Sufrió la muerte de su hermana, por el virus. Se contagió y estuvo dos meses en terapia, intubado. Superó dos paros cardíacos. Tras el alta, no podía caminar ni mover las manos. Médicos, familia y el deseo de ver crecer a su nieto lo rescataron.
La pasó muy mal Horacio Del Valle. De ahora en más «el Panza» -ya nadie lo llama por su nombre- sintió un aplastante cansancio la última semana de enero. Le pesaban las piernas y dormía más de lo habitual. También había perdido el apetito. Algo no estaba bien.
El martes 26 de enero, ni bien lo examinó, su médico de cabecera le indicó hacerse un PCR. 45 minutos después, en un laboratorio privado, supo que era positivo de Covid: «Ahí comenzó mi calvario», recuerda.
Después de estar «dos o tres días más o menos bien, ya el sábado tenía problemas para respirar. Ahí me internaron. Al principio en terapia común y luego en una sala de terapia intermedia, donde hay un aparato nuevo que compró la Cooperadora, una escafandra que suministra oxígeno y me permitía saturar mejor. La saturación normal debe estar entre 92 y 99, y yo llegué a saturar 84 u 85. No saben ni imaginan lo feo que es no poder respirar. Ahí estuve un par de días donde, por las caras de los médicos, me daba cuenta que la cosa no mejoraba», nos cuenta desde la intimidad de su hogar, donde recibió a Actualidad.
Enseguida, la larga noche. «Se me hizo una nebulosa. Me deben haber dormido para llevarme a terapia, donde estuve 54 días, en su gran mayoría intubado. A los 15 días me retiraron la intubación y estuve una o dos horas, creo, consciente. Ahí me propuse luchar contra este virus, antes de que me vuelvan a intubar», reconoce.
Ese clic en la pausa de la terapia, ese deseo de rebelarse contra la adversidad, contra esa sentencia no escrita, tiene nombre: Bautista, su nieto. «Hace tres años que soy abuelo. Y me propuse luchar por ese nieto y por la familia que tengo. Todo el que sufra este maldito virus tiene que tener un objetivo o algo por qué luchar porque sirve de mucho, tanto como la ayuda de Dios y los médicos.»
La pesadilla se prolongó otros 39 días, pero el Covid y sus secuelas físicas y espirituales seguían ahí: «Cuando me sacaron el tubo me encontré solo. Dormía y cuando despertaba pensaba que era la noche y en realidad eran las dos o tres de la tarde. Fue muy feo», recrea esos días que le borraron la sonrisa.
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«No quiero dar consejos, solo decirle a la gente que se cuide con esas tres medidas archiconocidas. Usar barbijo, lavarse las manos y mantener distancia de dos metros. Pero sobre todo pedirle a los jóvenes que eviten las reuniones de más de 10 personas, porque es un virus muy agresivo. A mucha gente le ataca de manera leve o moderada, pero a mi hermana, a mí y a mucha gente que la está peleando en toda la Argentina, le ataca de manera muy fuerte. Y es muy bajo el porcentaje de gente que puede salir con vida de terapia intensiva. Debemos cuidarnos y aislarnos todo lo posible, hasta que seamos vacunados. La vacuna tampoco será la solución definitiva, pero está comprobado que con ella el virus tiene consecuencias menos graves», abre su corazón «Panza», recordando con un nudo en la garganta a su hermana Adriana, una reconocida médica villeguense, fallecida tras contraer Covid.
No es el mismo «Panza» del mostrador de Arquicolor, la pinturería de su amigo Gobelli; ni de la mesa de café de la sede de Atlético, pero comienza a parecerse a aquel de la carcajada pronta y contagiosa, aunque también duela usar este calificativo.
Tenía tantas ganas de hablar como temor de hacerlo. Miedo a que las emociones lo quebraran. Que los recuerdos le hicieran mal. «Perdí unos 15 kilos en la internación. Yo creía que me daban el alta, venía a mi casa y de acá me iba al club. Pero al salir me di cuenta que no caminaba ni podía mover las manos. Eso es terrible para cualquier ser humano… Saber que no te vas a poder valer por tus propios medios. Hoy, gracias al kinesiólogo Luis María Galli, ya camino y me baño solo. Parecen cosas insignificantes pero no lo son. Como cuando estuve internado… al enfermo de Covid no se le puede dar agua. Estaba desesperado. Me daban de beber con una jeringa. O me ponían gasas húmedas en la boca. Ahora, tener un poco de agua y mi familia al lado tienen otro valor…»
En los últimos días pudo salir de su casa. Lo que ayer era normal hoy lo vive como excepción. «Por suerte ya tengo un poco más de fuerza en las piernas. Después de casi 120 días salí a dar una vuelta en auto. Me llevó mi concuñado, Mario Bitti. Ahí me di cuenta que podía manejar y al otro día salí solo. Fui a buscar a mi nieto y lo llevé a jugar con sus primos. Fue una sensación hermosa. Nunca creí que volvería a manejar».
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En este volver a vivir, «Panza» admite no valorar algunas cosas como antes. Cosas sencillas, a veces imperceptibles. «Tener movilidad, poder tomar agua… esto me ha hecho cambiar el eje y ver el verdadero sentido de la vida. El afecto de la familia, el contacto con los amigos. Quiero agradecer las cadenas de oración, el apoyo, el aliento, los mensajes que ha enviado gente que ni siquiera conozco…».
A nada de quebrarse, el recurso a mano es sacarlo hacia el fútbol, otra de sus pasiones. Y se engancha: «Te cuento una anécdota. El papá de mi nieto es de Eclipse y de River; y yo de Atlético y de Boca. Negocié lo de River, pero lo de Atlético no. El nene es de la Academia», cuenta su travesura.
Recluido en casa, con todo el tiempo del mundo y la radio y la TV como parte de sus pocos vínculos con el exterior, por semanas vio todo lo que había para ver en materia de deportes. Confiesa, sin medias tintas, que el presente de Boca atrasó su recuperación. «Después de tantos días sin fútbol creí que Boca me iba a llenar el alma. ¡Pero cuando veo a Cardona patear su penal contra River casi rompo el televisor! Veo mucho fútbol internacional y gracias a Dios todos los días recibo a mi nieto en mi casa.»
Quería hablar el «Panza». Contar sus dolores, su recuperación, su esperanza. Y alertar a los incrédulos que aún hoy subestiman la pandemia. «Ahora, después que pasó todo, me doy cuenta que vivo de milagro. Yo soy muy creyente. Quiero resaltar la gran capacidad humana que tenemos en el Hospital de General Villegas. Si hoy estoy con vida es gracias a todos los médicos y al personal de salud, que me trataron con un gran cariño.» Y a Bautista, claro.
La charla sobre el Covid y sus secuelas, mechada con vivencias futboleras para no echar vinagre en las heridas, decantó en la tan mentada anécdota de los ’70, cuando en un Atlético – Eclipse se peleó con Oscar «La Loba» Delgado. Su padre, por entonces presidente académico, entró a la cancha y lo sacó, de manera poco sutil. «La Loba era muy fuerte, muy aguerrido y le estaba dando duro al 9 nuestro, el Tono Ferrero. Yo era joven y pensé que me podía comer el mundo e intervine. En eso entró mi viejo y me sacó a patadas desde el medio de la cancha hasta los vestuarios», achina los ojos, recuperando la sonrisa de oreja a oreja que siempre lo caracterizó.
Como aquella vez, alguien lo rescató. Su padre, del bochorno familiar en un clásico de pueblo. Hoy, los trabajadores de la salud, la familia y el nieto con el que se profesan idolatría mutua. Hay vida después del Covid.