La columna «CINE EN CASA» nos trae la segunda entrega de «De Corleone a Charlone», un rico análisis del clásico del séptimo arte «El Padrino» y también sobre los orígenes de la mafia.
¿Qué es la Mafia? ¿De dónde proviene? Los gramáticos afirman que un acrónimo es un término formado por la unión de elementos de dos o más palabras, o también por siglas o abreviaturas que representan una palabra que puede leerse tal como se escribe, sin necesidad de ser deletreada. Por ejemplo: si decimos “docudrama”, nos referimos a “documental dramático”, y si alguien menciona al INCAA, sabemos que se refiere al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.
Sancor, de oportuna presencia en Charlone, es un acrónimo que proviene de la fusión de varias cooperativas de productos lácteos, ubicadas en la zona que limita entre Santa Fe y Córdoba. Toma su nombre de las tres primeras letras de los territorios mencionados.
Más allá que la palabra Mafia está claramente identificada a El Padrino, e incluso a cualquier negociado que implique a personajes de dudosa reputación, se trata de un acrónimo siciliano que tuvo tintes revolucionarios en la Edad Media y luego se fue transformando, con el paso de los siglos, en una especie de estado paralelo ilícito cuyo objetivo era penetrar en los estamentos oficiales. A veces de manera sutil otras de manera violenta.
Vito Corleone deseó siempre para su hijo Michael un destino de Gobernador o incluso Presidente de Estados Unidos. Tenía todo para lograrlo, pero la sangre pudo más y el alimento de su venganza fue un plato que al inicio el joven devoró frío, sin tiempo para degustación de postres políticos tan elaborados.
MAFIA en italiano significa “Morte alla Francia Italia Anhela” (Muerte a Francia Italia Anhela) y, pese a otras leyendas acerca de su denominación, esta es la más aceptada por historiadores o estudiosos de cientos de dialectos que hablaban los sicilianos. Hay argumentos válidos.
Las desgracias de Sicilia fueron ignoradas por los gobiernos locales de turno, el parlamento del norte (Roma) y docenas de líderes extranjeros que la usurparon. A lo largo de su tumultuosa historia, cada flota de conquistadores (árabes, españoles, franceses) traía nuevas leyes a la isla. Si bien controlaban las disputas entre pobladores, tampoco dudaban en aplicar castigos brutales e impuestos imposibles de afrontar.
A fines del siglo 13, Sicilia pertenecía a la monarquía francesa. En una noche de diversión un soldado francés violó a una joven lugareña a punto de casarse. Ante los gritos desesperados de la madre, varios sicilianos se vengaron asesinando a una patrulla y, cuando esta noticia llegó a otros, más soldados franceses fueron ultimados sin tiempo de parpadear.
La bola de nieve sangrienta comenzó a rodar. Grupos enceguecidos siguieron atacando a cualquier francés que se encontraban. Miles fueron matados en pocos días y la trifulca que se armó parecía no tener fin. Sólo comparable a las del Tiro y Karting cuando jugaba La Naranja Mecánica contra Tecnicagro.
La revuelta fue reprimida, pero todo cambió. El evento histórico es conocido en Italia como “vísperas sicilianas”, porque sucedió en los días previos a las Pascuas del año 1282. Cada acto de rebeldía posterior se acompañaba o firmaba con la leyenda “Mafia”. De ahí el origen del término que tanto hemos escuchado en ficción y realidad.
Sometida a esos liderazgos poco ilustrados, Sicilia comenzó a aceitar con precisión estos mecanismos desde la segunda mitad del siglo 19, especialmente en las aldeas ubicadas en las montañas de la región occidental de la isla, en comarcas como Corleone, tal cual se refleja en el inicio de la segunda parte de El Padrino, cuando el hermano mayor de Vito, Paolo, es asesinado mientras observaba el cortejo fúnebre de su padre, Antonio, quien también había muerto violentamente.
En esas atmósferas de cambios, las familias, hartas de abusos, se habían vuelto cada vez más ariscas, más desconfiadas. Por lo tanto, la única solución era tomar la ley en sus propias manos.
Así, comenzaron a formarse clanes y adquirir nuevas facultades, posicionándose con trascendente poder ante latifundistas o gobernantes títeres. Surgieron los “hombres de honor”, con sus “luparas” (escopetas de cañón recortado) quienes, a cambio de mantener la paz, obtenían ciertos beneficios de los ricos, para luego negociar y dar préstamos a los pobres, con fuertes intereses, claro está.
Ello puede verse en El Gatopardo (1963), de Luchino Visconti, o especialmente (desde otro punto) en Salvatore Giuliano (1962), de Francesco Rosi y El Conformista (1970) de Bernardo Bertolucci (tres influencias notables); donde la burguesía y monarquía ya eran una minoría casi sumisa en el siglo 19 en Sicilia, y los “hombres de honor”, como importantes intermediarios, aparceros o arrendatarios de tierras, comenzaban a imponerse en amos de la isla, bajo una sólida relación de respeto, códigos, obediencia y secretismo, en torno, especialmente, a la figura de un “capo” (jefe).
La palabra de estos líderes, también llamados “padrinos”, siempre era de fiar y no traicionaban la confianza puesta en ellos. Por lo general desempeñaban sus labores en forma discreta, caminaban del brazo del cura a través de la plaza o se sentaban a la sombra de los cafés, mientras la gente se detenía para saludarlos, besarles la mano y pedirles un favor, sabiendo que en algún momento debían devolverlo. Eran cosas de ellos y para ellos. Su “Cosa Nostra”.
Fue entonces, durante esos agitados años, desde 1860 hasta principios del 1900 aproximadamente, cuando se popularizó la Mafia en Italia. En esa época nació tal cual la conocemos hoy y se ve en el cine, incluso en grandiosas series como Los Soprano o Boardwalk Empire (El Imperio del Contrabando).
Es que, ya situada en Estados Unidos, su carácter ancestral también resultó intocable. Las políticas migratorias desde fines del siglo 19, no detuvieron en el Nuevo Mundo la aplicación de los grandes ritos, juramentos de sangre y códigos de silencio nacidos en Italia.
Al contrario, la extorsión, el asesinato, el dominio territorial, la competencia, la colaboración entre bandas, la corrupción y el tráfico de drogas, se afiló en Estados Unidos de la misma manera que se había perfeccionado, con nombres propios, en los pueblos y ciudades de Sicilia (“Cosa Nostra”) o incluso Nápoles (“Camorra”) o en Calabria (“Ndranguetta”).
Cuando el pequeño Vito llega a la “tierra prometida” en 1904 (vale recordar que su apellido verdadero es Andolini, ya que asentarle Corleone fue un error del oficial de Inmigración americano), lo hace junto a casi tres millones de italianos, la mayoría del sur, que se habían instalado en Estados Unidos en ese tiempo.
Vito, de poco más de 10 años de edad, apenas sabe hablar cuando lo ponen en cuarentena. Y dialogará lo justo y necesario hasta que termine reemplazado por su hijo Michael casi cincuenta años después. Diálogos y silencios, otras de las características destacadas de la trilogía.
El diálogo es uno de los elementos narrativos significantes con el que se inaugura la saga. Por ello, la historia que el funebrero Bonasera cuenta de la violación a su hija (en un claro homenaje al origen de la palabra Mafia que destacamos al inicio), se proyecta en su integridad, sin cortes ni elipsis. El respeto a la palabra es total y gran parte de las acciones mostradas en el resto de la primera parte reproducen confidencias, consejos, conversaciones, acuerdos o desacuerdos.
La jerarquía de la sociedad mafiosa queda clara desde la primera secuencia, en la solicitud de Bonasera que se da en plena boda de Connie, hija de Vito. El director exhibe a partir de ahí, los diferentes estratos jerárquicos en los que se dividirá el mundo de los Corleone y la religiosidad que se desprende de besar la mano, por ejemplo, como signo de sumisión y respeto.
Dijimos diálogos, pero también silencios. Una de las principales bases en la que sustentó la Mafia su éxito fue el código del silencio, la ley de leyes, la “Omertá” (que en dialecto siciliano se emparentaba con humildad, ser “pobre” de palabras y callar).
En la búsqueda de poder y dinero, la Mafia cultivó siempre el arte de matar y salir impune con mucha precaución. Como tal, ha tenido en toda la existencia un gran cuidado en la elección y silencio de sus miembros. Los Corleone imponen serias restricciones a las conductas de estos. Si alguno habla de más viola un pacto inmortal.
Pero, como dicen dos viejos dichos sicilianos que brotan de los filmes: “guardar un secreto es como mantener la respiración bajo el agua. Llega un momento que no se puede más y se abre la boca”. O como reza Coppola cuando Fredo le rompe el corazón a Michael: “tres personas guardan un secreto sólo cuando dos de ellas están muertas”. Santino ya no la contaba y Fredo, pronto, se acostará con los peces.
Michael, el menor de los tres varones y magistral heredero, aprendió de su padre que la “Omertá” es un sacramento que se ha violado demasiado. Ya no permitirá más ateos en las trincheras de su atribulada familia ni hará ofertas de indulgencias.
Por ello, recomendamos no perderse el operístico final de la próxima columna. Diremos lo que les pasa a los que traicionan en el mundo del hampa. Con mucho cuidado, eso sí. La idea es seguir respirando y escribiendo.
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*Federico Fornasari es villeguense, abogado, amante del fútbol, hincha de Eclipse y Estudiantes y más bilardista que Bilardo. Su gran pasión es el cine, aquel que se mira comiendo pochoclo y (sobre todo) el de culto, el de grandes directores que cambiaron la historia del séptimo arte. Ha escrito reseñas en innumerables revistas y sitios especializados.