La Asociación Educadores Jubilados y Retirados Gral. Villegas se pone en marcha en este 2024, con distintas actividades que se irán desarrollando a lo largo del año.
Para comenzar, en este Mes de la Mujer, quienes integran la comisión agasajan a algunas de sus docentes asociadas, a quienes invitan a contar parte de su historia a través de ACTUALIDAD.
Celia Caravera, de 80 años, fue la primera de las reconocidas por la Asociación, en el marco del Día Internacional de la Mujer que se conmemora este viernes 8 de marzo.
Fue la primera, pero no será la última, porque este mes tendrá más homenajeadas. Y son tantas, que en septiembre de 2024 llegarán más homenajes, teniendo en cuenta que es el mes de la educación, ya que son varias las fechas que se recuerdan agasajando a quienes cumplen o cumplieron distintas funciones en el ámbito educativo.
Alma Cervetti y Graciela Alonso acompañaron a Celia en la charla con ACTUALIDAD. Una visita repleta de anécdotas y relatos que, en algunos casos, parecían más una aventura en medio de una vocación que la ex docente -que en algún momento también se desempeñó como Inspectora a cargo de General Villegas y de Rivadavia- fue descubriendo con el correr de los años, sin dudar de que volvería a tomar el mismo camino si el tiempo retrocediera.
«Ni cuenta te das como pasan los años. Los número redondos son los que te golpean, los otros no cuentan», expresó en tono gracioso al referirse a sus 80 años de vida.
¿Cómo decidió ser docente? «En ese entonces, lo único que había para estudiar era el Instituto María Inmaculada. O estudiabas Magisterio o no estudiabas nada, así que me recibí de maestra. Cumplí los 18 años trabajando, me tocó una suplencia con primero inferior y primero superior. Estaba Coca Costanzo de directora, si no hubiera sido por ella yo no hubiera sido maestra. Llegué a la tarde, Coca me metió en el salón, toca la campana y los chicos salieron saltando por la ventana. ¡Y yo unas ganas de saltar por la ventana detrás de ellos! No te imaginás», recordó entre risas Celia, en una charla que estuvo repleta de anécdotas; y con tantas que quedaron por contar.
Así empezó. «Y seguí en las escuelas rurales, también en planta urbana. Trabajé en El Recado, en Moores, en Drabble, en Volta. Cuando se abrió la Escuela Especial yo estaba trabajando en el CIIE, porque me había venido de la escuela 25 para poderme casar, porque sino estaba toda la semana en el campo. Y entonces Raquel Renatti me fue a buscar para trabajar en la Especial, donde estuve dos años. Después me fui de coordinadora de escuelas rurales. Muchas veces me llevaba mi marido y me perdía en moto en los médanos; o se quedaba la moto y la veníamos empujando», relató.
«Y sino -continuó- ibas en colectivo, pero te bajabas y cruzabas el campo caminando. Recuerdo que cuando iba a Moores, una vez me corrieron los novillos. Ya en otra oportunidad me quedé tranquila, iba caminando despacio, vino el encargado del campo, me abrió camino y seguí».
«Pasábamos tantas cosas, pero éramos felices», expresó Celia entre los relatos, recordando al mismo tiempo que las docentes también «le hacíamos los mandados a la gente que estaba en el campo. La gente era muy buena».
Eran otros tiempos, en los que «si no cobrabas te tenías que callar la boca. Todo era muy distinto. Además, vos tratabas de ir a la escuela porque sabías que los chicos, lloviera o no, llegaban. Iban a caballo a buscar los deberes», contó.
«A veces venían un poco tarde porque escuchaban la novela por radio -agregó-. Entonces compramos una radio chiquita a transistor. De esa manera, los chicos llegaban a la escuela para escuchar la novela, esperábamos un ratito y empezaban las clases».
En la escuela rural «hacíamos jardín y huerta, pero estábamos impecables, de taco alto y media fina, en invierno y en verano, de lunes a viernes. Con el taco hacíamos un agujerito y los chicos ponían la semilla», siguió Celia, disfrutando cada uno de los momentos que iba recordando.
«No había calefacción, no había nada. Y tanto en Moores como en El Recado les hacíamos la leche y el arroz con el leche, porque nos llevaban leche. Les preparábamos sándwich de mortadela, todo; y éramos felices. Limpiábamos la escuela, cortábamos el pasto, hacíamos todo nosotros», sostuvo.
En muchas escuelas rurales Celia estuvo sola y en algunas de ellas no había mobiliario, «era un desastre. Por el año ’66 hablé con un político de peso y entonces vino un camión con muebles, libros, de todo. Un día sábado nos llamó el inspector y ¡nos pegó un reto!, porque habíamos pasado por alto la autoridad. Nosotros ni sabíamos. Nos hizo hacer una nota, con copia, de todo lo que habíamos pedido, para hacer las cosas bien».
También dio clases en Banderaló, por 15 años, «después que me jubilé», dijo, además de 20 años en el nivel Terciario del IMI, donde dio clases de Lengua.
¿Qué siente al ser homenajeada? «Me da un poco de vergüenza. Hay mucha gente que lo merece», respondió Celia con humildad, dejando en claro que a lo largo de su carrera «he confiado mucho en los alumnos. Por ejemplo, en el secundario o terciario, vos ponías una idea y los chicos te la mejoraban. Si habremos andado disfrazados por Banderaló juntando cosas, escribiendo libros, haciendo videos. Era otra época».
Una época en la que, entre otras cosas, «los Censos eran responsabilidad civil. Tenías que hacerlo y no te pagaban nada. Era muy distinto. Pero ahora los maestros no tienen libertad de acción, tampoco los directores. Antes estábamos muy controlados, pero era otra manera. Yo, honestamente, si estuviera trabajando ahora me echaban, o directamente me metían presa», agregó riéndose, una vez más.
Celia llegó a General Villegas con 5 años. Es de Comodoro Rivadavia, de donde su familia se vino «porque a papá le hacía mal el clima. Él era de Asturias, España; y mamá de acá, de apellido Pelosi», cerró, presentándose desde lo personal también, muy brevemente.