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jueves, mayo 15, 2025
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El Peludo Meliendre, un caballero de la bohemia villeguense

“Goyo, el Memorioso” abrió una nueva página en la memoria sentimental de General Villegas. Esta vez, el recuerdo fue para un personaje entrañable, de esos que dejan huella más en el corazón que en los libros: José Roberto Meliendre, más conocido como El Peludo. Un hombre que supo bailar entre el trabajo y la bohemia, entre la ocurrencia filosa y la ternura escondida bajo el saco que llevaba con dignidad.

Nacido en 1937, Meliendre creció en el barrio Obrero. Su apodo, “Peludo”, surgió de un episodio infantil: durante la construcción del barrio, se metió en un pozo y empezó a sacar tierra con tal empeño que un amigo le dijo que parecía un peludo cavando. Desde entonces, fue El Peludo, para siempre.

Realizó sus estudios en la Escuela Sánchez, ubicada donde hoy funciona el INTA. Allí aprendió dactilografía y teneduría de libros. De joven trabajó como escribiente en el establecimiento Fortín República, en Santa Regina, propiedad de la familia Elordi. Su etapa laboral lo llevó incluso a pagar a los recolectores de maíz, momento en el que descubrió que en un mes de cosecha ganaban lo que él en un año de oficina. Ese día decidió cambiar el rumbo: se dedicó a juntar maíz… hasta que se hartó.

De trabajador a trovador

Fue en esa transición que se gestó la metamorfosis: el paso del trabajador formal al cantor bohemio. «Me levanto con ganas de trabajar, pero rápidamente se me van», decía, con esa mezcla de humor y verdad que lo definía. A partir de entonces, se convirtió en figura de los bares, cantor de tango y alma de cada mesa.

Meliendre se vinculó con músicos locales como Oscar Pont, Bocha Gutiérrez, el Flaco Becerra o Dante Codutti. Autopercibido cantor de tango, se presentaba bajo el nombre artístico de Roberto Dreme, y hasta ganó un concurso de aficionados en el cine Español. Su presencia se volvió habitual en lo de Curcho, un almacén de Ramos Generales con una única mesa hecha de cajones de cerveza y gaseosa, donde se lo podía encontrar siempre impecable: saco, pantalón de vestir y mocasines, sin importar el clima.

 

Las anécdotas de un personaje único

Las historias que lo tienen como protagonista son tantas como las risas que generaba. Una de las más recordadas ocurrió cuando compró una heladera en diciembre, en lo de Nelson Millán. Pagó la primera cuota, pero nunca más. En marzo, cuando vinieron a buscarla por falta de pago, pidió despedirse. La abrazó y, como si estuviera en el Festival de Viña del Mar, cantó: “Fuiste mía un verano, solamente un verano”.

En otra ocasión, en un brindis navideño, fue el encargado de traer el clericó. Apareció con un balde de diez litros de vino tinto… y una única pera flotando. El Bocha Gutiérrez, entre risas, le dijo: “¿No será mucha fruta?”. El Peludo se reía como el que conoce los códigos de la vida y se burla de sus propias exageraciones.

Era también un hombre correcto. “Un señor con todas las letras”, como lo definió un oyente. Aunque tenía su fama de galán, jamás se lo escuchó hablar de sus conquistas. Prefería hablar de música, de anécdotas o de por qué ya no cantaba: “Las orquestas han desaparecido”, decía. “Y yo sin orquesta, no puedo”.

Con Bocha Gutiérrez y Néstor Apaolaza
Un caballero de otros tiempos

Su forma de vestir era parte de su identidad. Se sabe que Mario Piacentini le regalaba sacos, y El Peludo, para no recibirlos como limosna, aceptaba bajo el pretexto de que a Mario ya no le entraban. “Por mí, comé todo lo que quieras”, bromeaba.

Fue albañil, tractorista, pintor… hasta que la junta de maíz marcó un antes y un después. De ahí en más, eligió vivir con intensidad, sin obligaciones, solo con su voz y su humor como patrimonio.

Memoria viva del pueblo

Quienes compartieron tiempo con él -en lo de Curcho, en la quinta de Mario, en los bares, en los asados- lo recuerdan no solo por sus bromas y ocurrencias, sino por su nobleza. Un hombre de códigos, que supo ser parte de la cultura popular de Villegas como pocos.

Hoy, al traer su figura a la memoria colectiva, no solo recordamos sus gestos, sus frases, sus tangos o sus peras solitarias flotando en el clericó. Recordamos lo más importante: que el Peludo Meliendre fue uno de los nuestros. Y como todo personaje de leyenda, vive cada vez que se lo nombra.

Porque como bien dice este espacio, Goyo, el Memorioso, hay personas que se vuelven inmortales cuando el pueblo las hace suyas. Y el Peludo, sin dudas, ya lo es.