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sábado, diciembre 14, 2024
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Los Gálvez, Fangio y un piloto que durmió la siesta en Villegas / Por José Luis Chavarri

A fines de 1941 y Villegas era otro, muy distinto al de hoy. Mucho menos habitantes, inmensa mayoría de calles de tierra. Centenares de españoles e italianos como vecinos, que eran mayoría. Y un puñado de aborígenes puros, o casi, que se había salvado de la campaña de Roca.

Un día de tantos empezó a correr la noticia, por entonces boca a boca, que andaba una camioneta tipo rural del Automóvil Club Argentino (ACA) pintando los poste de azul y blanco: significaba que por allí iba a pasar una carrera. Se estaba preparando la 17º competencia de la historia del Turismo Carretera.

Una mañana, a vuelta de correo, en su carácter de socios Luis Renati y José María Chavarri, mi padre, recibieron una nota del ACA para que ejerzan el control de la prueba a su paso por Villegas.

El control tuvo lugar frente a la vieja cancha de Sportivo, en lo que es hoy la calle Cacique Pincén. Por entonces la ruta 188 no existía y desde Buenos Aires, y por ende de Lincoln y Ameghino, se venía por ahí, siempre pegado a la vía.

Pero el grueso del público se amontonó en una tranquera frente al badén de la panadería de Gobelli (hoy Arquicolor). Yo tenía 8 años y no me perdía una. Y ahí estaba, a dos cuadras de mi casa ese 21 de enero de 1942 cuando pasó por Villegas la primera etapa, que se se largó a las 6 desde el Regimiento de Mercedes. Era sábado y la Cámara de Comercio había invitado a cerrar sus puertas para ver la carrera. Y le hicieron caso. Estaba todo cerrado menos la Ford, la Chevrolet y lo de Alfredo Crespo, que vendía Plymouth, los antecesores de Volkswagen. También la herrería de Alegrí, por si hacían faltan sus servicios.

A las 11 pasó el primer auto, pero desde las 8 había gente en el lugar. La calle, por supuesto, era de tierra. En el badén, que existe desde siempre y aún perdura, corría un hilito de agua. Ahí, delante de lo que es hoy el Museo Regional vimos llegar al primero, un tal Tadeo Tadía, en un Chevrolet modelo 39. Por entonces en Villegas había un solo modelo igual, de Arsenio Ochoteco.

Y ese día fuimos testigos del paso de quienes serían para mucho los más grandes pilotos que dio Argentina, aún  hoy recordados.

Pasaron unos minutos y llegó Oscar Alfredo Gálvez, el Aguilucho, preguntando por la tormenta que se acercaba, con su Ford 1940.

Tercero arribó un piloto llamado Juan Manuel con una Coupé Chevrolet 1939. Fangio era su apellido. ¿Les suena?

Pero lo más curioso pasó después, cuando mi padre contó que al acompañante de Oscar Gálvez le decían Cito y era muy parecido a él. Con el tiempo nos dimos cuenta -la información no abundaba- que era su hermano Juan, también un célebre piloto.

Al paso por Villegas por tiempo neto el puntero el puntero era Manuel Blas Novoa. Oscar, antes de llegar a Larroudé, superó a Taddia y ganó la etapa, que culminó en General Pico.

El gran premio -de Mercedes a Río Gallego y de ahí a Bahía Blanca- fue ganado por Esteban Fernandino padre. Sí, el padre del Chango Fernandino.

Imprevistamente para todos, salvo para Oscar Gálvez que la vio venir antes, cuando habían pasado unos 10 coches, se desató un chaparrón que nos obligó a todos a irnos. El último de los coches que vio la gente lo hacía con el seudónimo de Casualidad, conducido por Ricardo Harriague Castex.

Lo cierto es que de las 11 a las 15 horas cayeron 63 milímetros y para el lado de La Pampa se cree que aún más. Surcando el barro, la carrera siguió su curso hacia los arenosos caminos pampeanos.

Pero había más. Cuando el pueblo comenzaba a retomar su rutina sucede lo imprevisto para los aficionados que regresaban a sus casas.

Sobre calle Belgrano, de doble mano por entonces, aparece una coupé Ford 39 de color negro. El piloto baja y pregunta por la agencia Ford, que estaba donde hoy está el edificio Emerson.

¿Qué le había pasado? «Se me han mojado los frenos», contó el hombre las causas de su abandono. Era un doctor en medicina llamado Pablo Mesple, que de inmediato despertó la admiración de sus colegas, que organizaron con celeridad un asado en la Ford para agasajarlo.

Allí estuvieron Aspiazú, Penín, Soraiz, Cetrángolo, Mantero, Hortas (p), el bacteriólogo (hoy se los llama bioquímicos) Sáenz Poggi (vivía en la casa donde lo hace hoy familia Caviglia) y personas relacionadas con la medicina. También la gente de las agencias de autos del pueblo.

El asado, bien rociado con vino Arizu y enfriado -en un enero que se hizo sentir- con barras de hielo de la usina, también tuvo su correlato. ¿Qué pasó? Que el visitante, como los locales, hizo uso y abuso de las copas servidas y entre relatos y anécdotas colapsó. Su pares lo llevaron a dormir la siesta al sanatorio Villegas, donde hoy tiene su sede la Sociedad Rural, en calle Alberti. La siesta, reparadora por naturaleza, lo puso en camino hacia Buenos Aires. Los frenos ya habían sido arreglados. No sé si algún día regresó a Villegas, pero recuerdo ese día como si fuera hoy. Por él, por los Gálvez, por Fangio, al que nadie imaginó entonces que iba a reinar a nivel mundial.

José Luis Chavarri