En una nueva entrega de Goyo, el Memorioso, Román Alustiza volvió sobre una de esas figuras que marcaron una época, tanto en lo deportivo como en lo humano. El protagonista fue Herminio Esquivel, aquel atleta nacido en 1926 en Realicó que se convirtió en una leyenda del atletismo regional y en un ejemplo de esfuerzo, humildad y potencia.
Pocos recuerdan que su historia estuvo atravesada desde temprano por el dolor. Herminio perdió a su madre al nacer y a su padre cuando apenas tenía cuatro años. Fueron sus hermanos y algunos familiares quienes lo criaron entre Realicó y Buchardo, hasta que la familia se radicó definitivamente en General Villegas. Allí creció aquel chico flaco y fuerte, que con el tiempo se transformó en un verdadero coloso del deporte.
De los campos arados a la gloria local
Herminio comenzó a entrenar casi por instinto. Lo hacía en terrenos arados y en la arena, convencido de que si podía correr sobre esa superficie, volaría cuando tocara el asfalto. Y no se equivocaba. Cada carrera que disputaba era una demostración de talento natural y de una fuerza física fuera de lo común.
Quienes lo conocieron recuerdan que después de cumplir su jornada en el molino —donde levantaba bolsas de 70 kilos en cada hombro y otra en la cabeza— salía a entrenar como si nada. Era pura energía, un trabajador incansable y un compañero ejemplar. Donde Herminio estaba, el ambiente se llenaba de buena disposición y de respeto.
Un atleta hecho a pulmón
Los recuerdos que rescata Román Alustiza en su charla son innumerables: Herminio corriendo con alpargatas, entrenando sin relojes sofisticados, sin dietas especiales, sin entrenadores ni zapatillas de última generación. Aun así, ganaba en todos lados: en Pico, en Santa Rosa, en Rufino, en Villegas. Corría los 5.000 y 10.000 metros, y también pruebas más cortas, siempre con una potencia impresionante.
Su nombre comenzó a sonar cada vez más fuerte, tanto que un día fue invitado a representar a Independiente de Avellaneda, nada menos. Allí compartió entrenamientos con grandes figuras del atletismo argentino, entre ellos el mítico Osvaldo Suárez, campeón panamericano y medallista sudamericano.
Y fue entonces cuando se produjo la sorpresa: Herminio empezó a marcar mejores tiempos que Suárez. Los relojes lo confirmaban. Pero su ascenso se detuvo de manera abrupta. Hay dos versiones sobre lo ocurrido: una indica que lo obligaron a bajar de peso con una dieta equivocada que afectó su rendimiento; la otra, que ciertos vínculos de Suárez con el poder político de entonces lo desplazaron para mantener su lugar. Sea como fuere, Herminio decidió volver a Villegas.

Un regreso cargado de anécdotas
De regreso en su pueblo, retomó su vida de siempre: el trabajo, los amigos, las bochas, la paleta, el esfuerzo cotidiano. Y siguió acumulando historias que aún hoy se cuentan con admiración. Se dice que una vez lo contrataron para cavar un pozo de cuatro metros por 200 pesos. Al mediodía ya había terminado. Cuando el patrón se negó a pagarle, Herminio respondió con calma: “Si no me querés pagar, lo tapo y listo”. Le pagaron, por supuesto.
También se recuerda que desmontó a fuerza de brazos los eucaliptos que había en la cancha de Atlético, o que en una carrera saltó un tren detenido en plena vía y siguió corriendo del otro lado sin perder el ritmo. En otra ocasión, en América, no lo dejaron participar por no estar inscripto. Corrió igual… y ganó.
Su físico era imponente, pero lo que más destacaban quienes lo conocieron era su nobleza. Generoso, solidario, enseñaba a los más jóvenes cómo trabajar, cómo entrenar, cómo vivir con sencillez y dignidad.
El legado de un hombre bueno
Herminio se casó con María Haydeé Turrión y tuvo dos hijas, Raquel y Susana. Falleció en 2012, a los 85 años, dejando un recuerdo imborrable. No solo como atleta o trabajador, sino como símbolo de una época en que el deporte era puro esfuerzo y pasión.
En una vieja fotografía, capturada en la largada de la tradicional Maratón de los Barrios frente a la sede de Eclipse, se lo ve junto a Oscar Horacio Barreto y otros corredores villeguenses. Allí está Herminio, firme, sereno, con esa mirada de quien sabía que la carrera más importante era la de la vida.
Goyo, el Memorioso lo resumió con emoción: “Herminio trascendió por donde se lo mirara. En lo deportivo, en lo humano, en su familia, en su forma de ser. Fue un súper hombre”.
Y así fue. Un gigante humilde, un atleta que corrió desde los campos arados hasta el corazón de todo un pueblo.