Aderid retomó su espacio en ACTUALIDAD para abrir las puertas a la comunidad de otra manera. Esta vez, dialogamos con Estela, abuela de Isabella o «Isa», como la llaman sus allegados, que trajo vida y amor a su familia.
«¿Y qué te puedo contar de «Isa»?», pregunta Estela. Y responde: «Tiene 8 años. Es una vaguita, como nieta es hermosa, la aceptamos con todo lo que ella nos trajo. Primero mucho miedo, pero cuando la recibimos y pudimos ir a verla nos emocionamos todos. Ella nos mantiene en un mundo en el que yo había estado mucho tiempo, porque soy Profesora de Discapacidad desde hace muchos años. Entonces para mí ese mundo era conocido, aunque ahora me tocaba muy de cerca».
«En Isa notamos continuamente progresos, nos alegramos mucho y tratamos de que concurra a sus terapias, visitas médicas… la acompañamos en todo. El problema que tiene la abuela ahora es que con la edad ya hay cosas que no puede hacer; y me siento mal porque necesito ayuda para llevarla conmigo a hacer mandados, por ejemplo. Ella nos cuenta cosas, todo lo que vive; y también tiene su carácter, nos cuenta cuando quiere y nos saluda cuando quiere. Esto me pone re feliz, porque ella se va haciendo persona con sus cualidades e intereses», añadió.
Isabella concurre a la Escuela 45, ¿cómo es la convivencia con sus compañeros y docentes?
Ella sufrió muchísimo porque estaba sin poder concurrir a terapia ni a la escuela. Tiene experiencias muy felices. Una anécdota es que ella hablaba muy bajito, entonces charlando un día me doy cuenta que no podía sobresalir al alboroto que armaban los compañeros, le dije que levantara la voz y un día gritó demasiado. En otro momento le dieron un micrófono, les leyó un cuento y para ella fue hermoso. Yo noto que se lleva muy bien con sus compañeros, se comunican, está muy integrada.
Nos cuentan que «Isa» es muy emprendedora, sabe lo que quiere y su diagnóstico no la limita en sus objetivos o propósitos…
Ella está buscando siempre mostrar lo que hace. Y lo que noto últimamente es que al tener más edad se está dando cuenta de sus limitaciones en la parte motriz; y lo manifiesta, porque ve a los demás que corren, que se mueven solos y entonces hace preguntas, de qué va a ser de ella. Pero emprende las cosas con mucha fuerza y con mucha ilusión. No poder compartir fue para ella una etapa horrible, porque le gusta hacerlo. Entonces, como no podía hacer sus actividades, se ponía mal.
¿Las cosas suceden por algo?
Yo hace diez años que estoy jubilada como Profesora de Discapacidad, pero trabajé en otros aspectos de educación y siempre mi preocupación fuero las personas que nadie valoraba, o que estaban escondidas en rincones. Perdí mi primer hijo y siempre estaba sensibilizada con eso. Tengo mucho respeto y calidad humana. Y me tocó estar con «Isa», por eso me cuesta no hacer más por ella. Pero hoy, si yo camino con ella para ayudarla a caminar, nos caemos las dos. Siempre he tratado de estar con ella y de quienes he tenido alrededor, incluso de personas que no conozco. Me pongo en el lugar de los padres, porque también la discapacidad a veces se agrava por la mirada de la sociedad, no por lo que ellos padecen. Hay que esperar lo que nos manda Dios. Yo tardé cinco años en tener hijos y después me los fue mandando. Tengo dos y me mandó otros, para atenderlos y dedicarme a ellos. «Isa» a nosotros nos trajo cariño y paz en momentos difíciles para todos. Y tratamos siempre de que esté en nuestro pensamiento y accionar, dentro de la familia. Ella es realmente un sol.
Qué importante es que la familias acepten y acompañen…
En un primer momento es un shock, angustia, tristeza, de ver qué pasa. Yo lo tomé naturalmente y a lo mejor abruptamente me di cuenta de lo que iba a pasar, aunque al principio no se toma conciencia. Yo tenía mucho temor de que no la pudiéramos atender, no poder estar todo lo que ella nos necesitaba. Esos temores se van dilatando y aparecen otros riesgos, pero los vamos sorteando con cariño, con dedicación y conectando con ella. Con dificultades, pero se puede. Y dentro de la sociedad hay un cambio abismal, muy importante, con lo que vivíamos hace años. Pero la preocupación tiene que ser real, manifestarse y ponerla en defensa de los derechos de los que tienen una discapacidad. Lo que importa es que se trata de una persona más que convive con nosotros. Hay cosas que se aprenden con el corazón y el amor.
¿Y cómo ve el rol de Aderid?
Es sumamente valioso. Aderid es incomprendido a veces. En la comunidad no se dan cuenta de lo valedero que tienen y que no se encuentra fácilmente. «Isa» había empezado a ir al Ceat de chiquita, pero su mamá se dio cuenta que necesitaba otra cosa; y gracias a Dios encontramos en Aderid la contención que necesitábamos todos. Y cada vez noto que van evolucionando y haciendo las cosas profesionalmente, no de cualquier forma. Todos necesitan ser atendidos y queridos como en Aderid, con amabilidad. También los que van tienen que cumplir con las terapias, que no es fácil. La institución brinda todo lo que puede y sino buscan la manera de solucionar problemas. Yo he vivido en diversos lugares y no encontré una Asociación como ésta. Acá tienen la suerte de tenerla y hay que valorarla, acompañar y comprender muchas cosas.
¿Cuál sería su mensaje para la sociedad?
Que las personas, tengan la edad que tengan, no se encuentran tan limitados con lo que les pasa, sino con la actitud de la sociedad frente a la discapacidad. Aunque todo ha cambiado, no hay que mentirse a sí mismo, porque por ejemplo, hay chicos que no son invitados a cumpleaños, o que no pueden disfrutar de una tarde de cine porque hay que subir una escalera. Es decir, no ser hipócritas y decir que comprenden la discapacidad, cuando en los hechos se nota que no. Y a los chicos que comparten el espacio con ellos hay que hablarles claramente de la discapacidad; ellos entienden más que los adultos cómo hay que tratarlos, se integran mejor que los grandes.