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domingo, abril 27, 2025
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La Biblioteca del Teatro Español | Por Raquel Piña de Fabregues*

No podía faltar entre los recuerdos de mi niñez y adolescencia, aquella inolvidable biblioteca que había nacido en los años 30 como Biblioteca del Maestro por inspiración del profesor Eduardo Caccavari.

La Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento que yo guardo en mi memoria es otra cosa, más emotiva, más dentro de la vida de los chicos de nuestra ciudad, que encontraban en su sala larga y angosta, con olor a papel y a piso de madera lavado, donde desembocaba una escalera misteriosa y oscura, un lugar donde guardar secretos: cada uno de sus escalones de mármol.

Porque allí, en el primer piso del teatro se desarrollaban, mucho más que las lecturas instructivas o recreativas, los compromisos sociales y amorosos de la población adolescente y era un espacio ideal para que jugaran los más chicos.

Esa Biblioteca un poco caótica, que guardaba las grandes obras de ciencia y literatura junto a las sensibleras novelitas de Rafael Pérez y Pérez o las más osadas de Dely, un atrevimiento para la época, tenía una capitana que era un poco nuestra amiga, un poco nuestra maestra, un poco nuestra mamá cuando nos retaba muy frecuentemente y se llamaba Nelita Gassó, que años más tarde se convertiría en la señora de Gregorio (Goyo)  Alustiza, la madre de Marinel y Román.

En esa sala de la calle Moreno al 600 se festejaban con actos alusivos muchas fiestas patrias, debido a los bajo cero que marcaba el termómetro inclemente durante el invierno y una ocasión muy especial era, por supuesto, el 11 de septiembre, tan relacionado con el origen de la biblioteca y su nombre.

Esta anécdota que les voy a contar también tiene como protagonista a mi hermana y en un segundo plano a mí y a mi tía Lola, hermana mayor de mamá.

Calculo que fue en 1942 porque Helena tendría unos ocho años y yo seis y se festejaba el Día de la Independencia, ni más ni menos, a sala llena y con la presencia de todas las autoridades y delegaciones escolares.

El genio de mi hermana Helena era poco común y su fama como alumna de excepción, en este caso, le iba a jugar una mala pasada.

Como el acto se presentaba de mucha envergadura, la maestra eligió a mi hermana, la mejor para lanzar al aire el “Romance de la Casa de Tucumán” de Arturo Capdevila.

En representación de la familia asistimos mi tía Lola y yo y nos acomodaron en la primera fila por ser familiares de una de las artistas.

Aclaro que Helena era fanática de las matemáticas y que su aproximación a la literatura era buena y nada más y odiaba las presentaciones en público. No obstante los mandatos de la maestra eran inapelables en ese tiempo y durante los días anteriores al evento yo le ayudaba con la recitación que a mí me apasionaba, razón por la cual tomaba clases ad hoc en lo de Inés Massobrio, una maestra de la escuela Nº 1.

Llegado el momento, los acontecimientos se iban desarrollando bastante bien. Mi hermana, dura como una estatua había encarado con decisión el largo poema y el sufrimiento se terminaba porque sólo faltaban dos versos para el final.

Pero el diablo metió la cola y cuando debía rematar el recitado diciendo: “Vive por muchos años / Pozo de los recuerdos / cuna de la nación”, la artista se quedó repitiendo como un disco rayado Vive por muchos años, vive por muchos años, una situación injusta y aterradora que terminó cuando mi hermana bajó corriendo y llorando del estrado para terminar en la falda de mi tía y yo, muy enojada porque sabía el romance de memoria, para rematar el desastre le dije muy oronda: ¿Y si no te acordabas de esos versos, por qué no dijiste Vive por muchos años, casita de Tucumán y listo?

Huelga decir el reto bien merecido que me gané. Fue como la frutillita del postre. Una anécdota aparentemente muy graciosa pero un drama para una nena que no tenía ninguna intención de presentarse en público con todo derecho y un tema para que los adultos reflexionemos sobre lo injustos que podemos ser a veces con los chicos.

La Biblioteca sigue siendo un trozo del corazón de nuestra ciudad y está poblada de los fantasmas que sin duda se habrá ido llevando en  cada mudanza, porque lo que sigue vivo es el espíritu de todas las generaciones que traspasaron sus puertas.

*Raquel Piña de Fabregues cumple 86 años el próximo 7 de julio, es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.