A lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, ha ido quedando para el recuerdo la expresión común “El mundo es ancho y ajeno», para ser reemplazada por una concepción de la Tierra como la casa de todos, el hogar común donde muchos viven más apretados que otros según datos demográficos.
Desde muy poco antes de la década del cuarenta, cuando los hechos comienzan a organizarse en mi cerebro como un archivo de la memoria, viajar a otros países, a otros continentes, no era tan posible ni habitual como lo es hoy, razón por la que muchos inmigrantes morían en Argentina sin volver a ver nunca más a su familia ni a su tierra.
Para la mayoría, los largos viajes en barco que duraban casi un mes, o más en el peor de los casos, hacían del trayecto a Europa tan sólo una utopía. Pero algunos lo lograban.
Ésta es la historia de la vuelta a España de Don Germán Toyos, que llegó solo a los trece años al puerto de Buenos Aires y de allí partió en agosto de 1948 para mostrar orgulloso a sus parientes de la aldea de Pernús, a Queca, su hermosa mujer y sus dos hijos; Julio de dieciséis años y Martha de trece. Para ese entonces ellos y nosotros éramos como una gran familia.
Los preparativos no eran tan simples, empezando por los pasaportes y la necesidad de tener transporte propio para los recorridos, ya que Europa pasaba por un mal momento, justo al final de la segunda guerra mundial, que había dejado a España postrada por desafortunadas relaciones económicas con el nazismo.
Año 1948. Hacía muy pocos días que Don Germán había comprado un automóvil Dodge muy grande y de color negro reluciente.
Conversando con un vecino, también español, le comentó que había decidido llevar su auto en el viaje a España para facilitar los recorridos que pensaban hacer. Con cara de preocupado su amigo le dijo; “Pero oye Germán ¿y si se hunde el barco?”.
La respuesta fue obvia: “¿Y si se hunde el barco donde también vamos nosotros, para qué quiero el auto?”.
Por el estado desastroso de la economía española, quienes iban a visitar a los parientes que habían quedado en Europa, llevaban unos grandes cajones que contenían distintos alimentos, que para ese fin preparaba muy bien armados la casa “Gath y Chaves”. Entre la variada mercadería iba una cantidad considerable de café Bonafide Franja Blanca.
Ya en Pernús, lugar de origen de Don Germán en Asturias, a los visitantes les llamó la atención el mal gusto del café y manifestaron su voluntad de presentar una queja. Ahí se enteraron que, para estirar la cantidad lo habían mezclado con achicoria, haciendo intomable esa rara composición.
En la aldea tomaron sidra casera y la gran fiesta con que los recibieron, con abundante comida muy picante, dejó como saldo a Julio con una tremenda indigestión que lo tuvo a maltraer y que se sumaba a cierto malestar cuando uno de sus parientes lo llamó “pollino la mar de salao”, lo que para el adolescente fue lisa y llanamente llamarlo burro.
El paso por Andalucía, especialmente por Sevilla, les dejó anécdotas muy graciosas por el carácter tan particular de los sevillanos y la sorpresa de lo inesperado.
Como era frecuente en esos años en cualquier ciudad del mundo, no faltaban los lustradores de zapatos que se acomodaban con sus banquitos típicos en las calles céntricas y así se ganaban la vida, ofreciendo además pomadas y algunas partes de repuesto.
En esas estaba Julio, lustrándose los zapatos, cuando el sevillano que lo atendía le dio un golpe limpio con el cepillo, tan bien calculado que le hizo volar el taco hecho pedazos y sin ninguna vergüenza le dijo: “Señó, se le ha roto el taco”, para acto seguido venderle uno nuevo y cobrarle el arreglo.
La visita obligada a la Giralda había llevado a la familia Toyos a los pies de la interminable escalinata. Desde abajo se podían ver dos figuras en el final del ascenso, una de ellas que muy claramente llevaba una muleta. Y si, aunque parezca mentira, entre tantos turistas, como si los hubieran estado esperando, se encontraban el rengo Yabar, un escribano vecino de Villegas y su esposa Andrea Soráiz.
Viviendo a escasos metros se fueron a encontrar, sin ningún acuerdo, a miles de kilómetros de su lugar de residencia.
“Altri tempi”, cuando Europa desfallecía y los europeos ponían los ojos en América y especialmente en Argentina, como una forma de rearmar sus vidas.
En esa aspiración dejaron su impronta en estas tierras, que se convirtieron en un semillero de tanos y gallegos trabajadores que soñaban con un mundo mejor.
Muchos murieron mirando hacia el otro lado del océano sin poder alcanzar el sueño de la vuelta, separados de la patria por millones de toneladas de agua muy difíciles entonces de atravesar.
Don Germán es una muestra replicada por miles, de esos que volvieron, pero no para quedarse, porque sus vidas estaban ya inscriptas en otra tierra, en otros cielos, donde habían formado su familia argentina y donde definitivamente, habían hallado otra patria.
N. de la R. En la foto, Julio y Martha Toyos, en el barco viaje a España.
*Raquel Piña de Fabregues tiene 87 años. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.