A los 21 años, Ana Paula Córdoba Pinedo ha convertido la cocina en su brújula y su motor. Nacida en General Villegas, hoy su historia recorre distintos países y sabores. Desde un restaurante frente al mar en Uruguay hasta una cocina enclavada entre montañas en Perú, pasando por hoteles en la costa catalana, Ana Paula se lanzó al mundo con una mochila al hombro y una pasión entre las manos: la gastronomía.
Durante su visita a su ciudad natal, pasó por los estudios de FM Actualidad y compartió, con sinceridad y frescura, su historia. “Estoy re nerviosa, la verdad”, confesó apenas se sentó frente al micrófono. “Recién vengo de lo de unos amigos, les conté que venía y me dijeron que hiciera como si estuviera hablando con ellos. Eso me tranquiliza un poco”, dijo, entre risas tímidas y espontáneas.
Acaba de regresar de una nueva temporada de trabajo en Uruguay. Llegó hace apenas una semana para visitar a su familia, saludar amigos, cobrar unos trabajos y recargar energías. La pausa es breve: ya tiene planes de volver a hacer las valijas.
Cocinar desde siempre
Ana Paula no recuerda su vida sin cocina. “Creo que cociné desde siempre. Toda mi familia se destaca en la cocina. Había libros de cocina por todos lados. Era lo mío”, relató. Terminó el secundario y se fue a La Plata a estudiar gastronomía. Estuvo dos años formándose, pero la inquietud por explorar el mundo fue más fuerte. “Mochila al hombro, me fui”, dijo con decisión.
La elección de la cocina fue vocacional, pero también estratégica. “No me veía haciendo una carrera muy larga, de esas que te atan a un solo lugar. Siempre quise viajar, y todo me llevaba para ese lado. La gastronomía era un pasaporte. No lo describiría mejor”, afirmó.
Su primera experiencia fuera del país llegó a los 19 años, cuando decidió probar suerte en Uruguay. Trabajaba como moza en La Plata, y una tarde calurosa, con humedad agobiante, tomó una decisión: cambiar de escenario. “Muchos amigos se estaban yendo a hacer temporada afuera y pensé: ‘bueno, yo también’”. Compró el pasaje antes de definir el destino. Se fue el 25 de diciembre. “Pleno feriado. Todos me preguntaban: ‘¿no venís a pasar Navidad con nosotros?’ Y yo ya estaba con la valija lista”, recordó.
El lugar elegido fue La Pedrera, un pueblo costero del departamento de Rocha. “Es muy chiquito, tipo Piedritas, o más todavía. Pero muy turístico. Llegué con un trabajo en la barra de un parador y algunos contactos. Fue así, todo de una semana a la otra”, contó. El primer día de trabajo caminó más de dos horas por la playa para llegar. “Yo no tenía ni idea de la distancia. Arranqué y dije: en algún momento llego. Era pleno verano, solazo, llegué muerta”, dijo, entre carcajadas.
Un hogar en La Pedrera
Con los años, La Pedrera se transformó en un lugar propio. “Este año fue la tercera temporada que fui. Ahora trabajo en El Trueno, un restaurante que ya es como mi casa. Los dueños son como mis padres de verano”, dijo con afecto. Esta última temporada, por primera vez, se desempeñó íntegramente en la cocina. “Los años anteriores trabajé de moza. Pero esta vez estuve a full en la cocina, cubriendo todos los puestos. Trabajamos muchísimo”.
Más allá del ritmo intenso, Ana Paula valoró la experiencia como un gran salto profesional. “Me di cuenta de que era capaz de un montón de cosas. Llegué sin saber bien qué iba a hacer, sola, con mi mochila, y resolví todo. Desde buscar dónde quedarme hasta adaptarme al trabajo. Siempre me voy sin pasaje de vuelta, como en modo aventura. Y cada vez que miro dónde estoy, digo: ‘yo llegué hasta acá’. Es muy fuerte”.
Durante la temporada, cocinó platos típicos uruguayos. “El chivito es bien uruguayo, ese no puede faltar. También mucho pescado: pesca del día, rabas, mariscos… Lo mío son los pescados”, aseguró. Y en medio del relato, no faltó el chiste del conductor: “Vas a tener que cocinar algo, eh. Aprovechemos que tenemos una chef por acá”.
Cocinas del mundo: España y Perú
Antes de su último paso por Uruguay, Ana Paula había vivido otra experiencia clave: una pasantía en Calella, España, en un hotel muy cercano a Barcelona. Allí rotaba entre los distintos sectores de la cocina. “A veces te tocaban los postres, otras los fuegos o las ensaladas. Era como seguir estudiando, pero en una cocina real”, explicó. “Éramos practicantes, no empleados, y eso nos permitía aprender de todo un poco”.
El ritmo era completamente distinto al de Uruguay. “Se abrían las puertas y la comida desaparecía”, recordó. “Corrías todo el tiempo para reponer. Tenías que tener todo listo en el momento”. Fue su primer contacto con una cocina de gran escala, con servicio intenso.
“Me encantó vivir allá. Hacíamos medio turno, cuatro horitas, y después teníamos tiempo libre. Viajábamos mucho a Barcelona, íbamos a la playa, paseábamos. Vivíamos en departamentos con otros chicos y hacíamos muchas fiestas. Éramos como treinta argentinos, y dos españoles que no entendían nada”, dijo, entre carcajadas.
Una de sus mejores anécdotas fue un viaje a Andorra que organizó con sus compañeros. “Fue divino”, dijo. Y si hay un sabor que le recuerda a esa etapa, es la paella. “Comí muchísima. Cada vez que la huelo, me transporta al hotel”.
Después de España y de una segunda temporada en Uruguay, llegó Perú. Un viaje que, según Ana Paula, nació de un algoritmo. “Estaba pensando dónde pasar mi cumpleaños. No tenía ganas de ir a Villegas ni a La Plata. Empecé a ver Machu Picchu en Instagram, en todos lados. Y dije: ‘Ya está, me voy a Perú’”.
Viajó a Cusco, se instaló en un AirBnB, y buscó alguna oportunidad. Así apareció “Supertramp”, un hostel con restaurante en Aguas Calientes que buscaba voluntarios. “Me puse a escribirles por todos lados, a mandar mensajes por Instagram, hablar con el manager… hasta que me dijeron que sí”.
La experiencia fue tan transformadora como inesperada. “Los chicos que estaban a cargo de la cocina se fueron, y nos la dejaron a nosotros. Y ahí me quedé, instaladísima”. Pasó seis meses cocinando, primero como voluntaria, después como parte del equipo.
Paciencia y paisajes
“Perú fue el lugar donde más crecí como profesional”, reconoció. “Ahí ya estuve de lleno en la cocina, un poco que a cargo, y aprendí lo que es trabajar en servicio, con comandas, con rapidez. Ahí siento que crecí más”.
Pero no solo fue aprendizaje técnico. También aprendió a bajar un cambio. “No me enseñó otro lugar de los que conocí a relajarme tanto y a tomarme todo con mucha calma. Y bueno, la paciencia… mucho la paciencia. Yo soy impaciente y estando ahí era todo muy tranquilo, como es el pueblo peruano”.
Contó que en Aguas Calientes la conocía todo el mundo. “Íbamos al mercado y era así: ‘¡Vení! ¿Cómo estás?’, y eso, que aquello…”. Para quien busca tranquilidad, lo recomienda. “Pero es animarse a estar en un lugar súper chiquito”.
Subió montañas, recorrió ruinas, y se enamoró del ají de gallina y el arroz chaufa. “Me encantó. Un ceviche también… espectacular”.
Cocina de autor: sabores con acento
Cuando le propusieron armar un menú inspirado en sus viajes, no dudó: “De Perú, un ceviche como entrada. Plato principal, me voy por Uruguay, por una buena carne. Un chivito completo, con todo. Y el postre lo saco de España: una buena crema catalana, con crocante de azúcar”.
Contó cómo se prepara: “Es a base de huevo, muy similar a la crème brûlée francesa, pero una se hace con nata y la otra con leche. La catalana es con leche. Es como un flancito y arriba se le pone azúcar que se carameliza con un soplete. Queda en cazuelitas. ¡Uy, qué rico!”.
El equilibrio entre la ruta y el hogar
Aunque disfruta de la vida itinerante, Ana Paula no es ajena a los desafíos de esa elección. “Lo más difícil es no tener un lugar fijo. Cada tanto digo ‘necesito establecerme’. Pero mi vida en los últimos años se basó en mi hostel, en moverme de acá para allá. Igual es hermoso también. Muy lindo”.
Eso sí, cuando vuelve a Villegas, se permite descansar. “Estar en mi casa, sin hacer nada. Estar echada con mi gata y recibiendo esos mimos de bienvenida que te recargan para volver a arrancar”.
En cuanto al futuro, no tiene demasiadas certezas, pero sí una brújula: el verano. “Dije que este año me iba a quedar. Pero bastó con estar unos días y darme cuenta que hace un frío terrible. Ya tengo planeado irme a fines de mes”, dijo entre risas. Y adelantó que su próximo destino ya está en marcha, aunque prefirió no revelar mucho: “Me voy para el lado del verano”.
Un mensaje para los que sueñan con partir
A quienes sueñan con emprender un viaje similar, les dejó un consejo cargado de convicción: “El miedo va a estar siempre. Pero el primer paso es lo que más cuesta. Después ya estás ahí y seguís. No te arrepentís. Porque siempre encontrás gente en la misma situación, te hacés amigos, conocés lugares. Es una experiencia muy hermosa. Si alguien tiene muchas ganas de hacerlo, es el momento”.
Ana Paula no se detiene. Vive, aprende, transforma. Y en cada paso que da, se vuelve un poco más ella.