Invitado a «GPS, villeguenses por el mundo», que conduce Esteban Mutuberría, recordamos en ACTUALIDAD los viajes de «el profesor jubilado» y alma mater del Museo Histórico Regional, Miguel Alegrí.
Hacia finales de los ’70, mientras estudiaba Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, trabajaba en un hotel y en un contexto nacional complicado políticamente, sufrió los embates de la dictadura a través de compañeros de trabajo y amigos; y decidió que no podía seguir viviendo en Argentina.
Pese a que su padre se opuso tajantemente, decidió irse bajo la promesa de «volver cuando hubiera un país democrático», cosa que cumplió. Regresó de su vuelta por el mundo con el gobierno de Alfonsín «muy emocionado.»
Zarpó en un barco en 1978, que hizo paradas de varios días en Montevideo y en Río de Janeiro hasta cruzar el Atlántico, que «es maravilloso» y, por fin, «me bajé en las Islas Canarias», relató.
El viaje duró alrededor de quince días y fueron parte del grupo varios jóvenes, estudiantes universitarios o profesionales, que habían pasado por una situación similar, algunos como él, con exilio voluntario y otros, no tanto.
Ya arriba del barco, que salió de Puerto Madero de la dársena donde hoy se erige el edificio de la Universidad Católica Argentina, «los puentes van girando y el barco los atraviesa hasta llegar al Río de la Plata» y «tenía llaves en los bolsillos que fui tirando por el canal.»
Recuerda que una de las personas que lo fueron a despedir fue una tía con la que vivió un tiempo, Chola Viñez de Goñi, lo incitaba a viajar y le decía que «tenía que descubrir el mundo y estaba preparado.»
Ya en Europa, decidió que no quería trabajar más en hoteles, sino que quería hacer algo «personal». Entre sus cosas llevaba una caja de zapatos con figuras que había hecho con Maruca Echave de Carrozzi en el taller. Se dirigió a un espacio de diseño moderno, que se llama Arte España, «me presento, saco la cajita, muestro lo que hacía y cuando lo vieron me dijeron que lo dejara todo.»
Antes de irse decidió recorrer el lugar y vio unas cerámicas de guanches, aborígenes de Gran Canaria, que realizaba un profesor que vivía en los altos de la isla, en el Arucas «y hasta allá me fui, con la cajita. Le encantaron mis figuras y me ofreció el horno para que hiciera mis figuras. Me enseñó donde encontrar la arcilla y me instalé en ese pueblo.»
«Primero horneaba a leña, pero después me hice un horno como el que tengo hoy en mi casa», relató Miguel.
Trabajaba toda la semana y el fin de semana bajaba a la parte turística, muy similar a la geografía del Sahara con dunas de arena; y vendía toda la producción.
Pero… «la isla también te aísla y tenía que seguir, porque estaba en las puertas de Europa», sostuvo.
Le escribió a su tía Rosa, que vivía en Barcelona, en una casa ubicada en la calle D’Amilcar 165, cerca de la Sagrada Familia, quien «me recibió como si nos hubiéramos conocido de toda la vida. Fue muy emocionante», rememoró.
Allí se quedó un tiempo hasta que Rosa le dijo que tenía que ir a conocer a todos los familiares que tenían en Gerona (Cataluña), a los pies de los Pirineos. «Un día apareció un camión enorme que decía Embutidos Porta Alegrí a buscarme, porque tenían campo y un gran frigorífico.»
«Me fui para estar allí unas semanas y me quedé unos cuantos años, pero cada tanto los dejaba» para seguir viajando.
En una oportunidad y tras forjar grandes amistades, lo invitaron a una Feria de Artesanía, en un pueblo al lado de San Sebastián, Hondarribia (País Vasco) y de «quince días me quedé cuatro meses. Yo vivía, no es que paseaba. En los lugares a los que fui, yo viví.»
Fue en Hondarribia donde le ofrecen ir a trabajar a la vendimia en Francia. El nuevo destino fue Bordeaux, Saint Emilion, Roquefort, La Rochelle, zona productora de vino y de cognac.
Después llegó el turno de Israel, recorrer toda África, vivir cinco meses en Viena (Austria) adonde llegó con amigos, pero «en algún momento tenía que parar.»
Entre los cientos de anécdotas de cosas que le pasaron por su viaje por el mundo, Miguel contó que «cruzaba para Perpignan (Francia) desde España para que, al volver, me volvieran a sellar el pasaporte y así obtenía tres meses más de visa. Al cruzar la frontera había un colectivo (ya hacía varios años que vivía allá) y en un momento se abre una ventanilla y me gritan ¡Alegrí! y aunque lo corrí no logré alcanzarlo. Nunca pude saber de quién se trataba.»
En otra oportunidad, aparecen en el frigorífico familiar dos personas a las que su tía, por el acento, identificó como argentinos, razón por la cual lo fue a buscar a Miguel, quien estaba detrás escuchando. Se encontró con una pareja cuya mujer era una rubia que le cuenta que pasaba todas sus vacaciones en General Villegas, en la Librería Juliá: era Marga Juliá.
«Allí me hice amigo de ellos. El marido era un artista bastante conocido y me invitaron a ir dos meses a Viena, adonde iban a exponer. Todavía sigo en contacto», contó.
Al terminar la estancia en Austria, toma la decisión de no volver a Gerona, sino tomar un avión en medio de la nieve para aterrizar en Tel Aviv (Israel), donde vivió un año en Eilat, sobre el Mar Rojo, frente a la ciudad jordana de Aqaba, la reserva más grande de coral, el desierto, la península de Sinaí, «un lugar fascinante como pocos», lo definió.
«A ciertas ciudades de Palestina que ya estaban destruidas las pasé caminando para tomar los colectivos que cruzaban el Néguev, el desierto de Israel. Varias veces estuve en el Mar Muerto, en Masada, lugares históricos; y recorrer la vida de Jesucristo, la Vía Dolorosa, el Mar de Galilea, Belén, lugares sagrados, es maravilloso», señaló.
Durante su estadía en Israel trabajó en un hotel internacional donde «gané bastante dinero, porque vivía en el lugar, me daban la comida» y en los días libres, recorría Israel.
Tenía que arreglarse con el idioma manejando algo de hebreo, algo de árabe y el inglés, que es como en casi todo el mundo, una segunda lengua.
Uno de sus compañeros de trabajo era un inglés que había decidido regresar a su país, pero antes quería pasar por Egipto. Y allá salió un nuevo rumbo.
«Cruzamos la Península de Sinai, estuvimos en el Monasterio de Santa Catalina y cruzamos el Canal de Suez. Entramos a El Cairo una noche que me pareció parte de Las Mil y una noches por las luces, la música y la gente.»
La ruta continuó hacia el sur por Luxor, en la famosa represa de Asuán; y volvió en ciertos tramos en barco por el Nilo hasta Alejandría. «Son cosas inolvidables porque lo viví. Estuve un mes y medio recorriendo Egipto», sostuvo Alegrí.
El último tramo con su amigo inglés lo hizo en un avión que aterrizó en Atenas (Grecia); «y ahí también me quedé», expresó sonriendo.
«Para alguien que conoce medianamente las historias de las civilizaciones era un disfrute muy grande. Todo aquello que en la escuela primaria nos contaba y nos hizo soñar el profesor Fumagallo, tenerlo frente a mí fue inolvidable y único», manifestó.
Cuando llegó el momento de regresar a la casa de los abuelos, dejó de lado los barcos o los aviones y emprendió el camino por rutas y caminos.
Tomó un colectivo desde Atenas, en Grecia, hasta Italia, cruzando toda Yugoeslavia, donde se cruzó con nuevas experiencias y otro tipo de gente que «te va enriqueciendo y abriendo la cabeza.»
Ya en Italia visitó Venecia y Roma, hasta que se subió a otro colectivo en Milán hasta Lyon, con cruce de Los Alpes incluido. «Al lugar al que llegábamos pasábamos horas y horas caminando y recorriendo», contó.
Fue en Lyon donde se subió al tren junto a su amigo de aventura, de regreso a Perpignan, un paso para su retorno a España.
Durante la ruta de regreso le contaron que en Tarragona se realizaba la cosecha de la oliva, por lo que «estuve un mes y medio trabajando en las montañas de Tarragona, lo que significaba dinero para seguir viajando.»
Surgió la idea de tomar un tren para pasar unas dos semanas dando vueltas por Madrid, Toledo, Segovia y otro tanto de ciudades aledañas.
Al finalizar esta vuelta, su amigo volvió a Inglaterra «y yo volví a la casa de mis abuelos, pero para esto, ya estábamos en 1982 y había empezado a regresar» a la Argentina.
«En esa época, los europeos estaban muy enterados sobre lo que sucedía en nuestro país. Viví el conflicto de Malvinas con mis parientes, escuchando la BBC de Londres, que contaba lo que realmente pasaba. Sufrí un montón y lo pasé muy mal. Fui a la embajada en Barcelona y encontré miles de argentinos que hacían cola para anotarse para regresar a luchar. Yo fui para dejar mi domicilio y ponerme a disposición si me necesitaban.»
Pese a que Miguel se sentía integrado porque tenía a su familia y había aprendido a hablar catalán, lengua que en esa zona es casi exclusiva, ser extranjero no es tan fácil. «En ciertos lugares hay cierta diferencia y te la hacen notar. Nos decían charnegos, palabra que utilizaban en Cataluña para los sudamericanos.»
Sin embargo, sobre su vivencia en Europa destacó que «a la gente que es preparada, que tienen estudio o sobresale, la ayudan a subir, la reconocen, cosa que a veces no sucede en nuestro país.»
Miguel Alegrí, protagonista de este GPS villeguenses por el mundo que eligió recorrer el mundo a los 20 años y hoy, a los 70, es un «profesor jubilado» como a él le gusta llamarse tras transitar las aulas de escuelas dejando grandes recuerdos.
Una aventura que le enseñó, por sobre todas las cosas, a comunicarse con la gente. No sería ninguna locura que este entusiasta actor de la cultura villeguense se embarcara en un nuevo capítulo junto a sus hijos Francisco y Santiago, con el que forma una fuerte tríada capaz de tirar por la borda otros juegos de llaves.