeres de buen corazón. Y así como tiene a su fetiche Robert De Niro, desde hace tiempo sumó el gran Di Caprio, a quien sus padres lo nombraron Leonardo en honor a Da Vinci, el compañero de aventuras de Scorsese desde hace más de quinientos años.

(*) Federico Fornasari es villeguense. Abogado. Pero también un auténtico cinéfilo.  Escribe en distintas publicaciones nacionales e internacionales, en papel y en web. Colabora con el «Cine Club Vértigo» programando ciclos que se pueden ver en directo por su canal de Twitch. Mientras le da forma a su libro sobre el cine policial italiano de los años 70 cada 15 días se da una vuelta por su pueblo, que es el nuestro, para hablarnos del juego que mejor juega y que más le gusta. Como a Totó de Cinema Paradiso, un día un llamado lo reencontró con el cine del lugar donde nació.