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lunes, octubre 7, 2024

El legado del médico que abrazó a sus pacientes y el hombre que se trascendió a sí mismo | por Celina Fabregues*

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En dos horas de un conversatorio sin fisuras, con los silencios justos, la risa oportuna, la emoción a flor de piel y los sentimientos no reprimidos, Oreste Crusat, el médico que fue distinguido en el Concejo Deliberante, dejó paso al humanista que decidió tomarse tiempo para sentarse a pensar bajo la pérgola que armó en el frente de su casa.

John Lennon dijo alguna vez que la vida es algo que sucede mientras estamos ocupados haciendo otras cosas (o algo parecido). Cada decisión que tomamos tiene que ver con una de esas cosas y como en un juego de relevos, llega el momento de pasar la posta.

Después de más de 35 años de profesión frenó ante esta «intensa lucidez» para dejarse atravesar por un faro que ilumina entre azules y blancos, los remos que cuelgan en la pared.

Pero es mucho más. Hay abrazos en la calle, discusiones en los pasillos, atajadas de pelotas imparables, fuego en medio del rally, pasadas nocturnas por la calle Belgrano para ver una luz encendida, un mate, el horno de barro, un par de manos curtidas, Eclipse, los hijos, los hermanos, los amigos, el barrio.

En «Aquí hay Dragones», como llamamos al segmento del programa Cuidarte Más, que realizamos en FM Villegas, indagamos en esa zona no explorada de un hombre que ha sanado, a veces como médico y otras como un chamán, desde el más íntimo poder del alma.

Oreste llegó a la radio con Juan, su hijo menor, que lleva el sello Crusat en su rostro. «Me atrapaste con la propuesta de los dragones, sos muy valiente», me dice, como si hubiera algún mérito en escucharlo.

Oreste junto a la placa de la recientemente inaugurada Sala de internación. El Gordo fue el mentor de la UIT del hospital municipal.

El impostor

Equivoco la primera observación y aparecen también las primeras risas cuando comento que es un gran lector. Mientras yo seguía hablando de lo que íbamos a tener en el encuentro, me interrumpe: «- ¿Te puedo parar un poco? No soy en un gran lector, soy un impostor.»

Después de las carcajadas y mientras Juan acomodaba el micrófono e iba y venía por el estudio, explica que no es un lector sistemático, sino que se prepara para dar respuestas. «Puedo estar con un libro en la mano y al rato, estoy sacando la tapa de cilindros de la Saveiro», definiéndose como un inquieto sin redención.

Hay detalles que describen a una persona. Lo que tienen sobre la mesa de luz es uno de ellos. Mientras conversamos, vamos descubriendo algunas cosas que tenemos en común, como varios libros y algún marcador que será indispensable cuando terminen desparramados en la cama, en su caso, «al lado del gato Quico».

Coincido en que los libros nacieron para ser marcados, porque hay quienes recurren a la lectura necesaria, es que, según afirma el Gordo, «nos ayuda a que alguien responda por nosotros» y porque «me gusta el libro sendero más que el libro autopista» que necesariamente debe ser subrayado o marcado para encontrar las ideas cuando se vuelve a ellos.

Ambos mantenemos siempre varios libros cerca, fácilmente accesibles cuando buscamos respuestas o argumentos. Páginas soporte. Pero generalmente hay uno o dos volúmenes que nunca cambian, que no se renuevan, porque no son solo libros, son guías para la vida.

Para mí es el checo Milan Kundera y su insoportable levedad del ser, pero desde algunos años me acompañan también los Corazones Abrumados de la Dra. Alejandra Ávalos. Otra chamana del corazón. Para Crusat, el volumen que se mantiene es «La dignidad del otro», de Paco Maglio, «un profesor de antropología médica e infectólogo» a quien nombró en su despedida en el hospital y también durante la entrega del reconocimiento que se le hizo en el Concejo Deliberante, en junio pasado.

Gordo, un nombre social

Dice que el libro de Maglio «es un librito chiquito que me acompañó y a quien intenté seguir. Él decía que Paco era su nombre social, como Gordo es el mío.»

Tuve la fortuna de conocer a este hombre chiquito, sencillo, divertido, que estuvo un par de veces en General Villegas ofreciendo algunas conferencias sobre humanización de la profesión médica. La última vez me dejó dos libros firmados, uno de ellos es la guía de Oreste.

El Gordo lo conoció como docente cuando era residente. «Era muy pro residencia. Chiquito, siempre de camperita de jean. Él decía que deberían enterrarlo en San Juan y Boedo.»

Y hay algo autorreferencial en ese recuerdo. La definición del barrio que no se quita con ningún uniforme, ni guardapolvo ni traje alguno. Para algunas personas, el barrio subyace como un llamado interno que nos devuelve a un refugio.

«Yo disfruto mucho de la dinámica de barrio y me crié en el mismo que estoy actualmente, donde interactuamos con gente de toda la vida», sostiene.

Para el Gordo, Maglio «se interna en lo antropológico y mezcla lo transcultural con lo ancestral.»

«Estamos inmersos en esta cultura de la inmediatez en cualquier aspecto y los médicos  fuimos demasiado rápidos con la lapicera y me incluyo. Tenemos estudios complementarios que palpan por nosotros, tocan por nosotros, escuchan por nosotros y ven por nosotros, pero no miran, no observan», desliza como en un pensamiento en voz alta.

“Un ser humano de carne y hueso que sufre, piensa, ama y sueña” escribió Unamuno y citó Maglio para referirse a la medicina deshumanizada que despersonaliza y donde el médico es un técnico con guardapolvo que extiende recetas y el enfermo es un libro de texto con signos y síntomas que hay que interpretar y codificar.

«Yo no niego los avances de la tecnología pero viví esta transformación de una medicina basada en los cuatro o cinco preceptos de ver, pero mirar y observar; de no solo ir, sino escuchar y de no solo tocar, sino palpar un poco un poco más allá. Creo que a todos los de mi generación les fue difícil ese salto tecnológico», explica el médico villeguense.

Hambre de piel

Entre los relatos que aparecen en «Lo que mis pacientes me enseñaron», Paco Maglio habla de personas que sufren hambre de piel. Mientras hago mención al tema, Oreste asiente con la cabeza y señala que «en mi formación básica de residencia hice internismo, algo que nacía en ese momento, de tal manera que tenía pocos años de desarrollo, sobre todo en nuestro país y viví esa experiencia de la que habla Paco» cuando cuenta que una anciana reclama que le tomen el pulso, porque nadie la toca.

«En los hospitales hay gente, sobre todo la de menos recursos, la más vulnerable, que se enferma de piel. Yo intenté no naturalizar esas cosas y ahora que tengo un hijo, Felipe, que está en Barcelona haciendo anestesia; y una hija, Paloma, que hace cuidados paliativos en psicología, diría que es mucho mejor en ese aspecto. Los veo a ellos y veo a gente joven bastante más preocupada por el tema», asegura esperanzado.

Según el médico «había un rango de poder dentro de la medicina occidental medio hegemónica en todos los aspectos. Eso está cambiando, la gente está más atenta. Hay como una recuperación y soy muy optimista en ese aspecto. Es muy fácil atribuir a los jóvenes ciertas falencias o responsabilizarlos de algo. Yo veo gente transparente, más atenta y eso se traduce a cualquier persona que transite el ámbito de la salud.»

Parte del clan cuando se recibió Paloma.

Resistir a Hermes

Felipe es médico anestesiólogo y vive en Barcelona; Paloma es psicóloga en cuidados paliativos; Emilio es futbolista y está radicado en Países Bajos. Juan, a esta altura de la entrevista, ya había recorrido varias veces el estudio.

Como en un abrazo que abarcaba a todos, contó que «con Emilio compartimos el deporte y con Felipe y Paloma, la medicina», aunque siempre era un momento oportuno para salir al patio y jugar a lo que fuera.

Sobre su pasión por el automovilismo, la definió como una locura en la que siempre hay gente que te acompaña. Esas personas queridas del barrio que explican algunas cosas que van mucho más allá. «La trascendencia es inherente al hombre y siempre temí trascender como un pésimo médico y quería trascender como un pésimo piloto de rally», dice entre risas que sostienen un pensamiento mucho más profundo.

Sobre esa aventura del rally y entre carcajadas recuerda que «nos quedamos sin nafta en el primer prime en una carrera en San Juan. Es que algunos amigos presentan estos proyectos y uno se deja.»

Con Carlos Palombo

Para Carlos Palombo, quien fuera director del Hospital hace unos años, Oreste es «un docente de la medicina humanizada y una persona absolutamente admirable.»

«Con Carlos hemos transitado buenos momentos y malos momentos, como en la vida, pero creo que hubo un respeto mutuo y como el resto de mis compañeros ha dicho algunas cosas muy lindas que acepto, que me abrigan, pero son trajes que me quedan grandes», responde dejando al desnudo una humildad no ensayada, que transmite honorabilidad.

Como un buen escorpiano con ascendente en escorpio, cree que su amiga tiene razón y que no habrá ningún karma que lo siga, porque «vamos poniendo cosas en la mochila, golpazos de la vida médica y de la vida, pero cuando se apague la luz, ahí se terminó la mochila» y aunque «intenté alguna forma de terapia o de medicina alternativa finalmente entendí que todas las cosas van a la mochila del escorpiano y se van a ir conmigo.»

«Uno intenta no caer en esta cultura de la indiferenciación donde todo da igual, de naturalizar lo que no se debe naturalizar. Siempre intenté resistir a los dioses del dinero, del físico; de Hermes, el dios de los ladrones y eso fue un trabajo, una búsqueda», sostiene.

Este dios de la mitología griega fascina por sus ambivalencias y ambigüedades. No solo es el dios del lenguaje y de la mediación sino también el dios de los ladrones y muestra algo que es propio del lenguaje: su desapropiación, su ambivalencia como espacio de comunión y de conflicto. En él se produce la disputa por los sentidos del mundo. Migra de una mano a otra.

Caminante en su camino

Lo hemos visto pasar innumerable cantidad de veces caminando o en bicicleta por distintos puntos de la ciudad. Siempre con la mirada en pensamiento activo, con los ojos azules dirigiendo la ruta.

«Eran mis medios preferidos, me gusta caminar por Villegas. Muchas veces hacía mis visitas caminando o en bicicleta y a veces la entraba a la casa de los pacientes y muchas veces me seguían los perros. Poco serio (se ríe) pero era la verdad.» Y deja como al descuido un posible título de nota: el médico al que seguían hasta los perros.

Sus amigos, sus colegas que lo abrazan en el reconomiento.

Uno de sus colegas, Luciano Robassio, habló sobre la predilección de Oreste por los que él llamaba «pacientes rústicos, pacientes rurales profundos, que habían sufrido los traumas más severos y sin embargo seguían poniéndole el pecho a la vida. Esos pacientes lo cargaban de una energía especial, lo enamoraban.»

«Admito que me atraían mucho, mucho, mucho, mucho. Ese umbral tan alto, esos silencios, esa incondicionalidad no habitual en estas épocas de legalización de absolutamente todo y de demandas. Yo percibía una entrega total compartida y para mí era maravilloso. Recuerdo hasta nombres. Uno comete boludeces, como preguntarle a un hombre que tiene todo el tórax molido porque lo apretó una vaca, si le duele. ¿Cómo le voy a preguntar si le duele? Y el hombre me decía que no, y me sentía un estúpido», siente el Gordo.

Mirando desde aquí, quizás lo más importante para ese hombre de manos curtidas de doblar alambre helado en el mes de julio, que le decía que no le dolía nada, era que ese médico se lo preguntara, que le sostuviera la mano y lo mirara a los ojos.

«Intenté exhacerbar estos sentidos que nos da la vida a lo largo de lo que hice, porque es maravilloso estar atento a esas cosas. En definitiva, viví de eso», asegura.

«La vocación es una construcción. Uno desarrolla una actividad humana y no te queda otra que dar todo, con una dosis de valorizar lo que estás haciendo. Cualquiera que trabaje en el ámbito de la salud, no solo médicos, estamos colaborando en grandes grupos para quien lo necesita, el vulnerable, el horizontal que está mirando el techo».

El que está en horizontal mirando el techo. Una definición de paciente y una imagen de vulnerabilidad total a la que agrega «a un tipo de guardapolvo que se para ahí y pasa apurado para hacer una pasadita con quetalemia, le llamábamos. Qué tal, qué tal. Son cosas que no deberían pasar. El que está ahí espera un contacto, espera tu tiempo.»

El Dr. Marcelo Tau destacó su tozudez a la hora de «bancar al paciente y defender un diagnóstico. No dejar abandonado al paciente ni al familiar, él nos inculcó mucho eso. Tenemos el deber de resolver eso más allá de la enfermedad que a veces se puede y a veces no. Pero lo que estamos obligados es a defender a ese paciente y a ese familiar del miedo y de la ansiedad que generan la enfermedad.»

Además, lo señaló como «un tipo profundamente comprometido con su pueblo y lo demostró en toda su trayectoria. Es alguien sumamente transparente y un agradecido al sistema público que todavía gozamos en este país con todas sus falencias.»

A medida que llegan, los mensajes hablan de su capacidad de contar historias. Sin embargo, él dice que solo intentó, «más allá de lo médico y biológico, mezclar mucho lo político, lo social y lo biográfico de cada enfermo. Lógicamente, en estos lugares chicos, suele haber cuestiones biográficas que juegan, como decía Ramón Carrillo, ese pionero del sanitarismo argentino, tildado de nazi por el poder hegemónico: Ante la miseria, la angustia y el infortunio social de los pueblos, las bacterias como causa de enfermedad, son unas pobres causas.»

Hermanos

Oreste, Delia, Elina y el Gordo.

Su hermana Elina prefirió escribir para escaparle a la emoción de la voz y le agradeció por ser parte de sus vidas.

Sobre ella, el Gordo destacó que «siempre está y tiene que lidiar con este pedazo de pensamientos caóticos y anárquicos y siempre está intentando lo mejor. La amo, la quiero con locura, es mi hermana. Marta, la más grande, falleció y también estuvo mucho. Sus hijos siempre están. Creo que tuvimos suerte, Elina», soltó conmovido.

La pérgola de caña tacuara

A menudo podemos pensar que algunas cosas suceden por casualidad y otras, que son sincronías universales que nunca suceden porque sí. Hay decisiones, elecciones y acciones que suceden porque no podría ser de otro modo.

El Gordo vive frente a la casa de sus padres sobre la calle Belgrano. El mismo barrio en el que vivió casi toda su vida. Sobre la vereda armó una pérgola de caña tacuara con un banco, donde se sienta a observar la vida desde la vereda de enfrente, como en un encuentro casual o una cita.

Dice que carece de memoria visual porque fue un miope no diagosticado desde muy joven, pero de ese barrio tiene memoria oral, auditiva. Quizá por eso elige sentarse en ese banco a sentir los aromas y a escuchar los ruidos.

Como cuando era chico, «salgo y siento todo eso, lo que somos», y es que el barrio también nos define, como el resto de las cosas y de la gente que nos rodea.

Lisa, la mamá de sus tres hijos mayores respondió a una pregunta que tenía para hacer. Por qué le dicen «Gordo». Contó que cuando era muy chico sus compañeritos le decían cabezón y como a su mamá Delia no le gustaba, le empezó a decir Gordito, Gordo.

Cuando alguien lo compara con algunos «próceres de la medicina» señala que «no he sido fácil de arriar, porque siempre me identifiqué con la resistencia en el ámbito de la salud» y «no me he llevado muy bien siempre con los rangos de poder. Fui un activista, no militante. He tenido algunas tristezas y discusiones. En países asediados como el nuestro en el ámbito de la salud, las tristezas son diarias. Eso carcome, desgasta. No podemos hacernos los boludos, no podemos mirar para otro lado.»

Sintió esa resistencia casi como una obligación y en tiempos de incertidumbre, hay que leer para intentar explicar «una actualidad que duele, que provoca. La salud es una decisión política -decía Carrillo- y de pronto, un día te despertás y escuchas que no existe más el ministerio de salud y es una locura de una violencia fenomenal e inusitada.»

Valeria Pennacino, nutricionista y vecina, pide que hablemos de su faceta como pintor y del hermoso faro que cuelga de una de las paredes de su consultorio. Se ríe y dice que «Vale pasa todos los días y nos abrazamos.»

Aunque dice graciosamente que «el arte urbano es otra cosa», el faro que pintó tiene un significado y es una pintura infantil que a los niños les gusta. Le metí colores que fueron parte de mi vida», sugiriendo que es una «camiseta de Eclipse.»

En el consultorio ya tenía colgados dos remos y dos chalecos de salvamento que también tenían un significado especial, no eran adornos. Faro, remos, chalecos. Imaginemos ese significado y creo que no estaríamos lejos de su intención que preferí respetar.

La final del mundo

Recibo un texto de su hija Paloma, que además es amiga de Nicolás, mi hijo. Fueron juntos al jardín de infantes. Gastamos un par de minutos en hablar sobre aquella época de ambos niños en época escolar.

Ella lo describe como una persona con «tanta valentía y humildad, tanto amor, mi viejo» y pide que cuente cómo vivieron la final del mundial de fútbol, «porque fue un gran momento.»

Se sonríe, golpea apenas la mesa con los dedos y tratando de encontrar aquella imagen, asiente con la cabeza y concuerda: «sí, fue increíble.»

Ese día fueron juntos a Parque Centenario con muchísima expectativa, porque tenía un estudio complementario justo en el momento del partido por la final del mundo. «Yo sabía que ese día ponían un sello al asunto», dice refiriéndose a la confirmación de su enfermedad, uno de los tantos diagnósticos de cáncer, que como a tantas otras cosas, hay que enfrentar y al que además, ya sabemos que se le puede ganar.

«El estudio era en el horario de la final. Estábamos cerca de los 90 minutos, nos habían empatado dos a dos. Tremendo. Me voy camino al lugar donde me hacía ese estudio por imágenes y fue un momento muy loco. Buenos Aires estaba raro. Caminé cinco o seis cuadras» en medio de una ciudad como paralizada por el partido, tanto que «me hacía acordar a un cuento de Fontanarrosa», comenzó a contar.

«Me acuerdo que entré sin ninguna angustia, aunque podría haber entrado con otra condición mental porque sabía cómo venía el asunto, pero como el estudio se retrasó ya estaba el resultado puesto, con penales definido que escuchamos en una radio de gente que estaba trabajando. Festejamos con Paloma a los abrazos con la gente que había, era todo muy loco, pero recuerdo estar en el resonador como en una situación medio mágica. Era una paz total y podría haber sido distinto», relata.

Finalmente y pese a todo, padre e hija salieron abrazados y arrancaron para el obelisco. Sus condiciones de salud no eran las mejores, pero «esa muchedumbre nos llevaba a ser tan felices que le dije más tarde a Paloma, si no exploté acá, voy a encarar esto con optimismo. Maravilloso.»

Nunca antes ganar un campeonato del mundo había caído en mejor momento. No hay fuerza más arrolladora y poderosa que la felicidad, que puede despejar el cielo más oscuro entre gritos de gol.

De cuidador a cuidado

Para la enfermera de oncología del Hospital Municipal, Viviana Sacco, «el Dr. Crusat es la conjunción perfecta entre conocimiento, valores y humanidad. Un profesional único, pero sobre todo un ser humano excepcional y un ejemplo de cómo se debe escuchar, tratar, cuidar y no abandonar a ningún paciente y a su familia.»

En varias oportunidades de la profunda conversación, le otorgó un valor muy especial al trabajo de las enfermeras y enfermeros. «Me está cuidando mucho Viviana», sostiene y agrega que «siempre tuve una mirada cómplice con ella en cuanto a la mística del lugar en que trabajamos.» Ella lo llama «mi querido paciente.»

El teléfono se llena de mensajes que ya es imposible leer o escuchar. Tantos que muchísimos se los pasé al terminar el programa. Pero todos le llegaron.

Pato Monti se nombra a sí mismo como «el del Opus Dei», como si se tratara de un código secreto y dice que «en el lenguaje del fútbol, es un jugador distinto». Lanza una carcajada y responde «¡Uh!!! cómo peleamos con eso!»

Pero desde otro lugar, lo valoró muchísimo porque «le puso el cuerpo a la pandemia como todos, pero desde la kinesiología en el intensivismo, yo lo ví no claudicar. Siento una admiración enorme en ese aspecto. Me sorprendió mucho desde el conocimiento y la capacidad de trabajo.»

Quizá uno de los momentos más emotivos fue cuando escuchó la voz de su ahijado Francisco, quien quiso agradecerle «por todo lo que me has enseñado y por todo lo que me has dado. Espero seguir compartiendo un montón de momentos tan simples pero tan lindos, como nosotros dos sabemos.»

El Gordo tomó aire, respiró profundamente y solo dijo: «Fran. Un luchador. Enorme. La peleó, está muy bien.»

A los saludos se suman Pablo, Juan, Vera, Fernando, Marcelo, Andrea, alguna que otra secretaria que pasó por el consultorio, pacientes, familiares de pacientes y por supuesto, también primos y miembros de su club de fans.

Christian De Giorgi lo hace hablar de su época de futbolista cuando le tocó entrar a la cancha como suplente de Quique Galli, «un gran jugador, un amigo del potrero, era fenómeno, le pegaba con las dos. Yo me ponía la camiseta de Eclipse y jugaba de lo que me pidieran, de aguatero, era incondicional. Con papá, Eclipse era 24×7 y agradezco este sentido de pertenencia. Es ámbito público también. Fue fantástico.»

La luz en la ventana

Desde hace un par de meses y en oportunidades contadas con una mano, El Gordo ha hablado públicamente, más de lo que lo hizo en toda su etapa profesional.

Uno de los momentos que ha reiterado es el que se refiere a la importancia que tuvo para él, pasar por una casa con el único fin de ver desde afuera, la luz encendida de una ventana de la casa del reconocido médico villeguense, Juan Manuel (Manolo) Rodríguez.

«Con «el Flaco» (como muchos le dicen a Manolo), compartimos mucho trabajo. Es una gran persona y un gran médico» y «yo hice agua por todo lados y siempre necesité ayuda. En esos valles de lectura, pasaba por la casa del Flaco a propósito.»

Durante a la noche, en la ventana del living, sobre la calle Belgrano, Oreste observaba durante varios minutos, que el Flaco apagaba el velador muy tarde. «Para mí fue inspirador. Me empujó, me ayudó, él no lo sabe. Nunca se lo dije. Lo intuía leyendo en el sillón que tiene en el living, con alguna preocupación de lo quirúrgico o de lo clínico del otro día. Yo percibía todo eso y me ayudaba. En esa especie de valles que he tenido en mi vida médica y me agarraba de lo que podía», recuerda.

Lo cierto es que el Dr. Rodríguez supo de esa «pasadita adrede para ver la luz de la ventana» y quiso dejar su palabra. Justa. Al centro de la diana. «Hemos compartido pasillos de hospital y hemos sentido lo mismo sin necesidad de palabras frente a un paciente. Aunque hay que transitar el presente y avanzar en otra formas de examinar un enfermo, nunca desistimos de escuchar y del examen físico.»

Manolo hizo hincapié en que «no es casual que la gente, que es nuestro juez, reconozca su profesionalismo, su conducta moral, su actitud de servicio, su calidad humana. Excelente médico y persona formado y sobre todo, comprometido. Hemos tenido disidencias, por supuesto, él es de Racing y yo soy de San Lorenzo.»

Como broche de oro, el profesional que admira le grabó con su voz, como un legado, que «querer la vocación es querer la vida y no es lo mismo ser médico que trabajar de médico. Oreste es médico.»

El Rally

A preparar la Saveiro!

Cae desde el barrio un mensaje que le cuenta «al Gordito que lo estamos escuchando con el Pochito, pero lo que le faltó decir al doctor es que fue un vende humo con el tema del rally y le faltó un suplemento en el pie derecho porque no aceleraba, pero igual lo queremos acá en el barrio.»

La voz de Gustavo Del Campo lo hace reír, pero inmediatamente salta la anécdota. «Mi navegante, el mejor, apagó un incendio en el habitáculo a los alpargatazos. Cuando la lógica era cortar la corriente y parar, él dijo seguí! acelerá! y agarró la alpargata y le pegaba a un habitáculo lleno de humo. Y con Pocho (Mendoza) vivíamos pared de por medio.»

Una entrevista sin preguntas

Ya llevamos casi dos horas conversando sobre muchísimas cosas que no llego a reflejar en esta crónica, pero lo más destacable es que no le hice prácticamente ninguna pregunta.

Ha sido un espacio para escuchar voces, leer párrafos y entablar un diálogo sin una ruta marcada en el mapa.

Hasta Juan, que no deja de dar vueltas por el estudio, le dejó una grabación donde le confiesa que se siente «feliz de que mi papá esté en la radio» y como Obi-Wan Kenobi cierra con «que la fuerza te acompañe viejo, te quiero mucho.»

«Lacónico y sin anestesia, igual que Felipe», el menor de los hijos le dice que fue «trabajo forzado» la tarea de grabar el mensaje, por pedido de su mamá.

Ale, su compañera de estas horas y mamá de Juan, también lo acercó a su hija Vicky, que es una joven estudiante que lo siente como un papá a quien ama profundamente. «Vicky es alguien distinto, estoy encantado y agradecido por permitirme compartir su intimidad. Aprendo diariamente de ella.»

La memoria

En una de sus charlas con colegas, señaló que había aprendido a desconfiar del pasado, como una forma tácita de empoderar el presente. No obstante, ha rescatado mucho de nuestra historia como país hasta llegar muy cerca de nuestra memorias ancestrales. «Invito a los jóvenes a saber de dónde venimos, a conocer nuestra historia, la no oficial», desliza.

La amistad, dentro y fuera del consultorio

Colegas, compañeros de pasillos y de guardias de hospital, compañeros de fútbol, navegante de compañeros de rally, secretarias, amigos de la infancia y pacientes. Mucho tiene que ver esa velada amistad que también se forja dentro de un consultorio.

Los médicos como Crusat se escuchan y se abrazan en los momentos de mayor vulnerabilidad. El instante de confesión y de absoluta verdad, sin disfraz ni pintura.

Existe una palabra preciosa de la lengua originaria guaraní que condensa estas relaciones especiales: «angirû».  La palabra está compuesta por «anga» que significa «alma» e «irû» que significa «compañero/a». Es decir, «compañero/a del alma».

Llegó el momento de agradecerle por haberse tomado el tiempo para meterse en esta zona de dragones.

Zona de dragones en las alturas de Perú, entre espíritus ancestrales. Con este regalo solo pienso en respirar.

«Siempre digo que las calles de Villegas son el único lugar que nos re-une y debemos estar atentos a este paisaje de llanura pampeana que a mí particularmente me atrae mucho. Amo este lugar. Me gustan los atardeceres de la pampa. Estoy en un momento de mi vida que estoy con una lucidez inusual; estoy muy atento, observando y exacerbando mis sentidos y viendo esto como una gran oportunidad», desliza con una seguridad que puede palparse.

Como muchas de las acciones que emprendemos en la vida tienen que ver con la trascendencia, que es inherente al ser humano. Lo que muchas veces olvidamos es preguntarnos cómo queremos trascender.

«Yo soy bastante amigo de irte en silencio. Soy bastante amigo del olvido y del silencio, como Leonard Cohen (poeta, escritor y músico canadiense), cuando le preguntaron cómo se quería ir: como un jugador de póquer que se levanta de la mesa, deja las cartas y sigue la jugada. Nadie te va a dar vuelta las cartas para saber lo que traías», sostiene.

Tanto la vida como la muerte son parte de un proceso, pero tener la oportunidad de elegir cómo lo queremos transitar es de virtuosos, porque hasta el momento en que se levante de la mesa, el jugador sigue en la partida y deja caer, pero no al descuido «que la muerte me encuentre vivo. Uno ha gastado suerte, como dice un amigo.»

Intercambiamos regalos y otra vez la sincronicidad. Me envía la foto de un lugar en Perú, a tanta altura que solo algunos nativos logran llegar. Aquí hay dragones, me dice y ahora, ya no necesito seguir imaginando esa zona de diálogo.

Es un espacio para darle valor a los sonidos, para enaltecer la palabra, para escuchar atentamente las alas de un ave, la brisa en las hojas de un árbol y el polen que vuela para llevar vida, porque mientras haya personas como el Gordo Crusat, tan cercano y familiar a pesar de la distancia, la esperanza seguirá renovándose en la próxima primavera.

Uno aceleraba a fondo mientras el otro apagaba el fuego en el habitáculo a alpargatazos.

*Celina Fabregues es periodista. Conduce Cuidarte Más por FM Villegas, los sábados de 9,30 a 12 horas, programa que se repite a las 19 del mismo día.

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