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viernes, diciembre 13, 2024
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«No tengo nada, pero estoy llena de todo», dice Leonor, una pequeña gran mujer de 100 años / Por Florencia Bron*

Leonor Trías de Roggero nació el 12 de abril de 1924 en Nueva Galia, provincia de San Luis. Vivió en General Villegas por el año ’62 y trabajó en la Masitería de Walterio Monti. Actualmente vive en San Luis.

Con esos escuetos datos de la centenaria mujer, me acerqué a la casa de Margarita Montoya, donde se hospedó por seis días junto a su hija Mabel y su yerno.

Es que Mabel, de 73 años, cursó el secundario con Margarita y cosecharon una amistad que perdura en el tiempo, con encuentros que cada tanto se dan en General Villegas o en San Luis.

Allí viajó hace muy poco tiempo la villeguense, para ser parte del festejo de los 100 años de Leonor, que celebró cual quinceañera acompañada de familiares y amigos. Allí tomó el micrófono para agradecer el acompañamiento a los presentes, bailó y fue casi la última en irse, de madrugada.

Además de Mabel, tiene otro hijo, Rubén. Y también 8 nietos, 13 bisnietos y una tataranieta.

Al llegar a la casa de Margarita, Leonor esperaba a ACTUALIDAD en la cocina. Nos saludamos y pasamos al living para que, fundamentalmente, ella estuviera más cómoda.

De cuerpo menudo, las canas que llegan con el paso del tiempo y la piel que delata los años (aunque parecen menos de los que realmente tiene), nos confesó entre risas que nunca usó cremas para el cutis. Pero también que come de todo y que nada le hace mal, cocina y teje. «Menos trabajar», dice; y vuelve a reírse.

Su hija asegura que Leonor no es gruñona y que no molesta para nada. Tanto, que desde hace 30 años vive con ella y con su yerno, al que dice querer como un hijo.

La información escueta con la que me acerqué a ella tiene una historia que ya cumplió cien años; y una lección de vida para el final que, tal vez, te invite a reflexionar o te deje pensando.

Leonor junto a Margarita Montoya, su anfitriona.

Su llegada a la ciudad

«Yo vine a General Villegas en el año 1962 para que mis hijos estudiaran en el secundario, porque en Nueva Galia no había. Mabel se recibió de profesora de piano en el Colegio de Hermanas. Y Rubén probó pero no anduvo para el estudio, así que se puso a trabajar. Primero como mozo en la whiskería de Monti, también estuvo en el Talú y en una consignataria de Petrilli, Lucero y alguien más que no recuerdo ahora», comenzó Leonor su relato.

«Yo conocía Villegas porque tengo familiares acá, de apellido Carro, que viven en la calle Pueyrredón. Pero no tenía contacto con mucha gente, así que tenía que buscar adonde estar con los niños. Conseguí un departamento al fondo de la confitería de Monti, ahí me alquilaron y viví por diez años. Al poquito tiempo de llegar, Don Monti y su señora, excelente y buenísima, me ofrecieron trabajo para atender el negocio. Yo nunca había trabajado en eso, pero trataría de hacer lo mejor posible. Y ahí estuve por diez años. La Masitería funcionaba en calle Moreno, frente al Club Atlético», agregó.

Leonor llegó con sus hijos a nuestra ciudad, sola, porque su esposo era constructor y tenía trabajo en Nueva Galia. «Nosotros viajábamos periódicamente para allá con los chicos. Hasta que él no terminó el trabajo, no se vino. Pasó alrededor de un año y ya después se vino. Consiguió trabajo enseguida, con el constructor Lara, hasta que diez años después nos fuimos», cuenta.

¿Cómo tomó la decisión de venirse sola con sus hijos?

Siempre dije que el día que mis hijos tuvieran que estudiar, los quería manejar, hacerme cargo de todo. Y siempre estuvimos de acuerdo con mi marido de hacerlo así. No tuve ningún problema en eso, ningún obstáculo. Y la verdad que no me arrepiento.

¿Cómo fueron esos diez años en General Villegas?

Lo he pasado muy bien, siempre. Para mí toda la gente fue buena. Yo me sentí muy bien. Y es impagable como fueron conmigo en la familia Monti. Éramos como de la familia. Ahora, de visita, estuve con «Pichón» y su señora; también con Susana Búsico, que era la señora de «Coco» Monti. Todos buenísimos. De eso no me voy a olvidar nunca.

¿Cómo fue su trabajo en la Masitería?

Trabajé muy cómoda, porque jamás me decían nada. Nunca me tuvieron que llamar la atención. Yo traté de portarme lo mejor que podía. También ayudé a Nélida Luz haciendo costuras. Ella tenía una boutique. A veces salía de la Masitería, me iba a trabajar con Nélida y volvía a mi casa a las doce de la noche.

¿Qué vendían en el comercio de la familia Monti?

Masas finas, bombones y también era fábrica de helados. Se mandaba mucho de los productos a Piedritas y Bunge, no solamente se vendía en Villegas. Había muchísimo trabajo. Todo elaboración artesanal, de primera. Nunca más comí las masitas como las que hacía Don Monti, porque todo era natural, nada de cosas raras. Siempre me acuerdo que hacía las milhojas con 24 paquetes de manteca SanCor, no margarina. Los helados todo naturales, con frutas. Lo único que recibían envasado era el pistacho, porque no venía en fruto. Yo siempre estuve en atención al público, pero veía todo lo que hacían. Y comía de todo. Cuando ellos hacían las masas quedaban los recortes, así que la señora me decía que la bandeja me la llevara a casa. Y para los helados no teníamos que pedir permiso.

¿Por qué no se quedó en Villegas y se fue a Nueva Galia?

Porque mi marido, Clemente, al que llamábamos «Tito», siempre tuvo delirio por el pueblo donde vivíamos. Él estaba acá porque estábamos nosotros, pero no se acostumbró. Un día nos ofrecieron trabajo en una estancia, para cuidar un chalet. Sueldo para los dos, vivienda y comida. Nosotros no teníamos que gastar nada. Por eso nos fuimos. Él se sentía en la gloria, porque quería estar allá. Igual que mis hijos. ‘»Tito» fue muy buen esposo y padre, siempre estuvimos de acuerdo en las opiniones, nunca tuvimos una diferencia. Éramos muy compañeros. Y Mabel, mi hija, se casó antes de irnos. Tenía 19 años.

Leonor, la cuarta de izquierda a derecha, en el casamiento de su hija en General Villegas. El Registro Civil por aquel entonces funcionaba sobre calle Pringles, donde actualmente se encuentra el CIIE.

Leonor se había casado a 23. «A los 25 nació Rubén y a los 26 Mabel. Ellos se llevan un año y doce días. Mi hijo es igual al padre, que era hijo de italianos, un gringo grandote. Rubén tiene taller mecánico en San Luis», cuenta.

Tenía 46 años cuando decidió venir a General Villegas, ciudad a la que en este 2024 ve muy grande en comparación con aquel 1962. «Es el doble. Ahora estoy desorientada. Antes lo conocía de principio a fin, pero ahora no se por dónde ando. Está muy lindo, muy extendido. Ahora no me animaría a salir sola».

Los cien años de Leonor

Leonor dice no saber cuál es el secreto para llegar a los cien años tan bien como ella, física y mentalmente. Donde vive baja y sube escaleras todos los días.

«Yo no me teñí nunca el cabello, no usé nunca cremas, como lo que venga. Todavía como huevos fritos con panceta, por ejemplo. Alcohol pruebo si me dicen que algo es rico, pero no tomo. Y nunca fumé», sostiene.

Se queja porque «tengo que pelear para que me lleven al supermercado». Le gusta ir sola. «Me dicen que me puedo contagiar de algo. Pero qué me voy a contagiar, si yo soy más venenosa que los otros», comenta entre risas.

Y relata una historia durante una de esas compras, mientras esperaba que la fueran a buscar, sentada en una silla que le habían acercado para que no permaneciera de pie.

Un matrimonio se acercó a hablar con ella. El marido la ponía como ejemplo, enojado con su esposa porque fumaba. Reto va, reto viene, la pareja se sacó una foto con la «abuela», como la llamaron.

«¿Sabe lo que tiene que hacer? -le dije yo-. Mañana cuando se levanta diga: No voy a fumar hoy. Al otro día, diga lo mismo. Y va a ver cómo deja de fumar. Habrán creído que me la estaba dando de curandera», se vuelve a reír Leonor mientras lo cuenta.

¿Cómo es un día suyo en San Luis?

Bueno, dormir me encanta, pero pasear también. Ahora para trabajar soy media mañosa, siempre tengo algo. Todavía tejo al crochet y a dos agujas, no se hasta cuándo. Además cocino. Mi yerno me pide siempre los tallarines. Y hago rosquitas y tortas fritas.

Leonor se ríe todo el tiempo mientras va relatando parte de su historia. Cien años no pueden de ninguna manera estar incluidos en una charla acordada para una fría tarde de otoño, a poco de emprender su viaje de regreso a San Luis. Ni tampoco en un par de páginas de ACTUALIDAD.

Se ríe también de aquellas cosas que llegaron con los años. «¿Ves esta mano?», me dice. Sí, contesto. «Bueno, con esta mano puedo hacer albóndigas, o pedir limosna», expresa de manera graciosa, con esa mano que tiene un poco tullida. «Una está derechita, pero la otra…», vuelve a reír.

Leonor, ¿qué mensaje nos dejaría en un contexto de quejas?

Yo les diría que lo mejor que hay es no ser malo con nadie. No tener odio, que es lo peor que hay, porque todos tenemos defectos, unos de una forma, otros de otra. Pero tenemos que ser tolerantes y compartir con todo el mundo. Hay personas que se portan mal con uno, pero uno tiene que saber perdonar. Yo no odio a nadie, he tenido algunos tropiezos en la vida, pero son cosas que nos pasan a todos. Pienso que no hay que ser malo con nadie, ni con los malos. Hay que tener buen corazón, no pensar en hacerle daño a los demás. Si yo tuviera plata, viviría pendiente de aquel que tiene mucho menos que yo, porque ese es el que sufre. Uno se queja, pero uno está en la gloria en comparación con otros. Tenemos que tener el corazón blando. Yo si puedo dar, no doy para que me lo devuelvan, así se trate de una persona que no fue buena conmigo. No importa. Si tengo que hacer un favor se lo voy a hacer. Hay que saber perdonar y llevar la vida como viene, porque a veces me faltará algo, pero hay otro al que le falta más. Siempre pienso… que lástima que hay algunos que tienen tanto y no sepan compartir, o ayudar a aquel que no tiene nada. Yo no pido nada más, porque nunca pensé pasar la vejez que estoy pasando. No tengo nada, pero estoy llena de todo. Vivo de lo mejor y a veces pienso, ¿y otros, cómo estarán sufriendo lo que yo estoy disfrutando? Yo estoy agradecida a Dios, estoy bien como estoy, conforme con mi vida, con todos. Y si tengo un problema, trato de no molestar a los demás, porque no tienen la culpa.