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miércoles, 17 abril, 2024

Federico Fornasari y el cine, una historia de amor que nació en Villegas

Es hijo de “Elita” Sobrón y Rino Fornasari, y hermano mayor de “Maki” y Lucas. A mediados de los ochenta y por razones laborales, sus padres y hermanos se instalaron en Buenos Aires pero él decidió quedarse con sus abuelos maternos para terminar el secundario. Su amor por Villegas pudo más. Su abuelo Pedro le transmitió el amor por Eclipse, mientras que su padre -junto a Lucio Brozzi- lo hicieron hincha de Estudiantes de La Plata. El cine Español y Rex despertaron su pasión por el cine y hoy escribe reseñas y críticas en medios especializados de Argentina y España.

El «flashback» o retrospectiva es uno de los tantos recursos que tiene el cine para contarnos una historia. La pantalla nos muestra una acción y en la escena siguiente nos devuelve al pasado para explicar por qué pasó lo que pasó y por qué ese personaje terminó metido en esa situación. Uno de los directores que hizo de este recurso un sello propio a la hora de narrar es Quentin Tarantino, cuya opera prima «Reservoir dogs» («Perros de la calle», en castellano) es, quizás, el ejemplo más acabado del uso del «flashback».

La película comienza con un grupo de ladrones (profesionales del rubro, nada de carteristas) sentados en la mesa de un bar, minutos antes de cometer el delito. Hablan sobre bueyes perdidos: el verdadero significado de la letra de la canción de Madonna «Like a virgin» («Como una virgen») y uno de ellos explica su teoría acerca de por qué nunca deja propinas. Luego esos maleantes, enfundados en sus impecables trajes negros, caminan en cámara lenta hacia la calle al son de la canción «Little green bag» («Pequeña bolsa verde») en lo que es, sin dudarlo, una de las mejores escenas de la filmografía de Tarantino. Mientras corren los títulos se produce el robo (que nunca se ve, sino que el director hace que lo infiramos) y en la escena siguiente uno de los protagonistas aparece en la parte de atrás de un auto, completamente ensangrentado. Algo salió mal. A partir de ahí la película deja de ser lineal: el director va al pasado para mostrarnos quiénes son estos delincuentes y vuelve al presente para contarnos qué pasa con ellos.

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En la actualidad Federico Fornasari es un aficionado y amante del cine. Un auténtico cinéfilo que comenzó a escribir de cine como un hobby, desde la perspectiva del espectador sentado en su butaca. Poco a poco fue convocado a hacerlo de una manera más profesional, a través de blogs y páginas web especializadas en la materia. Gracias a un par de reseñas lo contactaron desde España y lo invitaron para escribir en espacios como «Pasadizo», un blog muy completo del madrileño Carlos Díaz Maroto. Así fue como conoció a Ángel Gómez Rivero, de Algeciras (Provincia de Cádiz), quien le pidió que colaborara en algunos puntos de su libro titulado «Cine Zombi». También escribe para el blog español «Doblo Kulto Cinema», cuyo responsable, Roberto Ochoa Peces, vive en Toledo.

Todo eso generó que lo convocaran a escribir en revistas de Buenos Aires como «Cinefanía Macabra», «Cineficción» y «Videotomía», un lugar en la red y en papel en el que se habla de películas de terror y del cine marginal, arriesgado y alejado de la “moral y las buenas costumbres”.

Además, colabora con el «Cine Club Vértigo» programando ciclos de cine que se pueden ver en directo por su canal de Twitch, una plataforma en streaming. «No deben dudar en darse una vuelta por el lugar. Es sencillo, se presionan tres botones en el teclado y listo: tienen el mejor cine mientras se toman un fernet o unos mates en la comodidad del hogar, cerca de la heladera», recomienda Fornasari.

Es tanta su pasión por el cine que también se anima a hacer radio sobre el tema (en realidad lo que hace es un podcast).

Incluso tiene un proyecto de libro sobre el cine policial italiano de los años 70 -conocido como “poliziesco”- que está encarando desde hace un par de años; y es el fundador -junto a su amigo Nicolás Quinteros- de «Casi Humanos Cine», un canal de Youtube y de Instagram donde exhiben documentales para reivindicar a directores, actores, películas y personajes del cine no tan conocidos. «Están buenísimos y van al grano. Se los recomiendo sin dudar», aconseja Fornasari.

Flahsback: ¿Cómo llegó Federico Fornasari a convertirse en un especialista de cine?

Sin dudas que Villegas y los cines Rex y Español tienen mucho que ver. Pero mejor le hacemos un primerísimo primer plano -un recurso característico de los «Spaghetti westerns», como el clásico «El bueno, el malo y el feo» donde Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach se baten a duelo en una escena que nos mantiene agarrados de la butaca sin pestañear- a Federico para que sea él mismo quien lo cuente:

«Fui a la Escuela N° 1 y luego al Nacional que me dieron educación, diversión, muchas aventuras, compañeros y amigos entrañables como Guillermo Grippo, ‘Fito’ Muñiz, Pablo Bordachar, Paúl Odelli, el gran ‘Pepe’ Pelosi -arquerazo total y de quien fui su verdugo en varios partidos de fútbol-, Beto Carelli, Gabriel Grosso, Oscar ‘La Leyenda’ Ramos, ‘Nicota’ Alvarez, los hermanos Formoso, Angel Fenocchio, Aurelio Cañibano, ‘El Mono’ Gustavo Ramos, y las chicas, Liliana Asel, Alicia Carelli, Daniela Aguirre, Marina García, Andrea Rabassio, Monica Santillán, Laura Cañete, Sonia Avalos, Lorena Didlaukis, Karina Francucci. Imposible nombrar a todos.

Al igual que los amigos de las inferiores de Eclipse, donde tuve el honor de vestir su camiseta y disfrutar de una camada de personajes inolvidables, como en todos los ámbitos de Villegas.

Recuerdo también a Francisco ‘Pancho’ Sánchez y al ‘Colo’ Luis Monti, cofundadores de la ‘Muy Bien’ junto a otros chicos. Era una especie de fanzine hecho en la época del secundario donde escribían anécdotas jugosas del pueblo y el Nacional.

Otro amigo con el que hablaba mucho de cine es con Fredy Oleaga, quien era uno de los tipos que siempre me decía que tenía que seguir dedicándome a hablar y a escribir sobre cine.

Con ‘Pancho’, gran amigo, hablábamos de cine, música y literatura ya desde la primaria. Pero más de cine. Concluíamos en que era lo más conmovedor porque unía a las artes en un compendio perfecto capaz de conciliar mágicamente a todas, por eso se le dice ‘séptimo arte’, porque es la última y definitiva, la mejor, porque se trata de un arte de síntesis total; entre las creaciones basadas en los ritmos del tiempo (música y poesía) y los del espacio (las artes plásticas). El cine fue considerado desde su nacimiento como vanguardia artística. Eso me conmovió desde chico, y Villegas era como el gran set de filmación plagado de personajes e historias míticas.

El cine es una herencia que viene de mi padre y de mi tío Luisito Renati, quienes desde antes que empezara a caminar ya me taladraban el cerebro con el ‘neorrealismo italiano’ o Monicelli, Mastroianni y Ugo Tognazzi, a quienes habían visto cuando estudiaban en La Plata. Esas viejas pelis italianas las descubrí luego en Buenos Aires, en VHS o en diversos ciclos de revisión. Son joyas que recomiendo sin dudar, como casi todo el cine de Italia de posguerra hasta hoy, una verdadera sucursal de Hollywood, en cantidad de producciones y que jamás perdió su esencia europea.

Luego descubrí a Lucio Fulci, Umberto Lenzi, Sergio Martino, Mario Caiano, Carlo Lizzani, Damiano Damiano y a los grandes directores del cine italiano que conjugaban genialmente obras de género, de denuncia social y “explotación” comercial. De ellos hay que ver todas. Italia es una fábrica de cineastas esplendorosos donde, al igual que en Estados Unidos, levantás una baldoza y encontrás los mejores directores, actores o guionistas de cine.

En Villegas, el cine Rex y el Español hicieron lo suyo; fueron mis grandes maestros; además tenía de vecino a Víctor Pugnaloni, quien fue dueño del Español y yo le pedía carteles de cine y que me dejara entrar a las películas prohibidas para menores de 18. Víctor me hacía pasar a escondidas, especialmente los jueves, y me rogaba que no insistiera, que iba a tener problemas con la policía. Ahí conocí en pantalla a Isabel Sarli, por ejemplo y algunas de Pasolini o Marco Ferreri, dos directores fundamentales. Víctor, para un cinéfilo que recién arrancaba, era el vecino ideal. Me contó mil anécdotas del Español y me regalaba afiches y algunos ejemplares de la revista Heraldo, un material que traía notas sobre cine y se la daban los distribuidores de películas.

Desde niño el cine me llamó la atención y fue mi pasión inmediata. Las películas potenciaban las anécdotas de la vida real. Villegas era para mí, además de un enorme set lleno de actores geniales, un gran guionista o escenógrafo que exhibía la historia de una parte de la humanidad y se conectaba con un director escondido con una cámara en el cielo que apuntaba para abajo.

Alguien del más allá hacía un registro fílmico constante de lo que sucedía en mi pueblo y de todos sus personajes únicos. Luego, este director inmortal, editaba lo que filmaba y escondía la película infinita de Villegas que se proyectaba todo el tiempo en nuestra imaginación. Villegas siempre estaba omnipresente en cualquier actividad. “Esto solo puede ocurrir acá”, pensaba, y aunque leyera o me contaran historias similares de muchos lugares, nunca superaban a las de Villegas.

Cuando tenía diez u once años y al otro día de ir al matiné del cine Rex, por ejemplo, llegaba y anotaba cosas que me habían deslumbrado de la película proyectada. Lo hacía en una carpeta de tapas rojas, en verdad lo hacía en las hojas que metía en los ganchos de esa carpeta. Pocas palabras, las que me salían. Eran hojas Rivadavia, tamaño carta, cuadriculadas, que compraba en la Librería Cabildo, de Néstor Gasparini. Ya de más grande, cuando estaba en quinto año escribía, con preocupación adolescente y sin orden establecido, lo que me había generado alguna película en particular. Uno llega a los 17 años y cuestiones grandiosas lo empiezan a preocupar: Dios, la muerte, los libros, el sexo, la música, si el técnico me iba a poner el domingo en Eclipse, en fin, el misterio de la existencia. Y todo eso me lo generaba el cine que veía en Villegas, como amalgama de numerosas cuestiones.

La película que me marcó inicialmente fue ‘Los Intocables’, de Brian De Palma, en el 87. Ya vivía con mis abuelos cuando llegué esa noche del cine exaltado, previo paso por la pizzería ‘Los Hermanos’ que estaba en calle San Martín, y los desperté para contarles lo que me había generado el filme. ‘La sustancia está ahí, en esa película, abuelo, no hay que perder tiempo’, le dije a Pedro, quien desde la cama me miraba mientras se prendía un cigarrillo a la una de la mañana. Mi abuela reafirmó que estaba loco y siguió durmiendo. No me olvido más. Tanto me sorprendió que convencí a Pedro y lo llevé al cine el otro fin de semana. Fue un impacto, un batazo de béisbol a su cabeza, como el que le dan a Joe Pesci en la película Casino, de Martin Scorsese.

Con Pedro, además de Eclipse y los goles de Tito Paviolo o Sandoval, hablábamos del más grande de todos, de John Wayne y la mitología única del western, pero ese día quedó como loco con Sean Connery, Kevin Costner y el inolvidable tiroteo en la Estación Central de Chicago. Hacía 20 años que mi abuelo no iba a ver una película y, aunque en muchas oportunidades yo había ido al Rex o al Español a ver dos o tres veces el mismo filme, esa vez repetí con él. Por supuesto que la tengo en Blu Ray y la veo una vez por año, mínimo. Proyectarla en casa es como un retorno a Villegas y revivir los encuentros fundamentales con mi abuelo, gran contador de anécdotas de épocas inmemoriales de la ciudad».

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La elipsis es otro recurso del cine y sirve para hacer un gran salto temporal. Un bellísimo ejemplo de elipsis lo podemos ver en «Cinema Paradiso», cuando Alfredo -el cinematógrafo- se queda ciego y toca la cara de «Totó» -ese delicioso y querible niño protagonista de la historia- para reconocerlo. Cuando quita las manos, «Totó» ya es un adolescente.

Elipsis: Federico ya dejó de ser un niño escribiendo en su carpeta roja las fantasías que le despertaban las películas. ¿Qué fue de su vida? Él lo cuenta mejor que nadie:

«Casi a principios de los 90 vine a estudiar Derecho a Buenos Aires y al poco tiempo arranqué a trabajar en Tribunales, donde sigo ahora. No era común estudiar cine en ese entonces, lo tenía más como un hobby. Además de la facultad, el juzgado y las salidas, armamos un equipo de fútbol con Mariano García y Sergio ‘Lechón’ Martínez –ambos viven hoy en Villegas-, para jugar el torneo de la UBA. Cada tanto venía a Buenos Aires desde Villegas otro gran amigo, José Luis Cumella. El equipo que se armó en la Capital se llamaba “Villegas al Frente” y participamos durante casi diez años.

Si bien el juzgado y otras tareas absorbían mucho tiempo, cuando me recibí estuve más aliviado y empecé a conocer gente de cine en algunos cursos de temas que me interesaban. Pocos cursos, la verdadera escuela de cine fue y es ver muchas películas, como dijo en ese momento Tarantino al estrenar ‘Perros de la Calle’ en 1992, otra que me impactó tanto como ‘Los Intocables’.

La peli de Tarantino fue una epifanía, una sentencia condenatoria a mirar cine hasta morir, un golpe de gracia para seguir con ese hobby pero ya de manera más metódica. Bajo la línea de este genial director, la idea era mirar no sólo los estrenos comerciales sino el cine de todos los tiempos. Estaba la revolución del videoclub, luego internet y el DVD que permitieron acercarme a la historia del cine, a todas esas películas y muchas más de las que hablaban mi viejo y mi tío Luis y que aparecían en los libros, revistas o programas que daban en televisión.

Incluso las que machacaba Antonio Carrizo, con quien estuve varias veces en la década del 90. Antonio era amigo de mi abuelo Pedro y especialmente del gran Don Luis Renati, padre de mi tío Luisito. Por ellos fue el vínculo con Antonio. Yo vivía a una cuadra de Radio Rivadavia, pasaba e íbamos a tomar un café a su departamento que estaba a la vuelta en calle Barrientos. El lugar era una biblioteca impresionante y Antonio un verdadero prócer cultural, nunca es ocioso reiterarlo. Sus entrevistas a Borges son indescriptibles.

Además de algunas fotos viejas de Eclipse, Antonio me regaló dos pelis de John Ford grabadas en VHS, ‘La Diligencia’ y ‘Viñas de Ira’ y un libro de ‘Borges y el cine’. Ford es un director tremendo y con Antonio coincidíamos en que pocos contaron en el cine los problemas de la vida real como él. En el fondo de sus películas estaban todos los sentimientos humanos, un genio absoluto que además exhibió al western como una verdadera épica contemporánea».

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¿Y el final? A puro cine, a puro Villegas y a pura nostalgia:

«Es una emoción contar todo esto para Diario Actualidad. Villegas es un mito total para mí y el que me formó en todos los aspectos. Y el placer del cine surgió en Villegas. Las emociones que transmitían las historias que salían de las pantallas del cine Rex y el Español se mezclaban mágicamente con las vivencias del pueblo. El cine era como estar afuera, abstraerse, ver sin ser visto, espiar. Era el pudor o timidez de mostrar lo propio y ser otro. Pero aunque el cine me ‘hurtara’ mi propia cara, me revelaba otra que no conocía, porque ese que estaba ahí en la salas villeguenses y lloraba, se reía a carcajadas o se emocionaba también era yo.

El cine en Villegas para mí era un milagro. Era poder ser dos y seguir siendo uno. Y hoy, al desarrollar este ‘hobby’ que no tiene vuelta atrás, escribiendo, programando o hablando de cine, me ayuda a transitar la compleja realidad que vivimos y tal vez a reparar una falta. La falta de esa vieja carpeta con hojas Rivadavia donde anotaba cosas de cine en Villegas cuando era muy chico. No recuerdo si la tiré o la perdí, desapareció seguro. Muchos años después se ve que desde algún lado de mi cerebro surgió la orden de intentar escribir la carpeta de nuevo con las nuevas experiencias que sigue dando la vida, junto al poder liberador y catártico del cine».