La Capilla de la Medalla Milagrosa es otra. Las paredes del salón de catequesis y de la cocina estaban descascaradas y con humedad. Por eso, un grupo de gente se puso a trabajar durante la cuarentena para mejorar las instalaciones.
Alfredo Fernández fue uno de los que participó activamente de las obras que transformaron la Capilla.
«La cuarentena nos hizo hacer cosas que no teníamos pensado hacer. Todo empezó el 25 de mayo cuando quisimos hacer un gran chocolate con Cáritas. Teníamos 300 litros de leche, 1500 vasitos y no nos dejaron hacerlo. Fui a devolver una olla prestada a la Capilla y vimos cómo estaba el salón de catequesis y la cocina. Me dije: ‘Tenemos que hacer algo’. Y así empezamos, con tres paredes del salón que eran las que peor estaban. Pedimos colaboración y cuando quisimos acordar pudimos hacer todo el salón de catequesis más toda la cocina. Agradecemos a los que nos ayudaron con sus donaciones y trabajos en forma personal», expresó Fernández en diálogo con Actualidad.
Las paredes fueron revestidas con durlock y pintadas. Mucha gente colaboró con horas de trabajo y otros donaron cosas, como por ejemplo una mesa para reemplazar los viejos tablones.
«La Capilla cumple, además, un rol social. Van niños del barrio a reforzar los estudios y los sábados van los adultos que quieren terminar la escuela», añadió Fernández.
Este noviembre la Capilla cumple 35 años. Aunque por la cuarentena mantiene sus puertas cerradas, el 27 de noviembre se abrirá para mostrar las obras realizadas y para exhibir la imagen de la Virgen Peregrina que fue colocada en un esquinero.
«Con ganas, todo se logra», concluyó Fernández.
ASÍ ESTABA LA CAPILLA
Y ASÍ QUEDÓ