Conocíamos los Milennials que nacieron entre la década del 80 hasta el 2000, conocida también como la generación Z, (como posterior a la generación Y, que a su vez era la opuesta a la generación X). Son nativos digitales, irreverentes, descontracturados, inconformistas, creativos, competentes usuarios del manejo de las redes sociales. Su capacidad digital nativa les posibilita trabajar de manera intuitiva y práctica, basándose en el multitasking. Les gusta disfrutar el presente y compartir en las redes sus experiencias, proyectos, ideas. De ellos ha salido el grupo NI, ni estudia ni trabaja, viaja, se mueven por deseos y metas a corto plazo. Poseen cierta incredulidad hacia la política y las instituciones. La mayoría se sienten comprometidos con proyectos asociados a la igualdad, a la participación, el cuidado del medio ambiente y defensa de derechos. Algunos teóricos agregan la generación de los Centennials, para incluir a aquellos jóvenes nacidos después del apogeo digital de 1990. Aunque comparten las características de los Milennials (por lo que podemos considerarlos dentro del mismo grupo), superan el siglo XXI y aparecen en ellos más notablemente las características de la necesidad de inmediatez de la tarea, esquemas laborales flexibles, prioridad a lo personal, altamente pragmáticos y creativos, emprendedores en lo digital.
Pero un grupo de esta generación de Centennials fue fuertemente afectada por el aislamiento del COVID 19 y sus consecuencias. Son lo nacidos entre 2001 y 2003, a los que llamaré Generación Pandemials. Este grupo etario pertenece a los jóvenes del último año de la secundaria del país y a los que cursan o cursaban su primer año de Facultad. Son los que alcanzaron a conocer la experiencia de ingreso o primer semana de asistencia de ambos niveles, iniciando proyectos irrepetibles: su último año de secundaria y su primer año de facultad. Y es el grupo al que imprevistamente su proyecto de este año lleno de expectativas, se desmoronó y el saldo es un grupo de jóvenes sumidos en una angustia vivida como una experiencia nueva y trágica para ellos. El aislamiento los ha privado de muchas situaciones que esperaban vivir. Los ingresantes a la Universidad debieron conformarse con una educación a distancia no planificada, con postergaciones, suspensiones de clases, y hasta simulaciones de clases prácticas ireemplazables. Los del interior debieron volver a sus hogares con la incertidumbre del cuando volverán. Para los estudiantes del último año de escuela secundaria la situación que están viviendo es aún más angustiante, ya que todo lo que esperaban que sucedería, no sucede y ya no será: se suspendieron las fiestas, las despedidas, las vivencias del curso “de los más grandes”, la presentación el distintivo, el viaje de egresados, las salidas educativas, los deportes, el recreo, los viajes de estudios, los proyectos interinstitucionales, las últimas vivencias como grupo. Las experiencias escolares se redujeron a algunas clases vía zoom, que hasta han “hartado” a estos nativos digitales. Comprendieron y extrañan la socialización con sus pares. Esto no es el último año que eligieron vivir.
Para ambos grupos, se suma, a los duelos de la adolescencia (Aberastury: 1987), el duelo por los proyectos perdidos. El confinamiento y aislamiento de la pandemia como medida de prevención de contagio ha atravesado a este grupo de jóvenes de manera determinante, con consecuencias emocionales más fuertes que en otros grupos. La incertidumbre vivida como experiencia sumada a las inseguridades de los adultos, la incerteza de tratamiento o cura del virus, la amenaza de la crisis económica que agranda una situación inestable, genera en los chicos esta angustia profunda por la pérdida del sentido. Y esta pérdida de sentido existencial repercute en la estabilidad tanto cognitiva como afectiva y emotiva de estos chicos, los Pandemials. ¿Cuándo volverán a reunirse, cuando volverán a manifestarse, cuando reiniciarán sus actividades cotidianas, deportes, fiesta, escuela/universidad? ¿podrán el próximo año iniciar una nueva etapa, en qué condiciones, con que experiencias? ¿qué se están perdiendo? ¿podrán viajar? ¿pueden pensar en una meta o proyecto?. Estas preguntas sin respuestas generan en ellos una fuerte crisis emocional y es por ello que el rol de los adultos y de la escuela es fundamental para la contención de estos grupos. Ayudemos a pensar, a canalizar esa energía joven en actividades nuevas y creativas, ayudemos a sostenerse. Como podamos, los adultos y la escuela, también en crisis.
* Mg. Adriana Larramendi : Prof. y Lic. en Ciencias de la Educación (UBA)- Mg. En Tecnologías y Educación (España)- Doctoranda en Educación (UNTREF). Ex docente y Directora de N. secundario (30 años) Docente Universitaria. Consultora educativa y Orientadora vocacional.