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miércoles, febrero 12, 2025
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LA CALESITA DE LA PLAZA | por Celina Fabregues*

Tenían otro olor por aquellos días los domingos. Misa de las nueve, catecismo, una vuelta con el abuelo por los “andurriales” (hace unos 35 años, a unas pocas cuadras del centro), tallarines con salsa de tomate y vainillas con crema.

Tras el almuerzo, la ropa más linda para ir al matinée al Cine Español o al Cine Rex, bizcochuelo de la abuela con baño de limón al llegar y después, a revisar los deberes para el lunes, antes del horario de la cena.

Entre la hora de la película de las dos de la tarde y hasta que se hacían las seis, cuando empezaba la segunda función, los chicos corríamos como encantados por la magia que nos producía su piel de chapa, pintada de colores.

-¡Hoy te toca correr a vos!…- anunciaba uno, mientras el resto, subíamos apurados a sentarnos sobre los bancos de madera verde, cuidando que no nos tocara justo el lugar en el que faltaba la tablita de madera del asiento.

Era la época de las botas altas de cuero, con cierre ajustando la pierna y las polleras escocesas. Nos debatíamos entre la niñez y la adolescencia, sin decidir todavía a abandonar del todo los juguetes.

Para nosotros, la generación de chicos villeguenses de los años`70, era un paseo obligado, una forma de aferrarnos a la infancia, como si la velocidad conseguida a fuerza de empujar y empujar, retuviera el tiempo.

Un tiempo que también conseguíamos detener en el movimiento incansable del sube y baja, que parecía controlar las horas y las cansara, hasta detenerse.

Aquella era la plaza de mi niñez. La de las glorietas repletas de florcitas blancas, los bancos de mármol y el inmenso árbol bajo el cual nos imaginábamos el mundo.

La calesita de nuestra plaza no era como esas calesitas a las que subíamos cada vez que viajábamos a Buenos Aires, no tenía como casi todas ellas, caballitos de madera y autitos de chapa.

Esta era una calesita de chicos. Sólo era cuestión de soñar mirando el techo con forma de sombrerito de cumpleaños y aferrar con fuerza, la rueda de hierro que giraba junto con nosotros, del lado de adentro.

Poco a poco, las cosas fueron cambiando. La música progresiva le dejó paso al rock nacional y la cabellera rubia de Peter Frampton se alejó con la Banda del Club de los Corazones Solitarios del Sargento Pepper.

Después me di cuenta que no fueron solamente las cosas, cambiamos nosotros, como si la vida fuera un libro de cuentos en el que el tiempo modifica la historia, capítulo a capítulo. Y aun hay más páginas en blanco que llenar.

La música de la plaza me aviva los recuerdos. Mi ciudad ha recuperado el Español y, aunque este domingo aquel árbol que me hacía soñar ya no está, seguramente habrá otros chicos que encontrarán motivos para soñar con ser grandes.

Mientras miro jugar a mis nietos, siento nostalgia de la niñez, del gusto del mazapán de la confitería de Monti y de la calesita de chapa de colores, la que estaba frente a la iglesia, a un costado de la plaza.

*Celina Fabregues es periodista. Conduce Cuidarte Más por FM Villegas, los sábados de 9,30 a 12 horas, programa que se repite a las 19 del mismo día.