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martes, diciembre 3, 2024
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Nosotros y la inflación, ese impuesto invisible que nos empobrece / Por Omar Emín (*)

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«La propia inflación no es en el fondo mas que una forma singular de tributación.» «Quizá la peor, ya que de ordinario exige mas de quienes cuentan con menores posibilidades económicas» (Henry Hazlitt).

«Intentar bajar la inflación controlando los precios de algunos artículos, es como fornicar para obtener la virginidad» (escuchado por ahí)

«La inflación es un impuesto sin legislación» (Milton Friedman)

«Con un proceso continuo de inflación, los gobiernos pueden confiscar, secreta e inadvertidamente, una parte importante de la riqueza de sus conciudadanos» (John Maynard Keynes)

Por estos días ha recrudecido la inflación como amenaza y han aumentado la preocupación y la incertidumbre en los agentes económicos (clientes, proveedores y consumidores), creando expectativas negativas con respecto al futuro. Esto ocurre en nuestro país desde hace mucho tiempo, fundamentalmente porque no se abordan las soluciones económicas de este fenómeno y las que se implementan, son de orden político.

La inflación se define como el desfasaje entre los medios de pago existentes (dinero circulante) y los bienes producidos dentro de un sistema económico (país). Si reformulamos la definición, en un país la cantidad de dinero circulante debería alcanzar para comprar todos los bienes disponibles en el mismo, si esa situación «de equilibrio» (y de laboratorio) se da; la inflación sería cero, ya que todos los bienes tendrían un precio certero y el dinero, considerado como un bien mas, «compraría» por el valor indicado en el signo monetario (billete o moneda). Obviamente, hemos partido de una situación teórica para explicar este fenómeno; pero lo cierto es que si aumenta la cantidad de bienes con relación a la cantidad de dinero circulante, este último será mas escaso y servirá para adquirir mas bienes que por su abundancia costarán menos; en este caso, estaríamos frente al fenómeno llamado deflación. Si por el contrario, aumenta la cantidad de dinero circulante (por emisión para sufragar gastos excesivos del Estado) o disminuye la producción de bienes (por falta o escasez de materia prima, por conflictos sindicales), o las dos cosas al mismo tiempo, estamos frente al fenómeno económico llamado inflación. La consecuencia mas importante del mismo, lo constituye la pérdida de poder adquisitivo de la moneda, es decir, el poder de compra de la misma va siendo erosionado con el transcurso del tiempo, por el exceso de dinero circulante respecto de los bienes existentes en un determinado momento, en un país.

Desde el aspecto matemático, la inflación es una función geométrica, por lo tanto, para medir la misma en un período determinado, deberemos proceder aplicando potenciación, no adición; por ejemplo si en un año la inflación es del 4% mensual, a fin de ese año la inflación será el 60,10%; esto es, {[(1,04)12 – 1] *100} y no del 48% como resultaría de sumar ese 4%, doce veces.

Cuando el índice de inflación es publicado mucha gente dice «Jah ! Las chapas aumentaron un 30% y me dicen que la inflación fue solo un 4% ??!!»»No entiendo nada, pero seguro que esta mal!!«.  La verdad es quien dice eso, no entiende nada porque el precio de las chapas (y su aumento o disminución), es promediado con la variación de otros precios de la economía, que pueden haber disminuido o aumentado y como resultado de ello se obtiene un valor promedio de aumento (inflación) o disminución (deflación) de precios. Esta información sale publicada en la página del I.N.D.E.C.

Hasta aquí hemos analizado el fenómeno de la inflación desde la perspectiva de la economía, el inconveniente radica en que este problema, en principio económico, se relaciona en países como el nuestro, con la política formando un coctel por demás explosivo; baste saber entonces, que el bagaje de medidas cortoplacistas como prohibir la importación de bienes que no hay mas remedio que importarlos, porque en nuestro país no se fabrican o sufragar algunos gastos del Estado (sueldos, subsidios) con emisión de moneda sin respaldo convirtiéndola en papel pintado y después culpar del desmadre a los empresarios, a los supermercados, al campo, como si todos ellos fueran «formadores de precios», cuando en realidad lo que hacen es ajustar sus estructuras de costos a la nueva realidad; no conducen a solucionar la cuestión.

Existen también situaciones de incertidumbre acerca del futuro, creando una inflación «de expectativas», en el idioma de la calle, se aumentan los precios «por si acaso» y cuando se produce el desfasaje esperado (aumento del combustible, del dólar, de los servicios, de los impuestos), se vuelven a producir los aumentos, este mecanismo conduce a un fenómeno llamado «distorsión de precios». Los valores de los bienes guardan una relación entre sí (las naranjas casi nunca son mas caras que el cemento), cosa que se evapora, cuando se aplican porcentajes de aumentos sobre los precios en forma arbitraria, en base a las expectativas de un sector por una situación económica futura, eventualmente desfavorable. Si un pintor nos cobra por el dinero que le hace falta y no por lo que costaría pintar una pared, estamos ante la presencia de una distorsión de precios; si bien la falta de dinero del pintor puede no estar generada por la inflación; la distorsión generada en el sistema de precios produce un efecto similar.

Una costumbre muy arraigada es aumentar los precios siguiendo la evolución de la cotización del dólar, aunque la evolución de esa moneda, si bien dotada de mayor estabilidad que la nuestra, no tiene ninguna relación en muchos casos con lo que se produce o vende; es entonces que esos empresarios están cargando al precio final de los bienes que comercializan o servicios que producen, sus expectativas de ahorrar en moneda estable.

Existen «disparadores» de la inflación entre los que podemos diferenciar: la expansión del crédito (aumenta la masa de dinero), los aumentos de los combustibles que afectan las estructuras de costos de gran cantidad de bienes y servicios que luego son trasladados a los precios, de la misma manera que los aumentos salariales.

Por culpa de la inflación le hemos sacado trece ceros a la moneda nacional entre 1970 y 1991, básicamente porque resulta imposible efectuar transacciones de significación al no alcanzar los dígitos de las computadoras que procesan información.

Desde la óptica fiscal, el Estado recauda impuestos sobre cifras históricas o semi históricas de las explotaciones y negocios, confiscando verdaderas porciones de capital de los mismos.

A través del tiempo y para combatir la inflación y sus efectos nocivos, se implementaron varias soluciones que por tener su origen en la política y no en la economía, nunca llegaron a tener efecto real. No se puede reparar un auto con el libro de recetas de Doña Petrona. Los países serios y aquellos que habiendo tenido problemas con la inflación los han superado, han implementado medidas muy diferentes a las nuestras, o sea solucionaron el problema desde la economía, casi sin participación de las soluciones «mágicas» originadas en la política; para comprobarlo basta con analizar las tasas de inflación de esos países cuyas anuales son iguales a las nuestras mensuales.

La desvalorización de la moneda ataca a los salarios y a las jubilaciones, disminuyendo su poder de compra, afecta los balances de las empresas en cuanto a la interpretación de los resultados de los negocios, perjudica a los inversores en cuanto a las opciones de colocación de fondos; sumado a las soluciones implementadas por los gobiernos si estas son de carácter parcial y con sesgo político, mas que económicas y de carácter integral.

Todos los gobiernos anteriores hayan sido civiles, militares, democráticos o no democráticos, tuvieron una dosis mayor o menor de populismo, razón por la cual el problema de la inflación no ha sido solucionado década tras década y así seguirá si no se adoptan medidas desde la economía, pensando que «esas cosas no son aplicables en nuestro país».

La sensación de que somos únicos y que no podemos utilizar recetas que se han aplicado con éxito en otros países, es una falacia inventada y sostenida por los populistas que tienen el monopolio de «lo políticamente correcto»; esta idea también es comprada por cierta parte de la población como forma de «resistencia al cambio». Jorge Luis Borges (quien por lo menos debió recibir el Nobel a la ironía) lo describió como «una mortal y cómoda negligencia de lo inargentino del mundo» como consecuencia de «una fastuosa valoración del lugar ocupado entre las naciones por nuestra patria». Quien no ha escuchado la frase «somos diferentes» (dicha con orgullo) y sí claro que «somos diferentes», somos pobres cuando los demás están en el primer mundo o luchando por llegar a él, vamos al revés de las cosas, creyendo que somos innovadores, transitando caminos que otros descartaron hace centurias o repitiendo recetas que ya no resultaron; sí, sin duda «somos diferentes».

Las innovaciones, el desarrollo de la tecnología y el progreso en general, que cambian significativamente la vida de la gente, viajan a una mayor velocidad que nuestra salida de la pobreza y el subdesarrollo. Así estamos.

(*) Omar Emín es Licenciado en Administración y Contador Público. Colabora en medios de comunicación en temas fiscales, laborales y económicos en general. Socio fundador de Echenique, Emín, Albín & Asociados, firma dedicada a trabajos profesionales de carácter administrativo, laboral, contable e impositivo. Se desempeñó en el ámbito educativo universitario, terciario y secundario, con algunas experiencias en educación a distancia en el nivel universitario.

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