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domingo, noviembre 3, 2024

La incomunicación en la era de la comunicación | por Celina Fabregues*

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Escribió Saramago que: “Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en el triunfo personal”.

Una de las obras más destacables de José Saramago fue Ensayo sobre la ceguera, un trabajo que invita a una profunda reflexión sobre el alma humana y todas las cosas que ante nuestros ojos se vuelven invisibles.

Esa invisibilidad está exacerbada a través de las redes sociales, donde la vida se vuelve una vidriera que debe ser mostrada todo el tiempo y que para aquellos que no las usan como método de trabajo, se torna una manifestación pública compulsiva de actos privados que deberían seguir siendo eso: privados.

Si a esto le sumamos el vacío legal, jurídico y regulatorio, es un combo fatal. La tecnología pasó por encima al paso de tortuga de las decisiones administrativas y legislativas de todo el mundo, sin dar tiempo a preparar un marco apropiado.

Todo lo que no se puede, se puede en redes. Y si bien, ahora existe un mínimo margen limitatorio en las publicaciones, los fakes, los perfiles falsos, la viralización como estrategia inmediata y la instantánea que viaja a velocidad de la luz, superan por mucho a las denuncias y los frenos que a veces, incluso, se tornan ridículos, cuando dan de baja una cuenta por mostrar la imagen de una mastectomía, por ser considerado contenido sexual.

Ahora bien, esas tres enfermedades a las que Saramago se refiere (incomunicación, tecnología y el triunfo personal como ombligo), tienen que ver mucho entre sí.

Para Juan Astorqui, un comunicador de la corporativa financiera Burson-Marsteller, «la revolución tecnológica en el mundo de las telecomunicaciones es el principio de una vida de incomunicación centrada en uno mismo, pero no siempre acompañada del éxito personal.»

¿Recordamos los más grandes qué era lo que ocurría en el mundo antes de la llegada de las computadoras, del teléfono celular, de la explosión de las redes sociales?

¿Los padres conocíamos menos y desconocíamos en qué andaban nuestros hijos porque no estábamos al tanto de sus movimientos a través de un teléfono celular?

Pero cuidado: es demasiado fácil echarle la culpa a la tecnología de todos los males de los nacidos o criados en la generación digital.

La verdadera razón es que estamos comunicados globalmente y al instante, pero todo el tiempo que utilizamos pegados a las pantallas ¿nos estamos comunicando con alguien más que no seamos nosotros mismos?

Estamos más comunicados y cada vez exigimos más eficiencia. Escribimos palabras a medias en los mensajes y con emoticones con los que intentamos dar una respuesta o hacer una pregunta, escuchamos audios a los que les damos más velocidad, para que terminen antes y hasta enviamos una foto, para no tener que contar dónde o qué estamos haciendo.

Incluso, los que ya nacieron con el celular en la mano ¿lo utilizan para hacer una llamada o ya se perdió también esa costumbre de llamarse para conversar?

Entonces es cierto, estamos más comunicados, pero no estamos más en contacto, porque todo se produce a distancia (aunque estemos sentados a la misma mesa) y nos perdemos la parte más importante de la comunicación: la cercanía.

Únicamente esa cercanía sin intermediarios nos permite ver con quién hablamos, ver cómo nos dice, con qué emoción. Escuchar, sentir.

Sólo si estamos cerca (aun estando lejos) somos capaces de notar las diferentes formas de mirar, de gesticular, de asombrarse, de sentir felicidad o tristeza.

Según los expertos, la palabra escrita sólo transmite el 7% del mensaje. El 93% restante, son el tono de voz y el lenguaje corporal. Todo eso que los lectores ponemos en imágenes imaginarias cuando leemos un libro.

Si como dice el bolero de Roberto Cantoral, “la distancia es el olvido”, la cercanía es la comunicación en toda su amplitud.

No siempre se puede recuperar la cercanía en la comunicación (y en eso celebro la existencia de la tecnología, que hizo, para muchos, la diferencia durante la pandemia), pero quizá la evitamos demasiado.

No son ciegos, “están ciegos”, reza una de las metáforas argumentativas más inquietantes de José Saramago en su obra. Pongamos el teléfono en modo avión un momento para conversar, que la noticia que deba llegar, lo hará de todas formas.

Encontrarnos, darnos un abrazo ahora que podemos. Compartir una copa de vino y una buena charla. Hablar distendidos y sin apuros. Darnos ese espacio. Incluso, para hablar con nosotros mismos.

*Celina Fabregues es periodista y entrenadora en Mindfulness. Conduce Cuidarte Más por FM Villegas, los sábados de 9,30 a 12 horas, programa que se repite a las 19 del mismo día.

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