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sábado, diciembre 14, 2024
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El Doctor Corazón

Ayer fue el día del Médico y desde diario Actualidad no quisimos que pase desapercibido. Cuándo nos pusimos a pensar en un referente de la medicina local, en alguien que nos pueda explicar qué significa ser un médico de pueblo, no dudamos en tocarle timbre a Constante «Tito» Bilotta, quien se acaba de jubilar del Hospital Municipal luego de 37 años de trayectoria. Durante su carrera como médico de pueblo hizo absolutamente de todo: trabajó 7 años ad honorem, fue en zorra a Elordi a hacer un domicilio cuando Villegas estaba inundada y no dudaba en salir del cine -en plena función- si algún paciente lo necesitaba. 

 

El consultorio de Constante Bilotta está repleto de libros y de fotos familiares. La permanente formación (aún hoy sigue estudiando) y la familia son dos pilares en su vida. Sentado en su escritorio, «Tito» recibe a Actualidad con la calidez, el tono de voz calmo y pausado, y la sonrisa apacible que lo caracterizan. Una vez que el mate está cebado, empezamos a charlar.

El doctor Constante Bilotta tiene 65 años y se acaba de jubilar del Hospital de General Villegas como jefe del servicio de Cardiología, luego de recorrer sus pasillos y consultorios durante 37 años. Allí trabajó ad honorem los primeros 7 años; y lo propio hizo en el Hogar de Anciano Dr. Lamas, donde trabajó gratis por 11 años. Toda su vida estudió y se capacitó, obteniendo los siguientes títulos: especialista jerarquizado en Clínica Medica, especialista jerarquizado en Cardiología, recertificado ante SAC y FAC (Sociedad y Federación Cardiológica Argentina) y acreditado por ambas entidades para la práctica de ultrasonido. Su última especialización fue la de Ecocardio Fetal.

Trabaja en el Hospital de América, en el Hospital de Tres Algarrobos y en su consultorio privado. Es un convencido de la medicina preventiva y por eso implementó en nuestro distrito la campaña de 100.000 corazones desde su inicio, hace 12 años.

Pero su historia y su vínculo con General Villegas empezaron mucho antes de que sucediera todo eso.

 

Un poco de historia

Oriundo de La Plata -donde nació, creció y estudió-, fue el mayor de 5 hermanos. Sus padres siempre le inculcaron la cultura del esfuerzo y la solidaridad como un valor fundamental. Eso influyó en su decisión de estudiar medicina en la Universidad de La Plata. «Yo quería ser médico para ayudar», cuenta Tito.

Finalizada su residencia en Clínica Médica, Tito y su esposa Silvia empiezan a pensar que las opciones laborales de las grandes ciudades no son óptimas y que le quitan tiempo a la familia. Guardias, guardias y más guardias.

«Quisimos un pueblo para nuestros hijos. La posibilidad de Villegas fue algo que se fue dando. El Dr. Fogazzi buscaba médicos para su clínica. Él era director del Hospital. Fue una apuesta grande. En aquella época Villegas era muy lejos», rememora Tito.

El matrimonio decide hacer las valijas y desembarcan en General Villegas, en el año 1981. «Carolina y Agustín (sus dos hijos mayores) tenían 1 año y medio y 6 meses, respectivamente. Vinimos en un Falcón todo podrido, que más de 100 no daba. Fue nuestro primer auto y estaba destruido», recuerda divertido.

En Villegas se encontró con una ciudad pequeña (mucho más que ahora) y alejada de todos los grandes centros de formación. El Hospital local presentaba la misma estructura de 1920.

El principio no fue nada fácil. Tito trabajaba gratis en el Hospital (no había nombramientos) y atendía en su consultorio privado. «Al principio no venía nadie al consultorio. Nos estábamos comiendo los ahorros. Fogazzi nos dio una mano grande. Es complicado llegar a un lugar si no sos hijo del pueblo y no conoces a nadie», remarca.

Poco a poco, con mucho trabajo y esfuerzo de la familia, las cosas empezaron a mejorar.

 

¿Cómo era ser médico de pueblo en aquella época?

«En el Hospital no había médico de guardia, no existía la guardia activa, era guardia pasiva. Te llamaban cuando iba un paciente tuyo y tenías que ir. Como no había terapia intensiva un paciente con un infarto te llevaba 3 a 4 viajes al Hospital porque no había un médico de guardia al que decirle ‘controla esto o lo otro’. El médico de guardia era yo. Si había que hacer un traslado la cama la tenías que pelear vos, tenías que agarrar el teléfono y llamar. Y muchas veces, además, te tenías que subir con el enfermo a la ambulancia y viajar 500 kilómetros», explica Tito.

Eran otros tiempos, otra medicina y otro vínculo entre médico y paciente: «Como no había médico de guardia los domingos a la tarde atendía entre 8 y 10 pacientes. La gente que no encontraba su médico sabía que yo estaba en mi consultorio. Antes nos iban a buscar a cualquier lugar, nos buscaban por el auto. No existían los celulares, pero te buscaban por el auto. Cuando llegabas al cine tenías que decirle al acomodador en qué fila ibas a estar porque muchas veces te iban a buscar. Venía el acomodador con la linterna y te acompañaba», evoca Tito.

Para el Doctor Bilotta la medicina es una profesión dura en la que el médico tiene que renunciar a muchas cosas: almuerzos y cenas con la familia, eventos, noches sin dormir. «Cuando tenés un paciente que no sabes qué tiene, te lo llevas a la cama. Hasta que no lo sacás adelante, te quita el sueño. Es mucha la responsabilidad», confiesa Bilotta. Ese fuerte compromiso hacia la profesión y hacia los pacientes lo empujaron a subirse a una zorra e ir a Elordi para hacer un domicilio, cuando General Villegas atravesaba su primera inundación.

 

La familia lo es todo

Tito está casado con Silvia. Juntos tienen 4 hijos y 3 nietos.

Para él, su esposa no es ni más ni menos que el núcleo de la familia. «Silvia fue un puntal en todas mis decisiones, yo podía volar porque sabía que ella me sostenía en todo aspecto. Ella me acompañaba en la sala de espera, me cuidaba los porotitos de los bonos en tiempos de hiperinflación y se quedaba noches enteras facturando», cuenta.

Pero sin importar lo que pasara o la cantidad de trabajo que tuviese, Tito siempre se hizo tiempo para estar presente y prepararle la merienda a sus hijos. Para él la familia es tan importante que todavía se pone en el bolsillo de la chaqueta aquella lapicera que le regalara su papá.

 

Educación permanente 

Cuando Tito llegó a Villegas se hizo una promesa: a pesar de estar lejos de los centros de formación y de las grandes urbes, siempre continuaría estudiando y actualizándose.

Fue así que en la década del ’90 comenzó a especializarse en Cardiología. Durante 3 o 4 años tuvo que viajar cada 15 días, pasando muchas horas lejos de casa y dedicando muchas más al estudio.

Tito se levanta de la silla y va a la biblioteca. Saca varios volúmenes de Cardiología: «Esto es esfuerzo. Horas de estudio, del prefacio al índice», cuenta. Todavía sigue estudiando -dice que prefiere hacerlo por las mañanas, sobre todo los domingos- y no para: el 15 de diciembre tiene un «examen durísimo de la Sociedad Argentina de Ultrasonido».

Hace aproximadamente 6 años atrás, y a raíz del nacimiento de algunos niños con cardiopatías complejas, decidió especializarse en Ecocardiografía Fetal, un estudio que permite evaluar el funcionamiento del corazón del bebé por nacer. Eso permite determinar si el bebé tiene algún problema cardíaco y debe nacer en un centro de mayor complejidad.

Fue así como el doctor Bilotta, un convencido de la medicina preventiva, comenzó a hacer este estudio -y a salvar vidas- en su consultorio, en el Hospital de General Villegas y en los nosocomios de América y Tres Algarrobos.

 

El don de ser buena gente

Pero la vida no siempre lo encontró con la chaqueta blanca puesta. Una vez le tocó estar en la camilla. Eso le permitió ver la vida y la medicina de otra manera.

«Entendí cosas que antes no entendía. Entendí lo que era estar del otro lado, el sufrir, el dolor, las angustias. Eso me ayudó mucho como médico. En la humanización. Cuando fui paciente, fui paciente de números, de glóbulos rojos y blancos, había poca comunicación desde lo humano. Entendí que no hay enfermedades, hay enfermos. No hay que tratar infartos, sino a personas que además han tenido un infarto», detalla.

«Cada uno tiene un don que te regalan. Creo que el don de poder escuchar, de poder acompañar al sufriente, el grado de empatía que logro con los pacientes es mi don. No es un mérito, ese es mi don», dice con modestia.

Para Tito, ésa es la parte más gratificante de la medicina: el vínculo con los pacientes. Y por eso asegura que no cambiaría ni un sólo paso del camino que recorrió: «Haría exactamente todo lo que hice. Volvería a Villegas. Volvería a trabajar 7 años gratis en el Hospital. A veces el enfermo es carenciado pero no sólo de dinero, sino que tiene carencia de afecto. Me encanta darle al paciente hospitalario lo mismo que le doy acá. Pero a veces la atención hospitalaria es más apresurada, es más compleja, porque te ponen 20 turnos y es muy difícil».

Construir un trato tan humano y cercano con sus pacientes le provocó muchos dolores intensos a lo largo de su carrera, cuando alguno de esos pacientes fallecía. Siempre dijo que no volvería a encariñarse, pero nunca logró hacerlo.

 

El mensaje de Tito

Para el Doctor Bilotta la jubilación no es el fin de su carrera, sino el inicio de una nueva etapa. A manera de cierre de una etapa, compartió con Actualidad un mensaje dirigido a toda la comunidad:

«Con soporte y aliento permanente en cada uno de mis emprendimientos y logros, de mi esposa Silvia y mis hijos, a quienes les he quitado tiempo y han vivido casi a la par, cada uno de estos. Con la suerte de haber tenido unos padres que me inculcaron el espíritu del esfuerzo para las metas propuestas y la solidaridad a través de mi trabajo, al igual que los consejos de los buenos amigos, profesores y colegas.
Quiero agradecer a todos los pacientes que me eligieron y confiaron en mi, y también pedir disculpas por mis errores, al igual que a mis colegas. Traté de dar lo mejor de mí, desde lo humano y lo profesional.
En el año 1999 caí muy enfermo y con pronóstico sombrío. Estuve un año sin poder trabajar… y muchos más esperando una ‘segura’ recaída que nunca llegó. Pasé por situaciones límites que me ayudaron a entender lo del dolor, el sufrimiento, el estar internado, la incertidumbre de los estudios. Allí pude sentir el amor de toda mi familia, el soporte económico de mis colegas y las muestras de afecto de todo el querido pueblo de  Villegas. Ahora, desde un lugar diferente por todas mis vivencias, pude comprender más aun la importancia de la humanidad de un médico, que va desde un ‘buen día’ o el arrancar una sonrisa por algún comentario. Aprendí también que no hay enfermedades, sino personas que se enferman y sufren. Que los milagros existen y que a mí me tocó vivir esa ‘película’ desde adentro. Hoy todo aquello quedo atrás y superado gracias a Dios, que siempre escucha. Y si puedo… correré la Maratón de los barrios con mis hijos!!!».