El título me lo sugirió una mamá, Patricia, que representa a tantos padres, madres y adultos que ayudan a sus chicos en las tareas escolares durante la cuarentena. El título también se asocia con un artículo que escribí en 2008 para este mismo diario, “Aprendamos enredados o no“, (y que Patricia recordaba) haciendo referencia al cambio de paradigma en el que iba a incursionar el docente (por opción en ese momento), con el advenimiento de las tecnologías en el aula. Con la pandemia, que nos obliga al aislamiento social y un cambio en el sistema formal tradicional, de la manera de enseñar y aprender, la adopción de nuevas estrategias apoyadas en la tecnología no es una opción.
Esta situación tan novedosa e imprevista nos ha descolocado como sociedad, y la iremos atravesando por distintas etapas. Seguramente cada uno la vivimos en forma diferente, pero de algo estamos seguros, que debemos atravesarla de la mejor manera, buscando los incentivos y motivaciones que ni conocíamos. Es un desafío para cada uno de nosotros, adaptarnos en cada ámbito, familiar, laboral y también para la escuela y a todos los que la conformamos.
En esta primera etapa de confinamiento, relacionada con lo escolar, la situación no ha hecho más que develar muchas cuestiones, algunas cubiertas, otras omitidas, otras postergadas. Como padres, familia, nos encontramos en la tarea diaria de estar con nuestros hijos, en los juegos, en los deberes, en los diálogos. Como docentes, nos hallamos en la complicada tarea de desaprender una rutina de enseñar, de controlar y explicar. Y como alumnos, se descubren que sólo conocían un aspecto de la tecnología, que no alcanza para responder a las tareas escolares. Y en esa conjunción (p.q.r según la lógica proposicional), el resultado es un estado de tensión permanente, una red enmarañada, difícil de salir…
Todos los actores del sistema (incluidos los funcionarios) aceptamos el desafío de continuar con el desarrollo del ciclo educativo. Sin embargo, no podemos negar que estamos frente a un ejemplo de la “fantasmática de la educación”, esa circulación de lo imaginario producto de los vínculos interhumanos, “un conjunto de fantasmas articulados entre sí –vinculados mediante una temática o una estructura común… (Kaës, 1973) (…) …una escena en la que varios personajes ocupan distintas posiciones y de la cual se van desarrollando sus relaciones y conflictos. (…) La circulación fantasmática estimula, influye o impide que se desvíen las realizaciones técnicas reales: reúne u opone a los individuos incidiendo más en su forma de ser y de sentir que en las formas de actuar (Anzieu. 1986)”[1] . Así se produce la creencia de que se enseña y se aprende en medio de las resistencias, y se desarrolla el juego de “como si”, que consiste en hacer “como si se aprende” y “como si enseña”, y en el plano de lo real, no hay enseñanza y no hay aprendizaje.
Prevalece así una malla de emociones encontradas y opuestas. Lo más difícil es “tener” que cambiar, sin elegirlo. Y nos quedamos “enredados” en esta idea. Ninguno de los tres actores elegimos este destino, nos lo imponen. Y en una sociedad hedonista, acostumbrada al conformismo y el placer, “resetearnos” es lo más difícil. Quizá para los tres, ésta sea una oportunidad para reconocer qué nos corresponde y en qué nos debemos hacer cargo. Los chicos, de comprometerse, concentrarse en la tarea, disponerse con cuerpo y mente a aprender, a leer pacientemente, investigar, responder. Sin prisa. A los docentes, de aprender a usar la tecnología, a modificar sus formas de enseñar, a utilizar videos para explicar, para guiar el aprendizaje, a disponerse para las dudas, a ofrecer tutorías y foros de consultas. Que no es ceder su tarea de enseñar contenido específico, sino recrearla y proponerla verdaderamente a través de otros dispositivos. A los padres, de acompañar, de motivar, de orientar, preguntar, de contener, de abrazar.
Aprendamos desenredados, sin “enroscarnos” en las críticas proyectadas hacia los otros, aprendamos tomando esto como una oportunidad para conocernos, sincerarnos en nuestras posibilidades y limitaciones y crecer. Aprendamos desenredados de nuestras propias sombras, de las imposibilidades y quejas. Desaprendamos lo que ha sido cómodo hasta acá, pero que ya es inútil o desfavorecedor, para para dar lugar a pensar algo nuevo. Aprendamos libres, desatados. Tenemos tiempo, que otras veces, no hemos tenido.
[1] En Souto de Asch, Marta (2007) “Hacia una didáctica de lo grupal”, Ed. Miño y Davila, pag. 286) . 2° edición