El último fin de semana, la Capilla San Cayetano cumplió 35 años en la comunidad de General Villegas.
Por este motivo, Actualidad se puso en contacto con Dora Bustamante, quien fue una de las personas que integró la primer comisión de apoyo de la capilla.
Sobre los inicios, Dora recordó cuando llegó a General Villegas el Padre José Rosell, le propuso dar catecismo en el barrio, para que los chicos no tuvieran que llegar hasta la parroquia o al colegio de Hermanas.
«Yo está encantada porque me quedaba cerca y empecé en una casa de familia», contó Dora.
Pero la cosa no quedó ahí. Después, el Padre José le pidió que buscara un lugar «donde se pudiera celebrar una misa». Así apareció el terreno y el galpón de Urquiza que ofreció el espacio prestado.
Todos pusieron manos a la obra. Había pasado una inundación y había mucho que acomodar para dejar presentable el lugar.
«Vamos a a ver si podemos celebrar el día 7 de enero», sugirió Rosell, y para que sea en un barrio de trabajadores bajo la advocación de San Cayetano.
El altar se preparó con una mesa de cocina y las mujeres llevaron sillas de su casa. Una de ellas acercó una imagen de Cristo y la propia Dora, una figura de San Cayetano.
La primer misa se celebró el 7 de enero de 1988. «Cuando entró el Padre José dijo: esto es una catedral!», recordó Dora.
Después surgió la posibilidad de comprar el terreno y entonces hubo que pensar la manera en que se iba a reunir el dinero. La idea corrió en el grupo de los chicos de catecismo: Nora Galván, Blanca de Carrizo y su esposo, Elena Surbano. Después se unió Maruca Brime y por fin, eran varios matrimonios trabajando.
Así juntaron ropa para una feria de usados, ferias de comestibles, se armaron cajas para alcancías con las que se salían a pedir la colaboración de un austral, Se hizo de todo hasta que «juntamos para la primer cuota, pero había que seguir juntando plata», relató Dora.
Aparecieron los campeonatos de chinchón, campeonatos de truco, mientras el sacerdorte seguía haciendo misa todos los días 7.
Había que hacer el techo nuevo y todos los vecinos se unían para colaborar. Alguien donó los cielorrasos, se compró el cedro que fue hecho por la municipalidad.
Después se otorgó un subsidio y «de a poquito fuimos trabajando hasta que llegó el 7 de agosto, la primer gran fiesta que hizo la Capilla, con misa y procesión. Nos donaron chocolate, masas. Fue hermosísimo, una emoción muy grande», señaló.
Como suele suceder en la Argentina, apareció una crisis y ya con el Padre Arive a cargo de la Parroquia, surgió la idea de «dar leche a los chicos los sábados y domingos, con donaciones de leche de la Escuela Agraria y de gente que nos llevaba azúcar, panaderías que nos llevaban las facturas y el pan del día anterior.»
Más de cien chicos tomaban una taza de leche con pan o facturas. En tanto, los hacedores, ya habían comenzado con la construcción del salón de atrás y «celebramos el día del niño con chocolate y masas.»
Dora trabajó en la Comisión de Apoyo durante 20 años. Dos décadas yendo a trabajar los fines de semana. Hombres y mujeres con un objetivo común, con mucho esfuerzo y dedicando bueno tiempo de su vida a este proyecto que hoy es la capilla San Cayetano, que sigue creciendo.
Cuenta Dora, a quien le gustaría que se pusiera acento en la tarea misionera, que cuando pusieron la piedra fundamental enfrente para hacer la capilla nueva, había venido el Obispo porque había confirmaciones. Se celebra la misa y el Padre le dice al ministro de la Eucaristía que guardara el Santísimo en el Sagrario, pero después, nadie podía abrirlo.
«Me fueron a buscar y tampoco pude abrirlo, entonces pensé: Señor, vos elegiste estar acá y no te querés ir. Fue algo maravilloso, milagroso. En esa capilla humilde donde nació, construida por todo el barrio y con donaciones de todos» era donde quería sentar su iglesia.
«Un hombre que había cobrado la jubilación hizo hacer los bancos con respaldo que hay en la capilla, pero nunca quiso que se supiera quién fue. Fueron cosas maravillosas las que pasaron», añoró.
Fueron años de cantar, de amasar el pan entre todos para repartir el 7 de agosto junto con estampitas. La celebración de la Navidad de todo el barrio en la Capilla con un mesa abundante en la que faltaba nada.
«El Padre Carlos Arive nos apoyó un montón en todo. Trabajábamos horas con las empanadas. Todos ponían el oficio para la Capilla, cada uno lo que sabía o tenía. Pero no se trataba solo de esfuerzo y trabajo, sino «de alegría, la gente iba a trabajar y hacer las cosas con alegría», sostuvo Dora.
«La gente se va a acordar y se va emocionar hasta las lágrimas porque fue muy lindo lo que vivimos en esa capilla durante 20 años» aunque señaló que «hubo amarguras también. No fue todo color de rosa.»
Cuántos se preguntarán por qué la Capilla San Cayetano en medio del barrio San Antonio. Dora lo explicó fácilmente. «el padre José nos dijo que iba a ser bajo la advocación de San Cayetano porque era un barrio de trabajadores y San cayetano es el patrono del pan y del trabajo. Por eso se eligió» y agregó y porque «habrá sido un un enviado de arriba.»
Según Dora, desde que se unieron para fundar la Capilla, desde aquel galpón en medio de un terreno, «a mi familia nunca le faltó el trabajo, seguimos con salud, felices.»
Quizá el secreto esté en la fe. Creer en algo. Creer que hay algo más que nos da esperanza. Y el esfuerzo. Porque no es lo que se logra no tiene precio, pero tiene un valor intrínseco que es innegociable. El valor de la fe.
Aquella Capilla por la que bregó el padre Rosell sigue en pie y su comisión de apoyo continúa trabajando e invitando siempre a sumarse a colaborar, a involucrarse. Son espacios comunes que son de toda la comunidad.