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sábado, diciembre 14, 2024
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EL BARATO ARGENTINO | por Raquel Piña de Fabregues*

La historia comienza cuando después de la primera guerra mundial, junto con la ola de inmigrantes que escapan de la certeza de otra gran bribonada como la del 14 al 18, llega al puerto de Buenos Aires como polizón Germán Toyos, un chico de apenas trece años completamente solo.

No bien pisa tierra argentina se propone que su derrotero va a ser el trabajo sin pausa y cumple su objetivo: “Hacerse la América”, como se decía entonces a fuerza de esfuerzo, esfuerzo y más esfuerzo.

Entonces “el azar o las secretas leyes”, al decir de Borges, junta a este español aguerrido con un joven argentino de veinte años, Rodolfo Piña, que trabajaba en la Tienda Inglesa, típico comercio de esos años en las grandes ciudades, pintado de maravilla en la serie Velvet que en Buenos Aires se replicaba además en Gath y Chaves y Harrods, punto de compras y de reuniones sociales.

Rodolfo Piña se había convertido en un experto vendedor después de asistir a las famosas Academias Pitman, donde había aprendido entre otras cosas, a hablar en inglés, condición exigida por la empresa empleadora, además de que entendía y hablaba el francés por tradición familiar.

Es entonces cuando  deciden dejar la comodidad del empleo seguro para salir a la aventura del interior. Así llega mi padre a Villegas.

La nueva tienda se llama “El Barato Argentino” y nace como un comercio pequeño, que con los años se hace grande y alcanza a tener dos sucursales: una en Laboulaye, gerenciada por un nuevo socio, mi tío Carlos Piña y mucho más tarde otra en Carlos Tejedor gerenciada por un tío de Tondo, nuestro famoso peluquero.

El Barato Argentino fue un símbolo del crecimiento de nuestra ciudad, que fue casi inusitado, contrariamente a lo que suponen los actuales villeguenses y fue además el paño de lágrimas para gente en dificultades, a lo que la bondad y sensibilidad de mi padre cedía fácilmente. Esa posibilidad de ayudar a los demás lo hacía enormemente feliz. Por eso, pese a sus años de trabajo sin medida murió sin haberse enriquecido materialmente pero millonario de afectos.

El 21 de enero de 1961, a pocas horas del nacimiento del tercero de mis hijos, una mano siniestra le prendió fuego a la tienda de Belgrano 380, sin pensar que podría haber condenado a muerte a mi familia, que ocupaba la vivienda adyacente y dejaba en la calle a treinta y siete personas.

Entretejida con esta historia comercial se desarrolló la vida de nuestras dos familias: los Toyos y los Piña que fuimos mucho más que socios, mucho más que amigos. Fuimos hermanos.

De aquella época dice un historiador que se tenía “la obsesión del trabajo”. Lo sucedido en todas las décadas del siglo XX y parte del XXI deja bien claro que esa “obsesión” no era tal sino el único camino para vivir una vida que valiera la pena.

Hace un tiempo, El Barato Argentino ha revivido. Enzo Galli, contador  público que actualmente reside en México DC,  mi nieto y bisnieto de Rodolfo, uno de los artífices de aquella tienda monumental para el Villegas de hace más de setenta años, le ha puesto ese nombre a su franquicia de seguros en homenaje al bisabuelo que todos los días los llevaba al colegio y al que cariñosamente llamaba “el muchacho”.

 

*Raquel Piña de Fabregues cumplió 86 años el 7 de julio. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.