En el mundo del polo, donde el rigor del entrenamiento se mezcla con la elegancia del juego, el nombre de Eusebio Aguilar empieza a hacerse un lugar. No desde el podio ni desde la cima del hándicap, sino desde abajo, desde los corrales, las camas de los caballos, los trailers, el fardo, la horquilla.
A sus 20 años, este villeguense encontró su rumbo en una actividad que desconocía hasta hace poco, pero que lo fue conquistando de forma definitiva. Hoy, mientras trabaja en Portugal cuidando caballos de polo, su historia representa el ejemplo perfecto de cómo una decisión, un salto al vacío, puede cambiarlo todo.
Una infancia de campo y decisiones tempranas
Eusebio creció en una familia marcada por el apego a la tradición rural. Nieto de «Changa» Aguilar –figura entrañable del tradicionalismo local– y con padres que siempre estuvieron vinculados al campo, no sorprendió que, desde muy chico, buscara una formación más cercana a ese mundo que tanto lo atraía.
A los 11 años dejó Villegas para estudiar en la Escuela Agropecuaria de Realicó, La Pampa. Durante la semana vivía en el internado; los fines de semana, volvía al pueblo. Esa rutina le permitió adquirir una temprana autonomía y, sobre todo, forjar vínculos profundos con compañeros que hoy considera como hermanos. “Fue una de las experiencias más lindas que tuve”, recuerda con gratitud, en diálogo con GPS, por FM Actualidad.
En esa escuela, donde se respiraba ruralidad en cada rincón, Eusebio aprendió no solo sobre producción agropecuaria, sino sobre la vida en comunidad, la convivencia y el sacrificio. “Muchos chicos se volvían a los pocos meses. A mí me costaba, claro, pero no lo mostraba. Y los amigos que hice ahí ya son parte de mi familia”.
El primer paso en el mundo del polo
El destino dio un giro inesperado en agosto del año pasado. Apenas había retomado la escuela secundaria en Villegas cuando recibió dos propuestas laborales vinculadas al polo. Hasta entonces, había tenido un contacto superficial con ese ambiente. Sabía de caballos, sí, pero no del mundo específico del polo, donde los detalles y la exigencia son parte del día a día.
La primera experiencia llegó por un amigo que necesitaba ayuda en un torneo en Ameghino. En ese fin de semana, Eusebio quedó fascinado: “No sabía nada del polo, pero me atrapó la dinámica, el profesionalismo, el trato con los caballos. Fue un mundo nuevo para mí, y me encantó”.
A partir de ahí, su vida cambió de ritmo. Aceptó un trabajo en Venado Tuerto y, de allí, dio el salto a Pilar, centro neurálgico del polo argentino. Comenzó a trabajar para un jugador que participaba de la Triple Corona. Fueron seis meses intensos, con jornadas que arrancaban antes de las cinco de la mañana y se extendían hasta la noche. Cuidaba, junto a un compañero, más de 20 caballos. “La rutina era exigente, pero aprendí muchísimo. Me costó, sobre todo, estar 24/7 con los caballos, porque es un trabajo sin pausas. Pero si te gusta, lo hacés con gusto”, explicó.
La Triple Corona, desde adentro
Eusebio fue parte del equipo de trabajo del Torito Ruiz, jugador de alto hándicap que disputó la Triple Corona con Indios Chapaleufú. Para un joven que apenas comenzaba en el oficio, vivir desde adentro torneos como Tortugas, Hurlingham o Palermo fue una experiencia imborrable.
“Uno imagina que esos caballos están en vitrinas, pero están en nuestras manos. Cada práctica, cada partido, cada trailer… La responsabilidad es enorme. Estás cuidando animales que valen fortunas y que además son parte del alma del equipo”.
Cruzar la cordillera: el salto a Chile
Después de Pilar, el recorrido continuó por Chile. En febrero se trasladó a Panquehue, cerca de San Felipe, en la región de Valparaíso. El entorno era distinto, más relajado, con un polo de menor nivel técnico, pero igualmente exigente.
“Lo que más me impactó fue que, aun en otros países, los petiseros siguen siendo argentinos. Donde hay caballos de polo, hay argentinos trabajando”, remarcó. En Chile vivió un mes y medio, y dejó una excelente impresión. Tanto, que cuando anunció su partida, le ofrecieron volver cuando quisiera. “Eso me dio seguridad. Saber que si algo salía mal en el futuro, tenía un lugar donde me querían de vuelta”.
Portugal: un nuevo comienzo, un nuevo idioma
La siguiente escala fue Portugal. Llegó en abril y se instaló en Santo Estêvão, un pequeño pueblo cerca de Lisboa. Allí trabaja en un club que intenta reimpulsar el polo en el país. Aunque el nivel no es tan alto como el argentino, las condiciones climáticas y el entusiasmo de algunos empresarios locales están ayudando a reactivar la actividad.
El idioma fue, al principio, un obstáculo. Pero con paciencia, ayuda de sus compañeros –también argentinos– y muchas ganas, fue adaptándose. “No lo hablo perfecto, pero ya lo entiendo. Aprendí a pedir lo que necesito, a entender instrucciones, y a convivir en un contexto distinto”.
En Portugal también encontró tiempo para explorar. Conoció playas en Sesimbra, Caparica y Sintra. Y hasta se animó a probar las caracoletas –caracoles servidos como copetín–, algo impensado para él tiempo atrás. “No lo podía creer. Los veía pegados en los tachos de agua de los caballos, y después me los sirvieron en un plato. Pero estaban riquísimos”.
Un estilo de vida
Eusebio insiste en una idea que repite como un mantra: el polo no es un trabajo, es un estilo de vida. Vive al lado de los caballos, los escucha respirar durante la noche, y genera con ellos un vínculo que va más allá del deber. “No puedo ver a un caballo sin agua. No me da. Los cuido como si fueran míos”.
Su jornada arranca de madrugada. Da de comer, limpia, entrena, transporta. Por la tarde, repite. Y aunque a veces hay espacio para el descanso, la rutina gira siempre alrededor del caballo. “Son como personas. Cada uno tiene su carácter. Algunos son tranquilos, otros más nerviosos. Hay que conocerlos y tratarlos con respeto”.
Proyectos y futuro
Hoy Eusebio está enfocado en terminar su temporada en Portugal. Volverá a Villegas en octubre, donde planea quedarse unos meses. Luego evaluará nuevas oportunidades. Sueña con trabajar en Inglaterra o España, especialmente en Sotogrande, y también con conocer Dubái. “Pero no como petisero. Me gustaría ir como profesional, con un rol más completo”.
A largo plazo, imagina tener su propio plantel de caballos, formar gente, enseñar lo que aprendió en este tiempo. “Me gustaría tener lo mío. No es fácil, pero tampoco imposible”.
A pesar de sus viajes, Villegas sigue siendo su punto de partida y de regreso. Extraña a su familia, a sus amigos, los almuerzos con su padre, el Isoca, y las empanadas de la abuela Goya. “No me veo radicado afuera para siempre. Quiero seguir viajando, pero volver. Siempre volver”.
Desde un potrero en Pilar hasta las playas del Atlántico portugués, Eusebio Aguilar cabalga sueños que, hace un año, ni siquiera se atrevía a imaginar. Hoy, con el corazón puesto en los caballos y la mirada en el horizonte, sigue construyendo una historia que ya merece ser contada.
Como nos gusta decir en Diario Actualidad, hay historias que cruzan fronteras pero nacen en un lugar que nunca se olvida. En este caso, ese lugar se llama General Villegas.