…Cuando el mito y el color se unen y se confunden en la historia…
…Los seres humanos estamos hechos de historias… (E. Galeano)
Hacía tiempo ya que merodeaba en mi mente, “curiosa de historias”, una idea. Pero, como las cosas no siempre son casuales y así, muchas veces, nos detenemos a escuchar o a ver con otros intereses, movidos por las ideas que pueblan nuestra mente. Fue que, sorprendida, me vi observando la estatua de Carlos De La Mota en la Plaza Principal de General Villegas, ésa a la que mal la llamamos “la estatua de Villegas”, aun sabiendo que no representa al General Conrado Excelso Villegas, sino al soldado de la “conquista del desierto”, con el emblemático toro a sus pies, por el mote “de toro” que recibía el general en cuestión.
Más tarde escucho una excelente conversación, por radio, entre la periodista Celina Fábregues y el Director del Museo Prof. Miguel Alegrí, en la que ponían énfasis en la necesidad de hacer “un rescate de los hechos y testimonios del pasado” para que la cultura y tradición de los pueblos no se pierdan, siendo los niños y los jóvenes quienes deberían ser los receptores de ese legado y asegurar, así, su perpetuidad en el tiempo.
Y bueno, sin más pensé … ¿Sabemos todos por qué se escucha, cada tanto, decir “los blancos de Villegas”… ¡Qué mejor, entonces, tomar esa frase, indagar en la historia y rescatarla para contarla desde este espacio! Quizá, algún lector, podrá compartirla y así multiplicar estos aspectos detrás de la polémica “conquista del desierto”.
Hay un decir que expresa: “La patria se hizo a caballo”. Pero ¿Se tenía alguna preferencia por un color de pelaje? Según Andrés Ramón Jacquelin (La Nación, 2 de enero 2021)…»Los caballos de pelaje blanco era, durante las guerras de la independencia, un color que daba orden jerárquico, pero no para la pelea, por ser muy visibles durante las batallas»… “San Martín nunca tuvo un caballo blanco, el que murió en la batalla de San Lorenzo era bayo claro o zaino según otros testimonios. Belgrano tenía un caballo blanco en la batalla de Salta. En la campaña del Alto Perú, habiendo sido regalado al sargento Gómez, fue que gracias a ese llamativo pelaje pudo ser capturado y muerto por los españoles. Urquiza tenía un bayo de pelea en la batalla de Caseros. Rosas tuvo un blanco en su estancia. Facundo Quiroga montó un blanco en la batalla de Chacón”.
El Coronel Conrado Villegas, fue, en cambio, atípico en su época: formó su Regimiento 3º, con asiento en Trenque Lauquen. Según relata Daniel Balmaceda: «Trenque Lauquen fue el escenario de la historia más curiosa que protagonizó el Regimiento de Caballería Nro. 3. Para revivirla, es necesario analizar la estrategia de Conrado E. Villegas. El coronel sostenía que para vencer al bravo cacique Pincén, sus hombres debían estar muy bien montados. En Junín se concentraba la caballada del Ejército y Villegas viajó con un par de oficiales de confianza para seleccionar los de sus soldados. Entre los seis mil que eligió, separó seiscientos blancos, tordillos y bayos claros. No tardaron en convertirse en la elite mimada del coronel. Los más cuidados, los mejor alimentados y los más famosos de la pampa eran los blancos de Villegas. Esa tropilla a veces tenía mayores privilegios que los hombres que integraban el regimiento”.
Pero esa tropilla prodigiosa fue protagonista de un hecho muy funesto y lamentable, que deja en evidencia (a los ojos de la civilización actual) que la vida del gaucho y soldado fortinero no tenía respeto ni valor alguno.
En el libro “La Guerra al Malón” del Comandante Prado, capítulo XIII, se narra un hecho que deja muy en claro, que la importancia de la caballada blanca del Coronel Villegas, tenía un valor supremo sobre la de los soldados. Allí se narra las desventuras de tres soldados que, cansados de maltratos, hambruna, falta de “la paga” prometida, deciden desertar. Éste hecho era castigado duramente por el Ejército Nacional.
Retomando el relato. Una noche estos tres desdichados deciden fugarse, al advertir su ausencia, a la mañana siguiente, el Coronel Villegas ordena a una partida para salir a buscarlos. Logran su cometido y los atrapan. Allí mismo se inicia un juicio militar: Los tres sacarían papeles, al que le tocase un papel negro, ése sería fusilado y los demás pasados a prisión.
Al soldado que el destino le puso en sus manos el papel negro fue un tal Eustaquio Verón… En la noche previa, el coronel Villegas había dispuesto que se encerrara a los renombrados blancos porque quería que el regimiento formara con la caballada de elite en la ceremonia de ejecución de Eustaquio Verón. Por ese motivo, había destacado un piquete de ocho soldados. Pero el sueño venció a todos los integrantes de la guardia y a las cinco de la mañana, en cuanto alguno abrió un ojo, descubrió que el corral estaba vacío. ¡Habían desaparecido los seiscientos caballos blancos! Una pesquisa hecha a las apuradas les permitió deducir que los indios habían roto el alambrado en el fondo del corral, rellenado una pequeña zanja que lo circundaba para que pudieran salir por allí sin tropezarse y tomado, sin hacer ruido, a las yeguas madrinas para que arrastraran a todos los demás. Los pampas (*1) se habían robado los mejores caballos del Tigre Villegas en sus propias narices.
Con los ojos enrojecidos, inmensos, Villegas le clavó la mirada a su lugarteniente. La orden fue terminante: debía alistar una compañía de cincuenta hombres para salir en busca de los blancos. Cuando los cincuenta milicos pasaron delante del rancho de Villegas, el coronel se acercó al mayor Sosa y le advirtió con tono claro y amenazador: «No vuelvan sin los caballos». Fueron alejándose del territorio seguro, siguiendo la huella que dejaban las lanzas arrastradas por los pampas. Sosa y sus hombres cruzaron la zanja de Alsina, hicieron un alto, durmieron la siesta y después continuaron avanzando hasta el amanecer. A las diez de la mañana, es decir, veintiséis horas luego de haber partido, ya estaban extenuados. Entonces, el mayor Sosa tomó la decisión de inmolarse junto al sargento Carranza. Establecerían un campamento en una hondonada que se hallaba algunos kilómetros más adelante. Por la noche, Sosa y Carranza galoparían con dos caballos frescos hasta alcanzar a los pampas y canjearían sus vidas por todas las que pudieran arrancarle al enemigo.
La decisión de Sosa era irreversible y la suerte estaba echada. Sin embargo, al acercarse a la hondonada donde descansarían, no podían dar crédito a lo que veían: los blancos de Villegas pastaban junto a la caballada india; y a un costado, unos ochenta indios pampas, varias chinas y niños dormían despatarrados.
El ataque de los soldados del 3 de Caballería tomó por sorpresa a los guerreros de la tribu. En el instante en que comenzaron los tiros, los caballos blancos parecieron comprender que se trataba de su rescate y enfilaron por el camino de regreso. A la estampida se sumaron los potros de la indiada. Cincuenta y seis horas después de haber partido, los cincuenta hombres entraron encolumnados en el cuartel de Trenque Lauquen y marcharon delante del coronel Villegas. Montado, cada uno de los cincuenta, en un caballo blanco.
Nahuel Payun en persona, el capitanejo más valiente de Pincén, logró poner en vilo la bravura del Regimiento 3ª del “Toro “Villegas.
Según la fuente la fuente www.revisionistas.com.ar:»Cuentan que (describiendo al coronel Villegas) estaba tan pálido como sus caballos. Sin duda presentía que, a pesar de haber sido vengada la audacia de los indios, el episodio del robo de sus blancos correría por toda la pampa como una burla gritada, como el alarido del salvaje golpeándose la boca, como una basureada más, acaso una de las últimas que se permitía la indiada y como tal, todavía más sabrosa”.
Cuando paseemos por la Plaza Principal de General Villegas y observemos la estatua, en ese mármol blanco están las caras y las penas de los Carranza, los Soler, los Eustaquio Verón y de los tantos anónimos e ignorados soldados fortineros, cuya vida valía menos que la de “los blancos de Villegas”.
Aclaración:
Los pampas (*1): esa denominación recibían los pueblos nativos que poblaban la gran llanura. Según la RAE pampa: Del quechua pampa ‘llano, llanura’. Dicho de una persona: De un pueblo amerindio de probable origen tehuelche, que habitó la llanura del centro argentino. Así como “huinca” representaba a toda persona de raza blanca y, más específicamente, a los conquistadores españoles del siglo XVI, sobre todo, si es un enemigo. El estereotipo incluye los conceptos de usurpador, ladrón.
Fuentes:
- Nario, Hugo I. – Basureando al cristiano!
- Portal www.revisionistas.com.ar
- Prado, Manuel – La guerra al malón – EUDEBA, Buenos Aires (1960).
- Todo es Historia – Año II – Nº 14. junio 1968.
- Turone, Gabriel O. – El robo de los blancos de Villegas
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- El robo de los caballos blancos del coronel Conrado Villegas 11 de diciembre de 2021 Andrés Ramón Jacquelin para La Nación.
- Daniel Balmaceda para La Nación.
(*) Laura Mónica Saisán es villeguense, profesora de Enseñanza Primaria y Especialista en Investigaciones Educativas. Apasionada lectora de historia, tanto de nuestra región como de la construcción de la Argentina como nación libre e independiente, ha realizado capacitaciones y cursos para acrecentar sus conocimientos en el área.