La reciente desaparición del antropólogo francés Marc Augé, destacado por su teoría del “no- lugar” [1] como espacio de tránsito sin identidad, me disparó el recuerdo del cuento El Aleph de Borges en donde el autor explora la relación entre el espacio físico y el imaginario, allá por la década del 40. Me viene a la mente también, la novela de García Márquez Cien años de soledad (1967) y de los personajes de la familia Buendía quiénes a lo largo del tiempo buscaron casi desesperadamente un lugar para afincarse y sentir convivencia. Tal vez, en palabras de Augé, todos los lugares que encontraban eran “no lugares” para esa familia. De diferentes maneras, la categoría espacio ha ocupado a filósofos, artistas, científicos, literatos y por qué no, a la “gente de a pie”.
El espacio se vive, se ve, se palpa y se representa gráfica o imaginariamente. Dónde y cómo se habita a lo largo del tiempo es una cuestión bastante personal o grupal. Sin embargo, en la sociedad de masas de la segunda mitad del Siglo XX y luego en la sociedad global y digital, se transita además, otro espacio: el digital. Borges, García Márquez y Marc Augé, con su propuesta del “no lugar” me motivaron a pensar en los actuales (no) lugares de la educación y del trabajo.
El “no-lugar” es metafóricamente, un espacio sin rostro, de vidas aceleradas, anónimas, extrañas y simbólicamente invisibles. Personas, que pasan por supermercados, aeropuertos, calles, campos de refugiados,… espacios en definitiva parecidos porque, nadie se los apropia subjetivamente… no revisten importrancia como lugares vitales o como partes de la historidad personal, son circunstanciales y raramente se construye allí lazo social. Reina la soledad típica de la cultura contemporánea de las grandes metropolis denominada “cultura sobremoderna” [1], según las expresiones del antropólogo. Y entonces me pregunto:
En tiempos digitales ¿cómo se viven y transitan los (no) lugares de trabajo y de estudio?
La tecnología ha hecho posible que las personas trabajen y estudien desde cualquier ricón del mundo. Ahora no se necesita ir a una oficina o a un aula, es posible desde la propia casa, desde una cafeteria, desde un co-working o desde cualquier otro sitio donde se tenga acceso a Internet. Con el teléfono celular se pueden resolver situaciones incluso aquellas que exigen colaboración con personas a las que nunca se le han visto sus rostros, esto es, no se ha podido percibir esa conexión emocional, tal como completó Zygmund Bauman [3], los presupuestos de Augé.
Pareciera que el navegar en el mundo educativo digital constituye un “no-lugar” desde la perspectiva de la apropiación de la institución educativa y lo que en ese lugar se habita. Y pareciera que trabajar rodeado de personas en un co-working o desde la soledad de la casa se construye un “no lugar” mirado desde el compromiso que implica estar físicamente en la organización. Es más dificil lograr pertenecia y empatía desde la (sin) distancia que provoca lo digital que desde la cercanía que provoca emocionalidad.
Si bien con la generalización de Internet se insinuaba cierta actividad en solitario de trabajadores y estudiantes sobre todo de posgrado, fue recién en la pandenia que la idea caló hondo no solo en los empresarios que vieron disminuir el costo laboral sino también en los trabajadores que disfrutaron realizar las tareas desde cualquier lugar sin tener que hacer largos viajes a la oficina transitando acelerados por “no lougares”. Lo mismo sucedió en las Universidades e institutos terciarios.
Varias críticas ha recibido la idea de Auge; el “no lugar” no es solo anonimato no deseado, también se puede aplicar a viajes y estadías en carpas o al aire libre, donde se toman vacaciones para descansar, meditar, reencontrarse consigo mismo, por ejemplo. Tales cuestionamientos los presenta, entre otros, Maximiliano Korstanje que discute el concepto del ”no lugar” a partir de un estudio empírico realizada en Argentina con turistas.
Teniendo en cuenta las distintos perspectivas se puede advertir que el tema de los “no lugares” tiene una serie de implicancias. Por un lado, puede ofrecer a las personas un espacio seguro y cómodo donde poder descansar de manera anónima o en solitario y reponerse así del ritmo frenético de la vida sobremoderna. Pero por otro lado, los ”no lugares” también pueden contribuir a la deshumanización de las personas, ya que pasando mucho tiempo en estos espacios se corre el risego de ir perdiendo identidad y sentido de pertenencia a un grupo. En el que caso que se analiza, aplicaría a la institución educativa o a la empresa en la que estudian o trabajan las personas desde lugares digitales. Es probable que la modalidad híbrida sea la que permanezca en un delicado equilibrio y tal vez, haya llegado la hora de evaluar a una nueva cultura de las relaciones humanas. Las instituciones educativas formadoras/educadoras en conocimientos y en valores y las empresas potenciando esas capacidades. Apreciaciones que aplican tanto a docentes como a alumnos, empleados y dueños.
En definitiva, estimo que la distinción entre “no lugares”, lugares imaginarios, físicos y habitables, depende de la apropiación que cada uno hace del espacio para convertirlo en ”lugar” con su hacer cotidiano físico-virtual, con su inventiva y/o inspiración. Para Borges El Aleph, era un punto que condensaba todo el universo. Tan apropiado estaba de ese punto del espacio imaginario que, al autor-protagonista, no le alcanzaban las palabras para significar su emocionalidad ¿Anticipaba el hipertexto, Internet y la inteligencia artificial en “eterno presente” como lo denomina su punto imaginado? Es probable que su mundo interior lo viviera, lo habitara emocionado y lo escribiera como ficción anticipando un futuro posible. Sin embargo, la familia Buendía -personajes de García Márquez en Cien años de soledad– muestra otro aspecto del “no lugar”. Más bien aparece como el tránsito permanente y desesperado en el espacio físico que por diferentes motivos de un realismo mágico se perdió afectivamente en el deambular mismo.
Es así como espacio y emociones son estudiados desde la geocrítica, tal como lo expresa María Lucía Puppo, investigadora del CONICET. Tal vez sería mejor decir psicogeocrítica a la que agrego la literatura, en tanto interacción de los distintos espacios psicofísicos, ficcionales y digitales que ponen en el escenario los diversos desplazamientos y encuentros humanos.
Tanto en las situaciones laborales como en las educativas transitadas exclusivamente en “no lugares” -me refiero a las relaciones solo digitales sin afectividad manifiesta- se podría perder la parte de humanidad más humana que temenos las personas y es la percepción de la conexión emocional que comunica, que mueve el comportamineto, que produce cercanía, que genera continuidad histórica, identidad y pertenencia. ¿Seremos capaces de apropiarnos de lugares virtuales educativos y laborales con emocionalidad a la vez, en una cultura que tiende a la modalidad híbrida? Depende de nosostros.
[1] Marc Augé desarrolla el concepto del “no lugar” en su libro Espacios del anonimato. Antropología de la Sobremodernidad, publicado en 1992.
[2] La sobremodernidad es la etapa de la sociedad posterior a la modernidad, en la que se intensifican las características de esta última. Se acelera e intensifica la vida social, cultural y tecnológica a un nivel sin precedentes y con impactos que, hoy, con la inteligencia artificial son difíciles de estimar.
[3] Zygmunt Bauman (1925-2017) fue un sociólogo y filósofo polaco-británico conocido por sus contribuciones al análisis de la modernidad líquida la sociedad situada.
Columna publicada en El Observario del Trabajo, agosto de 2023
*Ana María Lamas es Lic. en Ciencias de la Educación (UBA) y Dra. en Filosofía Y Educación con reconocimiento “Cum Laude”. Especialista en Ciencias Sociales y Educación a Distancia.
Docente y directiva en el nivel secundario y universitario. Dictó cursos y seminarios sobre su especialidad en Argentina, América y Europa. Publicó artículos en revistas científicas en el país y en el extranjero.
Escribió libros académicos y de divulgación científica referidos a educación, nuevas tecnologías, juego y trabajo. Emprendió la creación y luego la gestión de una radioeducativa escolar, movida por la percepción del poder educador de los medios de comunicación.
Ha recibido el Premio a la Excelencia Educativa otorgado por la Federación de Cámaras de Comercio del Mercosur. Actualmente es profesora en Maestrías en UCES y Directora de la Lic. en Periodismo de Universidad Maimónides.