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jueves, octubre 3, 2024

Elsa Alustiza y está todo dicho | por Raquel Piña de Fabregues*

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Como cualquier pueblo devenido en ciudad, Villegas tiene en su base de sustentación la historia de las grandes familias, que pusieron en marcha, casi de la nada, el agro, el comercio, algunas industrias que hoy están perdidas, la cultura en sus múltiples manifestaciones.

Los Alustiza formaban un grupo sólido y único, tan apasionado y visceral como un equipo de fútbol y tan exquisito y profundamente pensante como el conjunto de aspirantes a un Premio Nobel de ciencia o literatura.

Padre y madre muy especiales, tres hermanos y siete hermanas que de ninguna manera pasaron desapercibidos y dejaron sus huellas en los que tuvimos la suerte de conocerlos.
Leonor fue empleada de papá en la gran tienda a la que he hecho mención en otras oportunidades, Nilda no fue mi compañera de curso porque yo era menor, pero sí compartimos el espacio del Colegio de Hermanas entre los cuarenta y cincuenta.

Nélida, mí tocaya Raquel, Hada, mujeres de avanzada en una sociedad mucho más estricta que ahora.

Elsa merece un capítulo aparte. Una de aquellas maestras tradicionales, tenía sin embargo la valentía o la osadía de aplicar sus principios, no siempre de acuerdo con las normas establecidas.

Enormemente vital, desplegaba su energía en cada cosa que hacía y por esa razón, cuando tocaba el himno en las fiestas patrias a puro piano, era muy fácil de identificar. Se reía y se enojaba con el mismo ímpetu y su presencia no se dejaba de notar.

Nuestra docente por antonomasia tenía además una impronta artística que giraba hacia el terreno del humor y estallaba sin freno en ocasiones como la Fiesta de la Ex alumna o las despedidas por diversas causas. No lo hacía sola, sino que a sus guiones desopilantes se unían Renée Bagger, Rosa Noya, Alicia Sedlmeier, entre las más audaces.

Siendo la señorita de Alustiza maestra en la escuela N°1, había entre las docentes una joven llegada de una ciudad grande y estaba convencida, muy erróneamente, que el nivel de formación de sus compañeras de pueblo era mediocre.

Tenía este personaje la costumbre de llevar un abanico con el que se abanicaba sin parar, aún en invierno

Un día, en la charla obligada del recreo, se dirigió a Elsa sorpresivamente y le preguntó haciendo alarde de sapiencia: «Usted qué método emplea, el pestalozziano o el decroliano?», con clara intención de ponerla en problemas delante de las demás, a lo que
la aludida contestó:»Unas veces el pestalozziano, otras veces el decroliano, pero la mayoría de las veces el alusticiano», mientras hacía el ademán de abanicarse sin nada en la mano.
Ahí aprendió la novata lo que era meterse con Elsa Alustiza.

A fines de los ochenta, estuve yo a cargo de la dirección del nivel primario del IMI  y Elsa era la vicedirectora. Ese tiempo fue inolvidable para mí porque trabajar con ella no era parecido a nada más.

Como suele pasar muy a menudo, llegaron vendedores de libros al colegio y se presentaron en la dirección, que entonces funcionaba en lo que había sido el comedor de las religiosas, sobre el patio del aljibe.

Eran dos hombres vestidos de perramus y arrastraban una enorme valija de muestras. Me llamó la atención que la señora vice dándome una patadita en los tobillos, se dirigiera a la puerta, que estaba vidriada y con disimulo le echara llave desde afuera. O sea que yo quedé encerrada con estos dos tipos que lo que menos parecían era simples viajantes.

Apenas habrían pasado unos tres minutos y cuando ya no sabía que libro mirar, aparecieron dos policías y sin decir agua va, esposaron a los dos desconocidos y se los llevaron luego de encontrarles dos armas en el doble fondo de la valija.

Justamente el día anterior Elsa había leído en un diario que dos ladrones disfrazados de vendedores de libros andaban asaltando escuelas y su olfato de maestra experimentada los pudo identificar. Pero no fue esa la única vez que la vice del IMI desplegó sus dotes detectivescas.

En otra oportunidad dos chicos, que entonces creo que asistían a cuarto grado, llegaron al colegio y nos contaron que habían encontrado en la calle un porta documentos con dinero y muchos cheques y se lo habían dado al vigilante que estaba en la puerta de la comisaría sin que nadie más lo supiera.

Escucharlos y agarrarlos de la mano rumbo a la comisaría fue un solo acto perfectamente coordinado. Ni el comisario ni ningún oficial estaba impuesto de lo ocurrido y nos informaron que el policía al que aludían los chicos estaba de guardia en el Banco Birco, dónde está hoy el Banco de Galicia. La casilla de vigilancia era toda de cristal, por lo que no tuvimos que hacer un solo gesto. Al vernos llegar, sin decir una palabra, el infractor salió y nos alcanzó la cartera con todo su contenido.

La víctima de la pérdida era Otto Bagger, el hermano de la inolvidable Renée, que hacía cobranzas, en este caso del Club Atlético.

Qué fue del policía nunca lo supimos, pero esa tarde todos los chicos de la escuela estuvieron de fiesta. Se destacó en un breve acto la honradez de los actores del suceso y el señor Bagger repartió golosinas para todos.

Si alguien cree que la docencia es aburrida, les puedo asegurar que no.

El nivel secundario y terciario del IMI, pertenecían al Ministerio de Educación de la Nación, que hoy por hoy, a excepción  del nivel universitario, es un ministerio sin escuelas.

Las inspecciones eran tan poco frecuentes, que era muy raro que un mismo inspector visitara la escuela más de una vez. Pero hubo una excepción muy desgraciada, ya que el tal inspector era una persona autoritaria, que en lugar de cumplir su función de supervisión y guía, hacía sentir a los docentes como reos en un juicio por asesinato.

Desde el Jardín de Infantes hasta el Terciario, todos, aún sin relación directa con él  lo aborrecían, nuestra vice en especial.

Una mañana en que este señor se había manifestado más hostil que nunca, y creyendo que se había ido, Elsa asomó la cabeza en la dirección de secundario y terciario, que estaban separadas una de la otra por un tabique bastante bajo, y con gesto de repugnancia le gritó a la secretaria: «Ya se fue el desgraciado ese?».

Al instante apareció la cabeza del Inspector por detrás del tabique con cara de furia, pero lejos de amilanarse ella lo miró con el mismo gesto y lo enfrentó diciéndole: «y bueno, si es cierto», para acto seguido, desaparecer taconeando por el pasillo.

Quedó para el recuerdo una adaptación del Martín Fierro hecha por el grupo de egresadas del nivel primario del IMI en 1983, al que pertenecía mi hija Carmen, que la recuerda con gran cariño y admiración a pesar de su grado de exigencia en el aprendizaje.

“Aquí me pongo a cantar
Al compás de la vigüela
Que alumno que lo desvela
Matemática y lenguaje
Tiene que juntar coraje
Para quedarse en la escuela
Pido a los santos del cielo
Que ayuden mi pensamiento
Les pido en este momento
Que me mira la Alustiza
No se me caiga la tiza
Por un mal presentimiento”.

Dice el hermoso poema de Machado:

“Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino

sino estelas en la mar.”

Vaya maravilloso camino el de quién lo fue abriendo para él y así, sin sentirlo, como una cosa tan natural, abrió el camino para los demás, con un gesto, con una actitud, con la luz del conocimiento, con la estela tan indeleble como la que la señora Elsa Alustiza de Inaebnit dejó, especialmente en su hábitat natural, la escuela.

 

*Raquel Piña de Fabregues tiene 86 años. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.

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