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miércoles, julio 23, 2025
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Un francés en bicicleta: la historia de Bernardo Mata

Del exilio en los Pirineos a las rutas de Villegas: la historia de Bernardo Mata, el “francés” del ciclismo y la tornería

Era jueves, y como cada jueves, el aire se llenó de memorias en la voz de Román Alustiza, que esta vez volvió sobre los pasos de un villeguense singular: Bernardo Mata. O, mejor dicho, Nardo Mata, como figuraba en su documento. Porque ese nombre, breve y sonoro, escondía una vida tan rica como poco común, tejida entre el exilio, la mecánica, la lectura y una devoción casi sagrada por el ciclismo.

Nacido en 1941 en Tarbes, en los Altos Pirineos franceses, Bernardo era hijo de José Mata y Marta Romeu, catalanes que habían huido de la Guerra Civil Española. José, republicano, escapó de la represión franquista cruzando los Pirineos, y su esposa lo siguió un mes después. La familia se instaló en Tarbes, donde nacería Nardo, en plena Segunda Guerra Mundial y rodeado de soldados alemanes. El idioma en su hogar era el catalán, aunque en la escuela aprendió francés. El castellano, en cambio, no lo conocería sino hasta los 12 años.

De Tarbes a Villegas, sin documentos

En 1952, con apenas una partida de nacimiento y sin documentos oficiales –los franceses no se los otorgaban a los exiliados españoles–, Bernardo embarcó con sus padres rumbo a la Argentina en el barco Charles Tellier. Atravesaron el Atlántico durante 21 días y, tras siete paradas, desembarcaron en Buenos Aires. Un familiar, Francisco Soler, los esperaba. En General Villegas, Bernardo empezó a forjar su identidad.

Ingresó al sexto grado en la Escuela Nº 17 sin saber una palabra en castellano. Catalina Frolik de Méndez y Blanca Pedelac de Piacentini, maestras del lugar, fueron claves para su integración. Sus compañeros, entre ellos Manolo Rodríguez y Norma Vasconi, lo bautizaron rápidamente como el francés Mata, sobrenombre que lo acompañaría siempre.

Pasión por las bicicletas y las motos

Aunque fue al Industrial, el perfil que marcó su vida se construyó fuera de las aulas. Bernardo fue ciclista, motociclista, tornero, lector apasionado y melómano. Tenía oído para la música clásica, tocaba el órgano y la armónica –una de ellas, importada especialmente desde Alemania–, y adoraba sentarse a ver el Tour de Francia, carrera que lo conectaba con sus raíces.

Las páginas de Semblanzas Deportivas de Quito Specogna lo recuerdan por sus hazañas en dos ruedas. Participó de carreras en La Pampa y el sur santafesino, y estuvo a punto de consagrarse campeón pampeano. Una anécdota de aquellas épocas lo pinta de cuerpo entero: viajó a Olavarría con su propia moto de competición, ganó la carrera, le desarmaron el motor para verificar que cumpliera con el reglamento, lo volvió a armar y regresó manejando por las rutas, sin asistencia, solo él y su máquina. El encanto del deporte amateur, que ya no existe.

Tornero e inventor

El taller de Bernardo, ubicado en la calle Brown, fue otro de sus templos. Allí, con fórmulas de física y matemática en el pizarrón, reconstruía piezas imposibles. Era un inventor silencioso: cuando algo no se conseguía en la ferretería, uno iba a ver al francés, y él lo resolvía.

Fue también ajedrecista, y se lo recuerda compenetrado en largas partidas, igual que en los cálculos mecánicos. Era metódico y reservado. No tenía perfil de callejero alocado, aunque recorrió en bicicleta y moto cada rincón de Villegas. Ya grande, se lo veía en bici de carrera, de rueda fina, las tradicionales, nunca una mountain bike. Su andar era sereno, elegante.

Volvió a Europa en varias oportunidades. Recorrió Francia de punta a punta, en moto con sidecar, durmiendo en una carpa confeccionada con tela de paracaídas. Conocía el país a la perfección y seguía cada edición del Tour como quien revisita un viejo álbum familiar.

Falleció en 2021, a los 80 años. Su historia –como tantas que rescata Goyo, el Memorioso– podría haber quedado dispersa en retazos si no fuera por esta crónica, que recompone con afecto y admiración la vida de un hombre que dejó una marca indeleble en quienes lo conocieron. Su papá, también motociclista, le había dejado el amor por las dos ruedas y el espíritu de lucha del exiliado. En él confluyeron dos mundos: el de la memoria europea herida por la guerra, y el de la Argentina de oportunidades, a la que se entregó por completo.

Bernardo Mata, el francés de Villegas, el que hablaba poco y hacía mucho, hoy pedalea nuevamente en la memoria colectiva.