Después de la primera carretera de TC que pasó por General Villegas, el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial forzó a un prolongado impase a quienes esperaban la siguiente carrera.
Por un lado, porque el sentido común así lo indicaba. No había ánimo para las competencias deportivas ante semejante flagelo.
Por el otro, las automotrices dejaron de fabricar automóviles y destinaron sus esfuerzos a la producción de armamento militar.
Lo único que se hacían eran Jeep, pero por su uso militar, para el rápido traslado de tropas y patrullaje. Por todo esto es que no hay modelos 43, 44 y 45 en el mundo.
Lo cierto es que en Argentina fueron prohibidas las carreras con los modelos existentes. Recordemos que en nuestro país no se hacían autos, sino que se importaban.
Pero por esos años tampoco se pudo importar cubiertas. Solo aparecieron tímidamente cubiertas brasileras, de caucho de baja calidad. También se racionalizó la nafta.
Pero el primer día de octubre de 1950 vuelve a pasar la carrera por General Villegas, con la segunda Vuelta de Rojas.
Por acá las cosas no habían cambiado mucho. Seguíamos siendo un pueblo de calles de tierra: había pocas pavimentadas.
Por ejemplo, desde la panadería El Cañón (Alvear y Almirante Brown) a panadería Gobelli (Alvear y Rivadavia)
Por allí, cerca del mediodía, pasó el Ford de Juan Gálvez por el badén de Gobelli. Después lo hicieron Ricardo Risatti, de Laboulaye, también con Ford; y los Chevrolet de Marcos Ciani de Venado Tuerto; y de Jorge Descote, quien se radicara más tarde en Villa Carlos Paz.
La prueba, de 1.259 kilómetros, pasó por Villegas hacia Pradere, América, Fortín Olavarría, Trenque Lauquen y de ahí a Rojas. Transmitía Luis Elías Sojit, quien inmortalizó la frase «coche a la vista».
Para Gálvez Villegas fue fatal y tuvo que abandonar entre nuestra ciudad y Pradere, Finalmente Jorge Descote tomó la punta y fue el ganador de la vuelta de Rojas.
Pero Gálvez volvió. Incondicional a Juan Perón, meses después regresó a Villegas con su hermano Roberto, en una gira donde hacía firmar un álbum en adhesión a la reelección del General.
Se alojó en el Hotel Pascal, donde hoy tiene su redacción Diario Actualidad. Enterado de su presencia, mi vecino Aldo Miguel «Troncho» Cerrajería quiso conocerlo. Lo encontró sentado en salón comedor, tomando sopa.
Respetuoso como fue siempre, Troncho se le acercó cautelosamente. Gálvez alzó la cabeza y dejó la cuchara a un lado del plato. «Yo vengo a ver el auto, señor», le aclaró. «Ya me di cuenta pibe», le respondió el ídolo popular. Es que el pantalón corto lo delataba: su intención no era firmar el álbum. Por entonces el uso del pantalón corto se extendía incluso hasta la adolescencia. Troncho tendría 12 o 13 años.
El célebre auto del piloto, con el que hizo toda su carrera deportiva, estaba guardado sobre el ingreso que el hotel tenía sobre calle Castelli.
Le puso el motor en marcha, lo aceleró un par de veces, y eso fue suficiente para que el pibe no lo olvidara jamás. «Gracias señor», se despidió Troncho. «De nada pibe. Y no me digas señor», cerró la puerta Gálvez, tras él.
José Luis Chavarri