Este lunes 2 de mayo se cumplieron 40 años de la mayor tragedia naval en la historia de la Armada argentina, durante la guerra de Malvinas: el hundimiento del crucero ARA General Belgrano, en el que perdieron la vida 323 tripulantes, entre los que cuenta el Cabo (PM) Fabián Siri, y lograron sobrevivir 770, no solo al ataque con dos torpedos, sino también a las bajas temperaturas del mar.
El General Belgrano, que cumplía la tarea de interceptar comunicaciones británicas a fin de identificar los movimientos del enemigo, había recibido órdenes, el 1° de mayo, de patrullar las aguas al sur de Malvinas junto a los destructores Piedrabuena y Bouchard, en una zona fuera del área de exclusión militar de 200 millas de radio, fijada de forma unilateral por el Reino Unido.
El General Belgrano, un crucero de 13.500 toneladas de origen estadounidense botado en la 2° Guerra Mundial que salió indemne del ataque japonés a Pearl Harbour, no contaba con sonar para detectar la presencia de submarinos, por lo que no pudo identificar a tiempo la amenaza del Conqueror, que lo acechaba a 400 millas, tras 30 horas de seguimiento.
Nuestros héroes del Belgrano
Fabián Siri y Juan Bautista Tula eran conscriptos. Casi adolescentes. Fabián se hundió junto con el buque y Juan ha aprendido en estos 40 años, a ir contando, lentamente, lo que vivieron aquella triste jornada, que lo marcó para siempre. Fabián es el mártir y Juan, el testigo.
El testimonio
Juan Bautista Tula es de Banderaló y allí continúa viviendo hoy. Callado pero de palabra profunda. Manos de trabajo y mirada de haber visto mucho. Demasiado.
Era apenas un chico cuando tuvo que poner en marcha toda su capacidad de conservación, porque en lo que se pensaba era en sobrevivir. Sobrevivir al mar congelado, a los fierros rotos y humeantes; y a sus compañeros desapareciendo en el agua, cubierta de fuego.
Sin embargo, a pesar de los 40 años que pasaron, Juan siente que fue una guerra sin sentido. «El Crucero fue el último barco que zarpó de Puerto Belgrano el 16 de abril, porque estaba en reparaciones y prácticamente, lo obligan a salir a navegar. Entramos a las 200 millas el 1 de mayo y ahí realmente nos dimos cuenta dónde estábamos, pero nadie nos dijo nada», cuenta Juan.
«Nosotros fuimos a cumplir con la Patria en el servicio militar -que recordemos era obligatorio- pero no estábamos preparados para una guerra. Ese 2 de mayo cubría la guardia de artillería de 8 a 12 y después de eso, a las 15.30 estaba en el sollado (lugar para dormir) y llamo a los chicos que estaban conmigo para ir a tomar la merienda, cosa que nunca hacía», relata el veterano, quien agrega que «yo creo en el destino, porque al bajar una cubierta más, me agarra en el comedor.» Si el banderolense hubiera permanecido en el sollado, lo hubiera impactado de lleno en torpedo en la popa.
«En el barco éramos 1093, las escaleras muy angostas y todos nos apresurábamos a salir a cubierta porque había un gas que nos ahogaba», cuenta Juan, mientras aún recuerda los gritos y la desesperación.
«Había que escapar del peligro hacia la cubierta y después el abandono (del buque), que fue tremendo. Tirar la balsa al agua… es todo tan rápido que no te das cuenta lo que pasa. Lo pensás cuando volvés a tu casa, con todo lo que viste encima» y se toma real dimensión de los hechos, de los muertos, de la altura del barco, de la temperatura del agua. En ese momento, solo existe un pensamiento: sobrevivir.
Las imágenes del crucero en llamas, tomadas por un oficial argentino y entregadas a un superior, llegaron a la primera plana del New York Times, cuando en la Argentina aún no se conocía la noticia. Juan mira otra vez esas imágenes a través de Facebook, como se miran tantas historias, solo que esta vez, él fue protagonista.
Una vez subidos a las balsas, llegó la otra batalla, «es una guerra contra el agua helada, hay que sobrevivir a unos 20° bajo cero» y después el regreso a casa, donde muchos encontraron apoyo y motivos para superar el horror y otros sucumbieron. Sobrevivieron a la guerra, pero no pudieron continuar su vida. Olvidados, no reconocidos y sin atención médica, se cree extraoficialmente que entre 300 y 400 ex combatientes se quitaron la vida.
«No quedamos bien después de esa experiencia, Yo traté de salir con el apoyo de mi familia, fundamentalmente, ellos estuvieron siempre conmigo. Tuvieron que pasar 10 años para que fuéramos reconocidos, es increíble», murmulla Juan.
Juan Tula aprendió una gran lección con los años (lección que debería alcanzarnos a todos y por muchas situaciones que atravesamos en la vida): «callar no hace bien y fue cuando comenzamos a reunirnos los veteranos de Villegas, cuando de a poco, empezamos a hablar entre nosotros. Se trata de alivianar el peso de los hombros.»
Callar no hace bien. A pesar de los años que pasan, para ellos, el sentimiento de la guerra es muy cercano. En algún lugar, la guerra se quedó con parte de la adolescencia de estos veteranos de guerra.
Que se mantenga esta memoria viva por aquellos que no pudieron volver. «Ya no se buscan culpables, debemos mantener el reclamo sin guerra. Las Malvinas son Argentinas», afirma el sobreviviente del Belgrano.